por Jose Luis Hernández desde Orlando, Florida - USAAsí que después del desayuno-almuerzo con que comenzó el día, nos encontramos en camino al complejo especial, que dista unas 80 millas (130 km) de la ciudad de Orlando.
Nos acompañó durante todo el recorrido una representante del KSC, Andrea Farmer, auxiliada por dos voluntarios de la organización del Pow Wow. Andrea supo transmitir su entusiasmo y fascinación por lo que sucede en ese centro, de donde partieron todas las naves del programa especial de los EEUU.
En un lugar como el área de Orlando, que es un gigantesco conjunto de parques de entretenimiento, la parte del KSC que recibe a los visitantes está también organizado como tal. Con la diferencia que la mayoría de lo que se ve, ha hecho gran parte de la historia de la conquista del espacio.
A nuestra llegada, nos estaban esperando dos astronautas, los Sres. Burce Melnick y Robert “ Bob” Springer, con quienes el grupo se pudo fotografiar bajo un gigantesco logo de la NASA.
La primera exhibición a la que tuvimos acceso fue la llamada “ Space Experience” que es un simulador de un despegue en el Shuttle, inaugurado en el 2007. Provisto del mismo tipo de realismo que los simuladores de entrenamiento aeronáutico, confieso que la experiencia me impactó profundamente.
Previo a la entrada al simulador, el grupo recibió un “ entrenamiento” audiovisual impecablemente realizado. Luego, pasamos a una serie de asientos organizados en varias filas, que, de acuerdo a lo que se nos informó, estaba ubicado en la bodega de carga del Shuttle. De hecho, este grupo de asientos tal como está concebido, cabría en ese lugar en la nave espacial, pero por supuesto no podría haber allí ningún ser viviente, porque la bodega no está presurizada.
Después de ajustarnos los cinturones de seguridad, y quedar en la oscuridad total, comenzó una cuenta regresiva en un panel digital. Cuando llegó el momento de la ignición de los motores, comenzamos a experimentar las vibraciones y el movimiento inicial que hace la nave (que en inglés se llama “ twang” y que es una oscilación contenida) y la fuerza de la gravedad, que nos pegaba a los asientos. Por supuesto que esta carga no llegó ni aproximadamente a los 3G (tres veces la fuerza de la gravedad) que experimentan los astronautas, pero el realismo es asombroso. Cuando llega el momento de la extinción de los motores y de la separación de los dos impulsadores adicionales (“ boosters” , que son reutilizados, ya que regresan en paracaídas a la tierra) y por fin, del tanque adicional (que se destruye en el reingreso a la atmósfera) se produce una serenidad total. En ese momento, se abren las puertas de la bodega de carga y se ve una maravillosa vista de nuestro planeta azul….
A la salida de esta grandiosa experiencia, se baja por una rampa en espiral, donde están fijadas las placas que recuerdan todas las misiones del Shuttle. La que por supuesto todavía no está allí es la número 132, ya que la nave está en este momento en el curso de una misión, acoplada a la Estación Espacial. Las placas correspondientes a los últimos vuelos del Challenger y del Columbia están hechas en color oro y todas las demás son plateadas.
De inmediato salimos por un hangar donde está conservado en posición horizontal el cohete Atlas que hubiera sido la misión Apollo XIX, pero que nunca llegó a volar, porque el Congreso de los EEUU canceló el programa, en un esfuerzo por realizar ahorros presupuestales. La enorme máquina, inmóvil para siempre, impresiona por su enorme tamaño y su perfección en todos los detalles. Según nos informaron, el cohete y la cápsula Apollo tienen en conjunto más de 2 millones de partes.
Por fin pasamos a otra exhibición, donde se nos mostraron los hitos del programa que llevaron al alunizaje del Apollo XI, desde las frustraciones del principio, inmediatamente después del lanzamiento del Sputnik y los múltiples fracasos del programa espacial de los EEUU, que en un desesperado esfuerzo por descontar el terreno perdido frente a la URSS, produjo una serie de estrepitosos fracasos, que culminaron con la pérdida de las vidas de los tres astronautas del Apollo I en enero de 1967: Roger Chaffee, Virgil Grissom y Edgard White.
Pero el desafío lanzado el 25 de mayo de 1961 por el Presidente Kennedy, seguía energizando a los EEUU: desembarcar un hombre en la luna antes del fin de la década. Y por fin le llegó el turno a la misión Apollo VIII, que demostró que la hazaña era factible.
Precisamente, esta exhibición tiene lugar en el antiguo centro de control (ahora en desuso) y mientras un audiovisual nos va mostrando el despegue del cohete, los paneles del centro se van iluminando y se oyen las voces de los controladores y en las sillas están los uniformes con los logos de las firmas que participaron en la proeza (McDonnel Douglas, IBM, ATK) en un muy buen show de sonido y luces.
El programa culminó con un recorrido por todos los lugares emblemáticos del KSC relatado por Bob Springer (Bob participó de las misiones STS 30 y STS 32 del Shuttle); así pudimos ver el Centro de Armado de Vehículos Espaciales (VAB – Vehicle Assembly Building), una de las estructuras más grandes del mundo, donde se prepara el Shuttle para su transporte hasta el sitio de despegue por el vehículo transportador especial (“ crawler”) un coloso que se desplaza sobre orugas, cada una de cuyas placas individuales pesa casi 1000 quilos y que se desplaza sobre una pista de piedra molida (no hay cemento capáz de resistir su peso) a media milla por hora (800 mts) consumiendo unos 4 litros de combustible cada 30 cm.
Y por fin la plataforma de lanzamiento, el Pad 39B, desde donde partieron todas las misiones Apollo y después de su modificación, los vuelos del Shuttle. Bob nos contó que es tal la energía generada en el despegue, que después de cada vuelo, la trinchera que la disipa mediante una inyección de agua, siempre recibe daños y debe ser reparada. Además la onda expansiva y el calor podrían matar a un ser humano a una distancia de hasta 1500 mts.
En resumen, una experiencia inolvidable, que ningún amante de lo que es la aventura de la exploración espacial debería perderse.
Muchas gracias Andrea y Bob por habernos transmitido su fascinación por lo que todo esto significa!
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