por Ramón de Isequilla, desde Madrid, @ramonpunta
Durante la actual crisis ha mantenido su estándar de calidad, como también debemos destacar la comprensión de su sistema de financiación en los momentos más difíciles de 2020, difiriendo la cobranza de los créditos en un gesto que es muy valorado por sus fieles clientes.
Segundo, es conocida mi posición sobre las agencias de viaje, defendiendo siempre su rol imprescindible en la cadena de valor del turismo, por más Apps, webs de compra directa y toda la parafernalia digital que quieran vendernos, nada puede remplazar al agente de viajes, a “mi” agente de viajes, sea una gran empresa o la de mi barrio, pues cuando necesito adquirir un servicio turístico, me siento en la oficina o me comunico a distancia y del otro lado hay un profesional que me conoce, que tiene registrado mi historial, sabe qué me gusta y qué me desagrada, pero sobre todo me da la tranquilidad que si tengo un problema, hará todo lo posible por ayudarme o por lo menos consolarme, resumiendo, tener la relación proveedor-cliente en un entorno de confianza mutua.
Dicho esto, aclaro que mis comentarios no son ni críticas ni juicios de valor, que no soy quien para hacerlos, se tratan únicamente del reflejo de una decepcionante sensación personal.
El miércoles de Semana Santa fui a la agencia de viajes del último piso del edificio de Felipe II en Madrid, a organizar un viaje a Alicante para este verano, queriendo contratar tren y hotel. En condiciones normales hubiera realizado la contratación sin más, pero los confinamientos y cierres recientes de comunidades me obligaron a preguntar que pasaba si para la fecha programada tanto Madrid o Valencia cerraban sus fronteras impidiendo mi arribo a destino.
La respuesta fue que cualquier cancelación dependía del hotel y no de la agencia, a lo cual pregunté si no existía un seguro de cancelación, que fue respondido buscando un folleto del cual surgía que el seguro era sólo válido para viajes internacionales, no dentro de España. Esta circunstancia dejaba mi suerte en manos de la buena o mala voluntad del hotel y algún engorroso trámite de reclamo de resultado incierto.
Justamente el rol de “mi” agente de viajes es allanarme esas incertidumbres, potenciadas hoy por los vaivenes de la pandemia, preguntándome a mi mismo: luego de un año, con la caída brutal del consumo turístico donde los clientes son bienes escasos, ¿no han podido establecer un sistema que permita contratar con anterioridad un paquete turístico, (por el cual el agente no sólo recibe su comisión del proveedor del servicio, sino que aparte cobra al cliente por la gestión), teniendo la tranquilidad que si alguna disposición gubernamental impide viajar, devuelvan lo abonado?
Si la agencia no se responsabiliza de nada, no da ningún diferencial, no garantiza nada, para qué la quiero, quizás sea más práctico hacer la compra directamente, más barato y con idénticos riesgos.
El agente de viajes es mi amigo y debe poner como contrapartida a mi fidelidad todo de si para que me sienta protegido y escuchado.
No me preguntaron quién era, si era cliente, ni me ofrecieron ninguna alternativa, me dejaron partir sin más, quedándome el amargo sabor de perder a “mi” agente de viajes, la tristeza de perder a “mi” amigo.
Portal de América
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