El presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro contó que estaba orando en una pequeña capilla católica, completamente solo, cuando apareció el ave con la que se comunicó con silbidos. “De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba”, dijo señalando su cabeza e imitando un aleteo. El pájaro se paró en una viga de madera donde comenzó a silbar, a lo que Maduro también respondía con silbidos. “Yo sentí el espíritu de él”, agregó refiriéndose a Chávez. “Lo sentí ahí como dándonos una bendición, diciéndonos: ‘Hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria, tienen nuestras bendiciones’. Así lo sentí yo desde mi alma”, relató Maduro en el patio de la casa natal de Chávez, en Sabaneta, en el estado de Barinas.

Cuando vemos el rumbo de algunos gobernantes, sus prácticas y la creciente impunidad con la que se mueven, quizás desde el conservadurismo propio de haber vivido en un orden supuestamente coherente, pero siempre aspirando a descartar lo peor conocido y adoptar lo mejor por conocer, queremos invitar a quienes corresponda a tomar distancia de esta escalada peligrosamente activa de los decretazos quasi dictatoriales de algunos y las visiones de pajaritos chiquiticos de otros.

A nosotros no nos gusta ver a nuestros congéneres sufrir; deploramos la indignidad de no tener techo o no tener pan y compartimos la preocupación sincera de quienes quieran (porque deben hacerlo), desde el poder corregirlo.

Pero no por ello deberemos admitir como si fuésemos  parte de un rebaño ovino, que se denigre a la cultura, que se menosprecie la condición universitaria y se condicione la libertad de expresión.

Es preciso tomar distancia del folclore de igualar para abajo y hacer precisamente lo contrario.

Si hay colectivos que aceptan ser subestimados con historias de pajaritos chiquiticos ello debe preocuparnos, por esos colectivos y por nosotros.

Por ellos, hacer lo que se pueda hacer, lo que esté a nuestro alcance; por nosotros, tomar la debida distancia, hablar menos y hacer más.


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