La desconexión digital es el nuevo lujo
Martes, 27 Mayo 2025

La desconexión digital es el nuevo lujo

Como periodista freelance, soy incapaz de planificar una escapada sin saber que el wifi está tan presente como las margaritas. Y no hablo de las flores.

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por Marita Alonso, Condé Nast Traveler

Una columna de opinión que abogaba por no pedir el wifi durante los vuelos, romantizando el periodo del viaje como si este fuera un idílico paréntesis en el que desconectar de todo, me enfadó. Me irritó. Me puso de los nervios, vaya, sobre todo cuando vi cómo lo compartían algunas personas que presumen de no mirar nunca el correo ni presentar atención al teléfono. Aclaro que incluso la música del Telediario es capaz de sacarme de quicio, por lo que soy consciente de que el problema lo tengo yo, pero hoy no venimos a hablar de mi histeria (invito a cualquier institución a analizarme), sino de lo vital que es para los autónomos tener que trabajar entre las nubes, en una playa o en ese hotel en el que lo último que querrías hacer es abrir el ordenador.

La desconexión digital es un lujo al que me temo que pocos podemos recurrir, especialmente los que tenemos que vivir pegados al correo electrónico. Eugene Healey, creador de contenido y analista cultural, explica en su perfil de TikTok que poder estar offline es el nuevo lujo. “Ahora consideramos que internet es un lugar en el que hay que estar, porque nos conecta con nuestros amigos, nos ayuda a avanzar en nuestras carreras y se encarga de que estemos consumiendo los productos que la sociedad considera que necesitamos para ser cool. En esta cultura de la sobreexposición, el mayor lujo es ser invisible”, dice.

Desconexión digital: una utopía

“Eres una nómada digital”, me dijeron en un viaje de prensa en el que mientras mis compañeros tomaban el sol, yo estaba siendo MUY visible al compartir datos con mi teléfono para poder entregar uno de esos textos que no me harán jamás valedora de un Pulitzer y para qué negarlo, me permiten poco más que pagar Netflix. Como “nómada digital” es un término que odio casi tanto como las denominadas ‘workcations’, esas trampas del capitalismo en las que, por cierto, vivo presa, me puse en contacto con una periodista a la que estoy segura no se le caen los anillos si tiene que sacar el ordenador en un todoterreno en medio del desierto.

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¿Vivimos esclavos del wifi? Rotundamente sí. La desconexión digital es el nuevo lujo. Daria Mamont/ Unplash

“Dicen que cuando pasas más de seis meses en un sitio ya no eres nómada digital, pero difiero completamente del concepto. En mi caso, llevo dos años en Lisboa con idas y venidas, pasando semanas y meses fuera y viviendo apenas con un par de maletas, dejando cosas allá donde vivo. Sí que me defino como nómada digital porque trabajo en remoto sin acudir a una oficina ni en un país fijo, solo necesito wifi o datos en el móvil, y un escritorio. Aunque a veces, ni eso”, asegura la periodista Paula Martíns.

Y podría quitar lo que viene a continuación, pero me niego. “Lo mismo hoy estoy en Portugal, que mañana en Italia, o lo mismo trabajo hoy desde una cafetería que mañana sentada en la playa. A ti hasta te he visto preparar una entrevista buscando la sombra tras visitar el jardín botánico de Madeira”. No exagera. También he hecho una entrevista tirada en el suelo de la cafetería del tren, otra a gritos en la ruidosa estación de Atocha y paralizando un intento vacacional para hacer una entrevista por Zoom con un actor de Hollywood.

Pero como aclara Martíns, es necesario parar. “Hay que buscar momentos para pulsar el off. Por supuesto que no ir a una oficina para mí supone un privilegio. Ser nómada digital tiene multitud de ventajas, y es una manera preciosa de vivir la vida, está claro, pero al mismo tiempo hay un lado oscuro: la mayoría de los nómadas digitales somos freelances, por lo que al carecer de un horario fijo, no llevamos bien el descanso, nos sentimos culpables si no adelantamos tareas o tememos estar perdiéndonos algún WhatsApp de trabajo. Me encantaría decir lo contrario, pero el tiempo es sinónimo de dinero, lo cual implica tener que hacer un esfuerzo casi sobrehumano en generar conexiones reales (con el entorno, lo que está por conocer, y también por las personas) dejando a un lado el trabajo”, asegura.

La elección de un hotel

Por eso, cuando busco un lugar en el que hospedarme, me aseguro de que tenga dos cosas. Para comenzar, gimnasio. No pongas esa cara: me podría haber dado por algo peor y saber que durante ese tiempo puedo “desconectar”, aunque sea porque estoy deseando mi muerte mientras sudo, me salva la vida. Por descontado, me aseguro de que haya un espacio cómodo en el que trabajar. Sí: incluso si estoy de vacaciones.

En mi cabeza soy un doctora que está de guardia 24/7, aunque en realidad, tendría que estar rodeada de guardias 24/7 y la urgencia real de mi trabajo podría medirse en cero unidades. Pero otro día hablamos de las prisas y exigencias que rodean a esta profesión. Por eso, al viajar a Oporto no dudé en visitar The Social Hub Oporto. “Contamos con salas de reuniones totalmente equipadas y espacios para eventos que van desde encuentros de dos personas hasta fiestas en la azotea para 60 invitados. Ya sea un taller, un evento corporativo o una quedada creativa, nuestros espacios flexibles e inspiradores están pensados para dejar huella”, comenta el equipo durante mi visita.

