Luego de perder el miedo escénico como comparsa de ópera en el escenario del viejo Estudio Auditorio bajo las órdenes de Juanjo Brenta, Melitón González o alguna vez, del inmenso Atahualpa del Cioppo, o como extra de la Comedia Francesa en el Solís, empecé a llevar fichas de datos con cada venta a Pluna, a elaborar el report de las aerolíneas que nos daban stock de boletos en las enormes máquinas de escribir de Cielmar y a volar en DC 3 de Pluna a Rivera, en el Constellation de CAUSA a Buenos Aires, en el Fairchild a Asunción o en el Vickers Viscount a Brasil, y llevar grupos a distintos puntos de Argentina en buses que atravesaban el Uruguay en balsa por Paysandú-Colón o con trasbordo vía Expreso Carapachay de Fray Bentos a Gualeguaychú. Cuando se podía, viajar como un duque, con camarote de primera en el Vapor de la Carrera y como gran extra en el bar, tomarme un Criadores o una Doble V. Junto a mi otra hermana, con los primeros pesos ganados compramos el primer 17 pulgadas blanco y negro y por fin, veíamos Bonanza en nuestra casa.

Vendí en el mostrador, ante una platea numerosa con pantalla gigante y negocié en escritorios, pero antes había hecho la primera entrevista periodística de mi vida, la que no llegó a publicarse porque nunca salió la revista. Llegué con las fotos que me había dado el Coco Caruso en aquel 73 a Los Aromos y el Nando me contó, con lujo de detalles, cada uno de los goles que había hecho hasta el momento y a un costado, Manolo Facal sonreía.

Y si bien después me fui al descenso, viví el sueño del pibe, viajando en avión, integrando el plantel de básquet rayado,  de primera división , como compañero del Beto Bomio y los refuerzos del Tuta Larriera y el inmenso Ebers Mera para jugar contra la selección paraguaya en el legendario Comuneros asunceño de bitumen y sin techo.

Mi melena y juventud invitaban a los milicos de la dictadura y a dos por tres, en alguna razzia, terminaba en un calabozo pero una vez se puso brava cuando con El Muñeco y mi hermano, nos interceptaron tres Maverick y terminamos en Inteligencia, demorados, con un julepe que ni les cuento. Yo no sabía nada pero luego al Mono, durante once negros años, cada quince días iba hasta Libertad a verlo y llevarle el "paquete" y de alguna forma, tuve mi aprendizaje.

El amor, los hijos, la vida misma, la familia, ese legado y dulces y amargas, idas y vueltas, aciertos y errores y al lado del Nacho el primer estudio de radio y Pablito Estramín y Yamandú Palacios, Moria y Carmen y senadores y diputados y la primera revista y el Gaúcho de Oro ganador y Horacio Ferrer en el bulín de la calle Ayacucho y Beba Bidart en Taconenado y el velorio del Flaco en El Galpón.

Y Europa y Miami o Montreal, Panamá, Bogotá o Jamaica y Natal, o Recife y Salvador, saltando a La Paz o a Lima, viviendo Santiago y siempre Buenos Aires y San Pablo y Río y ví Blumenau y me sentí muy grande y muy alto, tan alto que el porrazo fue enorme y duró hasta hace bien poco.

Y aviones y barcos y buses y hoteles y estudios  y redacciones y siempre orejano y un día Internet.

Y desde allí, la independencia real y la opinión a diario y el equilibrio necesario para no morir en el intento pero siempre orejano.

Y el amor y los hijos, la vida misma, la familia y una compañera de fierro de casi cuatro décadas y los nietos, en el mundo no hay nada comparable al abuelazgo. Hagan vida sana, cuídense así duran, no se pierdan ese disfrute de tener nietos, son los locos bajitos que le devuelven con creces a uno, lo que haya hecho de bueno en su historia.

Pero en la actividad los diálogos van y vienen y los afectos van y muchas veces no vienen, se mezcla lo personal con lo profesional y hay más de cuatro que me tildan de orate.

Don Manuel Falero, un filósofo de la vida, cuando le decían loco respondía: "puede ser, pero tal vez a mi me curen, en cambio a los tontos mmmmmmm".

Nos vemos (si pasamos el 21).

Antonio

Portal de América