por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
La estupidez (torpeza notable en comprender las cosas) innata más de una vez se impone como factor decisorio por ese motivo, en general el miedo a perder supera al deseo de ganar.
La pregunta sería si el comportamiento conservador es síntoma de estupidez.
A su vez la respuesta a esa pregunta, genera esta otra, ¿qué es más riesgoso, el miedo a perder o el miedo a ganar?
Traje a cuento esta breve disgresión porque parecería que el mundo del turismo está siendo víctima no ya del miedo a ganar, sino a seguir perdiendo.
Ganar o perder siempre es con referencia a algo. Es obvio que si comparamos la cantidad de viajeros con el año 2019, el turismo perdió indecorosamente por goleada. Pero si comparamos este año con el pasado, podríamos hablar de recuperación, y los muy pesimista dirán simplemente “rebote”.
Dicho con respeto, y esto es aplicable a toda la economía, la reacción estúpida es convertir a las dificultades en “crisis”. La diferencia está que las dificultades se pueden superar y las crisis nos devoran.
Asumamos que “la peste” fue y es “pandémica”, esto significa que la humanidad o una gran parte de ella está frente a una enfermedad que con más o menor gravedad ataca a una gran cantidad de personas.
Ahora bien, para calificarla con ese nivel de gravedad ¿a que porcentaje de la población humana debe afectar, un uno por ciento, un cinco, un diez…?
El antecedente de la gripe española en 1918, que contagió a un tercio de la población mundial de esa época y murió el 10% de los contagiados, ocurrió en una era en que el adelanto de la medicina no se puede comparar con su nivel actual.
¿En cuanto se extendió la expectativa de vida en esta centuria? En grandes números podemos decir que pasó de 35 a 79 años.
Hoy mueren en el mundo un promedio de 156.000 personas por día. Me pregunto en qué proporción debe incrementarse es número promedio para poder afirmar el efecto devastador de una enfermedad para calificarla como pandémica.
Los contagios calculados sobre cien mil o un millón no nos dicen nada, si no los comparamos con otros….
A la fecha (16 de junio) según Johns Hopkins University & Medicine, se confirmaron en el mundo 176:353.465 casos. 0,023 % de la población mundial, y 3:814.228 fallecimientos (0,021 % de los casos). Se aplicaron 2.396:554.709 dosis, no confundir con vacunados que pueden requerir dos dosis.
Si comparamos estos números con los de la gripe española veríamos que los fallecidos bajaron del 10% de los casos al, 0,021 %.
Lo que puso en evidencia “la peste” fue la insuficiencia de los servicios de salud de los diferentes países, y la incapacidad política para enfrentar la dificultad planteada por una enfermedad muy contagiosa.
Los gobiernos convirtieron a la dificultad en “crisis” para justificar su propia imprevisión en materia sanitaria, y de ese modo licuar responsabilidad de varias generaciones de gobiernos, sin ponderar que la desmesura en la reacción llevó a una grave crisis económica que de todos modos se venía anunciado desde la crisis del tequila, cada vez con más frecuencia.
Si bien muchas actividades económicas se vieron perjudicadas, donde más se notó el impacto fue en el transporte aéreo y el turismo. Tomando siempre como referencia el año 2019, son 4.500 millones de pasajeros y 1.500 millones de turistas.
Nadie se puso a pensar si esos números fueron sustentables y esos niveles se alcanzaron por motivos económicos o financieros. Es obvio que “la peste” hizo lo suyo, mejor dicho, las decisiones de los gobiernos con motivo de la peste. Muchas de esas decisiones se sustentaron en nuestra “innata estupidez”, y lo que avanzó la medicina en estos años, los retrocedimos en lo que llamaría “cultura sanitaria” a épocas medievales, recurriendo a las “cuarentenas” como medio salvador.
En este breve lapso de 18 meses de “peste” el mundo giró quizás hacia ningún lado, o bien hacia el ritmo que imponen otras culturas ajenas a nuestra esencialidad. Aparecen nuevos imperialismos bajo lo que se está llamando “diplomacia de las vacunas”, y ya hay referencias de que la venta de vacunas se condicionaría a ciertas decisiones de los gobiernos demandantes.
El transporte aéreo y el turismo deberán reflexionar seriamente sobre la necesidad de satisfacer a una demanda sustentable, y de algún modo las bajas tarifas aéreas deberán dejar de subsidiar al turismo.
No digo que se debería girar a un turismo “de saco y corbata”, sino a un turismo sustentable que seguramente se deberá desarrollar en los ámbitos regionales.
La idea de utilizar los nuevos A 321 LR Neo con una radio de acción de más de ocho horas para cruzar el océano Atlántico, nos da una idea de cómo vendrá la mano. Aviones más baratos, con menor costo operativo y de hecho una restricción en la oferta. El modelo XLR permitirá unir Madrid con Brasil y Nueva York, y obvio llegar hasta Buenos Aires, Santiago de Chile y Montevideo con una sola escala.
2019 fue un año tóxico para el turismo y el transporte aéreo, fue más bien otra de las burbujas financieras del sector. Los especialistas en la materia deben dejar de fantasear con retornar a ese pasado, y analizar que esta actividad deberá rediseñarse adaptándola al nivel de gasto de la demanda.
Es probable que el turismo no baje tanto en volumen, sino más bien en la cercanía de los destinos locales y regionales que deberán integrarse con el cabotaje.
También en nuestra región impulsaría el crecimiento económico, y para Aerolíneas Argentinas podría significar una oportunidad.
Para ello la región debería integrase en un territorio y cielo único y a paso redoblado. Esa es una dirección posible.
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