“Desde áreas de trabajo abiertas hasta una programación cultural variada y una terraza que invita a conectar con vistas, cada rincón del hotel está diseñado para fomentar la colaboración, encender ideas y unir a las personas de forma significativa”, explican. Porque como alguien que tuvo que hacer la mencionada entrevista por Zoom con un icono hollywoodiense empleando la mesa de noche del hotel como escritorio, dejando como vista de fondo un lúgubre patio interior, puedo asegurar que buscar hoteles con espacios especiales por si necesito trabajar es esencial.

Tanto como que el desayuno buffet tenga huevos revueltos. Mini punto para la gula, un sentido ‘lo siento’ para la OMS. Es por eso por lo que en alguna ocasión en la que sé que voy a tener que poner en marcha reuniones importantes por Zoom o entrevistas relevantes, no me importa recurrir incluso a los espacios más especiales de hoteles en los que prima la calma. Es el caso de Mercer Barcelona, que en sus suites tiene unas mesas de trabajo increíbles. Soy consciente de que hay quien le pide al lujo jacuzzis y caviar. Yo, poder trabajar con comodidad y en el caso de que tenga que organizar videollamadas, saber que el interlocutor va a apreciar en lugar en el que me encuentro. Habrá quien crea que es algo clasista y no voy a llevarle la contraria, pero las impresiones cuentan y si prefiero estar en una suite cuando alguien que tiene una estrella en el Paseo de la Fama me ve a través de la pantalla a que me encuentre agazapada junto a la mesa de noche, no voy a disculparme.

La azotea de The Social Hub Oporto.
La azotea de The Social Hub Oporto invita a la desconexión digital (pudiendo volver rápidamente). The Social Hub Oporto

Por su parte The Social Hub Oporto cuenta con rincones tranquilos para trabajar o reflexionar y zonas comunes llenas de vida donde las conversaciones y las ideas fluyen de forma natural. “Creemos que una estancia enriquecedora significa tener la libertad de desconectar cuando lo necesites, pero también dejarte inspirar por la energía que te rodea”, dice el equipo del hotel, que cuenta con planes de coworking flexibles –desde pases diarios hasta oficinas privadas– que se adaptan a diferentes estilos de vida y necesidades profesionales, haciendo fácil trabajar, conectar y crecer en un entorno tan social como productivo.

Paula Martíns explica que por su parte, se ha aficionado a los hostels. “Además de económicos, hay muchos nómadas digitales trabajando en sus cafeterías o cocinas. Algunos empiezan temprano, como yo, y otros tienen el trabajo de tarde porque trabajan para otros países fuera de Europa, por lo que también engancho horario con ellos y me motiva. En otras ocasiones, dependiendo del destino, he ido a Airbnbs o a hoteles modernos (The Social Hub, por ejemplo, cuenta con espacios de coworking, también los Moxy de Marriott) que me garanticen buen wifi y un escritorio. Aún así, como el propósito es teletrabajar y viajar, antes de llegar a cada destino clavo chinchetas en Google Maps con las cafeterías de especialidad de la zona donde me aloje, y una vez allí, pregunto por más. Esas nunca fallan, y tienen siempre más trabajadores con sus portátiles y los cascos puestos”, explica.

Aclaro que le saco unos 205 años, por lo que en mi caso, los hostels no son una opción. Pero ya os he dicho que he hecho entrevistas en el suelo del tren y que al mismo tiempo soy capaz de coger una suite para poder trabajar tranquila, por lo que quién sabe con qué giro puedo sorprender en mi siguiente escapada…

Por eso me enerva ver cómo según qué personas que precisamente no son las que viven alejadas en el monte, sino que presumen de alma urbanita, dicen con orgullo no tener WhatsApp. Porque ellos ostentan el privilegio de no necesitar estar pendientes de los mensajes porque son conscientes de que quien de verdad quiera recurrir a ellos será capaz de adoptar otras formas de mensajería. Lejos de ser una declaración de intenciones, su voluntad off, relativa y selectiva, responde más a un capricho que a un acto casi combativo.

El denominado turismo de desconexión gana adeptos, y a mí se me eriza el vello del brazo al pensar en no tener cerca el móvil, y no precisamente porque quiera ver Instagram. Aunque tampoco creo que sea delito fantasear con ver atardecer en una cama balinesa mientras paso un rato pegada a las redes sociales, leyendo un libro y bebiendo un buen vino. En definitiva, siendo autónoma, creo que sin wifi, no hay paraíso o en mi caso, sin duda, no hay cheques. De hecho confieso que cuando en la tercera temporada de The White Lotus invitan a los huéspedes a dejar sus teléfonos móviles apartados hasta terminar las vacaciones, sentí un pinchazo en el corazón. Y no fue por ver a Patrick Schwarzenegger, aunque esto último no lo puedo confirmar.

Portal de América

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