A esta situación se suma un retraso notorio en los procesos de renovación de flotas de las principales aerolíneas, lo que limita la expansión de rutas, encarece los costos operativos y genera una tensión creciente entre la demanda y la capacidad de oferta. Al mismo tiempo, el fenómeno del overtourism se expande en los destinos más emblemáticos, poniendo en riesgo la sostenibilidad y la calidad de la experiencia turística.
En este contexto, la ausencia de liderazgos sólidos dentro de la industria se vuelve evidente. Los responsables de delinear políticas públicas y estrategias privadas muestran una confusión creciente sobre el verdadero sentido de la gestión turística. Resulta fundamental distinguir entre el turismo de ocio —que constituye un negocio con fines de lucro— y el turismo social, que debe ser entendido como un derecho humano. Esta diferencia, con frecuencia olvidada, exige una redefinición institucional: el primero debería ser administrado por ministerios u organismos oficiales específicos del área, mientras que el segundo debería quedar bajo la órbita de los organismos de previsión social y desarrollo.
En definitiva, el turismo del futuro inmediato dependerá de la capacidad del sector para reencontrar liderazgos, ordenar responsabilidades y construir certezas en medio de un mundo cada vez más convulsionado.
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