por Damián Argul, desde Carrasco, Uruguay
Era un hombre joven en su primera salida de su ultra-estructurado país. Voló de Ciudad del Cabo a Ezeiza para luego hacer el siempre confuso tránsito con Aeroparque, en el que nunca faltaba un funcionario intentando amargarle el día al más experimentado de los viajeros.
Traía además una caja de folletos sin valor comercial, lo que lo hacía aún más sospechoso.
Experiencias como éstas me convencieron que ofrecer el servicio de recepción y traslado es quizás el servicio más importante que puede ofrecer una Agencia.
Si bien en los últimos tiempos los viajes se han popularizado, igualmente para la gran mayoría de los pasajeros un viaje sigue siendo muy movilizador tanto por lo que deja en su país como por lo que esperan en su próximo destino.
Vale la pena observar las reacciones de los que al salir de Aduana buscando un rostro amigo o el cartelito con su nombre, la alegría cuando lo encuentran o la desazón cuando no.
Lo he experimentado en varios aeropuertos.
En Londres cuando el Mundial de 1966 fui muchas veces a Heathrow a buscar a pasajeros que llegaban en vuelos inter europeos. Eran las mismas caras de Carrasco. Solo cambiaba la forma de saludar con emoción contenida a causa de la “flema inglesa”, que remplazaba el efusivo abrazo latino por un distante Hello!
Otro aeropuerto que frecuenté mucho fue el JFK de Nueva York yendo a buscar grupos durante varios años. Las escenas eran siempre las mismas...
Como los vuelos de Sud América llegaban a la misma hora que el de El Al, algo que nos divertía a mí y otros recepcionistas era descubrir a los agentes del Mossad que trataban de pasar desapercibidos mientras cuidaban la llegada de los pasajeros procedentes de Israel.
El drama en este aeropuerto eran los buses para turistas. Acostumbrado a los buses uruguayos que esperan pacientes cualquier demora, acá los tienen en una nube (en “hold”) vaya saber dónde y no aparecen hasta que los viajeros salen de la aduana. Esto era peor en el World Port de Panam, que como la zona era techada los buses no podían llegar hasta que el último viajero estuviera en la calle. Mientras tanto la procesión me corría por dentro.
Recuerdo que una vez en un caluroso julio ya tenía todo el grupo esperando y el bus no aparecía, llamé y me dijeron que tenía que estar ahí. Tomé un taxi y me fui a recorrer las terminales hasta encontrarlo en el parking de otra terminal. Además me tuve que bancar la furia del taximetrista por haberlo sacado de la fila para un viaje tan corto.
En Miami todo funcionaba bien quizá por la mayor influencia latina. Me parece divertido comentar que en la sala de arribos había monitores que mostraban el recorrido de los pasajeros antes de salir al hall de llegadas, de manera que ya podías ver a quienes esperabas. Pero la filmación fue discontinuada pues mostraba tórridas despedidas que luego provocaban no pocos dramas familiares.
Para cerrar esta reseña abreviada no puedo evitar referirme a las llegadas al Aeropuerto Benito Juárez de Ciudad de México. Nuestros pasajeros viajaban mayoritariamente por Aerolíneas Argentinas que llegaba muy temprano en la mañana. Y con cierta frecuencia el trasladista se dormía.Si eran grupos que llegaban con guía uruguayo no había problemas, pero se complicaba si eran individuales. Esto nos llevó a cambiar las Agencias Receptivas, ya que muchos pasajeros, con razón, no perdonan eso por más bien que le vaya el resto del viaje, ya que “la primera impresión nunca tiene una segunda chance”.
Desde hace un tiempo se ven paquetes turísticos que no incluyen tan fundamental servicio. Mantenerlo parece imperativo aún en este mundo tan despersonalizado.
Portal de América
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