por Ramón de Isequilla, desde Madrid
Para los que no conozcáis la historia del Flautista de Hamelin, se las voy a contar en una versión libre, quizás hasta “postmoderna” (palabra que suena muy cool para la progresía).
Había una vez, una aldea (global) que vivía feliz, que se llamaba Hamelin. Sus habitantes estaban felices, porque estaban pasando los efectos de la peste de los hermanos Lehman que los había asolado, empezaban unos más, otros menos, a recuperarse.
A raíz de la peste, muchas casas habían quedado vacías, muchas obras interrumpidas, y los habitantes de Hamelin no tenían dinero ni crédito para comprar casas donde vivir.
Fue en ese momento cuando el Alcalde de Hamelin, personaje muy global y progresista, que había indultado a los responsables de la peste, se dio cuenta, que los sótanos de la ciudad global, estaban llenos de ratas. Estas ratas estaban muy gordas, por todo lo que habían comido durante la peste, a costa de los pobres habitantes de la aldea global.
Fue entonces, cuando llegó un flautista, que estaba legitimado por un Virrey jordano, al nombrarlo miembro del círculo selecto de los comerciantes más prestigiosos de la aldea. Este flautista prometió al Alcalde, que con su música, haría que las ratas utilizaran su comida robada, para crear un solido mercado de alquileres y gracias a un Apparatito maravilloso que el tenía, los turistas que llegaran a Hamelin podrían alquilar casas evitando los “molestos” hoteles que los habían alojado toda la vida.
La solución propuesta por el audaz flautista fue todo un éxito, se inundó el mercado con alojamientos para turistas, que en un click disfrutaban de la aldea por un par de días.
Pero resultó, que los habitantes de Hamelin, que habían perdido sus casas durante la peste, no tenían cabida en este nuevo sistema y seguían dependiendo de la escasa oferta de los pequeños propietarios particulares, en síntesis, nada había cambiando para ellos.
El éxito del Apparatito, la codicia del flautista y la inoperancia del Alcalde, crearon una nueva situación. El flautista, en su ambición, ya no ejecutaba su música en los sótanos para las ratas, empezó a hacerlo en la calle para los dueños de las casas donde vivían los sufridos habitantes de Hamelin.
La nueva canción era muy linda, para qué alquilar a una sola persona todo el año si pueden hacerlo a muchos turistas y ganar mucho más dinero y con el Apparatito es facilísimo, no hay que hacer nada, sólo cobrar.
La codicia, la comodidad, y la estulticia hicieron su trabajo, el resultado es conocido por todos, los sufridos aldeanos tuvieron que mudarse a la periferia, pues sus caseros eran ahora empresarios cuasi hoteleros, que con una soberbia campesina, renegaban de sus clientes naturales y de los cuales habían vivido toda su vida y se deslumbran por los carriones, que día y noche entraban a sus portales, sin importarles los problemas de convivencia, la degradación de los barrios, el no pagar impuestos, mientras bailaban sobre la tapa de un piano (bailaban es un eufemismo).
Resultó entonces que el flautista se convirtió en una peste para los sufridos aldeanos que habían sobrevivido la peste anterior, y su dominio sobre Hamelin parecía eterno.
Pero un día a la aldea global de Hamelin llegó otra peste, esta era en serio, no robaba como la primera, ni expulsaba como la segunda, esta mataba.
La situación la conocéis, a las 0 hora del 17 de marzo se acabó el turismo en España, las consecuencias a la vista, pérdida de fuentes de trabajo, costo de millones de euros, y resulta, que los valientes y visionarios propietarios de viviendas de Hamelin, decidieron abandonar al flautista y volver a intentar alquilar sus viviendas en forma permanente a los recontra sufridos ciudadanos de la aldea global.
Esperemos estar vacunados “el día después”, que llegará indefectiblemente, contra nuevos flautistas que afinan sus instrumentos y ratas que afilan sus dientes para quedarse con los despojos de una sociedad ingenua.
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