Cruzando el Atlántico: 11 días en manos del océano
Jueves, 11 Enero 2024 10:47

Cruzando el Atlántico: 11 días en manos del océano

Atardece en Lisboa. En Lisboa siempre está atardeciendo, podría haber dicho Fernando Pessoa, el más grande poeta portugués. Y cuando se encienden las luces de la ciudad, de esta hermosa ciudad, el barco zarpa. Europa se desvanece, por delante once días de navegación cruzando el Atlántico a bordo del Norwegian Viva, de Norwegian Cruise Lines.

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“En el mar todos somos iguales”, diría Joseph Conrad, así que toca empezar a familiarizarse con los términos náuticos: proa, popa, estribor, babor. En este barco no hay lobos de mar ni garfios. Pero todos queremos saber qué encontraremos en mitad del océano.

LLEGADA A LAS AZORES

“A las tres de la mañana del veintiuno de junio, nos despertaron y nos notificaron que las Islas Azores estaban a la vista. Les dije que, a las tres de la mañana, a mí no había isla que me resultase interesante”, así describía Mark Twain en su libro Guía para viajeros inocentes su llegada en barco a las Azores.

Cruzando el Atlntico 11 días en manos del ocano

Cruzando el Atálntico 11 días en manos del océano

Nosotros llegamos a media mañana a estas islas de origen volcánico, formadas hace más de ocho millones de años, donde confluyen tres placas tectónicas: la africana, la norteamericana y la euroasiática. Su nombre viene del azor, un ave rapaz que habita estas costas. Los primeros en descubrir la abundante vegetación de estas islas fueron los portugueses en 1427 y hasta la fecha las islas pertenecen a Portugal. Aquí, en Azores, está la montaña más alta del país, la montaña del Pico.

Montañas pinadas, vacas y acantilados, muchos acantilados, aguas termales, prados verdes, humo de las termas, las Azores son verdes y frondosas. Cuando cae la noche cae el misterio sobre las islas. Un manto gris opaca la vista. Niebla, mucha niebla. Lo cubre todo. No ves más allá de diez metros. Estas islas volcánicas se cubren de niebla y misterio al caer la noche.

DÍAS EN ALTA MAR

El mar gana fuerza. Salimos de Azores y nos adentramos en las profundidades. Cuatro mil metros ponen a prueba la talasofobia. El miedo al mar, al océano y sus profundidades. En seis días llegaremos al Caribe, seis días sin tocar tierra.

El primer día en mar abierto las olas hicieron presencia, golpeaban el barco y tambaleaban la vida de su interior. Hasta seis metros de ondulación que agitaron y marearon a los tripulantes. Sin embargo, la actitud de los cruceristas es tan pertinaz que no cesaron las partidas de dominó, ni el trivial, ni los copiosos bufets, ni las apuestas en el casino. El barco se mecía al ritmo del Atlántico y en su interior, la vida, algo movida, se abría camino.

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El capitán recalibró la ruta y recuperamos el sosiego. Agua por todos lados, como si fuéramos un pedazo de tierra a la deriva, una isla. El cielo por todos lados. A ritmo de 20 nudos (40 kilómetros por hora), cortamos el océano Atlántico, lo que en otros tiempos llamaron “el paso de en medio”. Y no se puede no imaginar cómo eran aquellos cruces transatlánticos de los últimos siglos: sin pronóstico del tiempo, sin certezas de encontrar el destino, sin camarotes amplios y espaciosos, sin comida fresca, sin fruta. Con la vana esperanza de encontrar indios y especias al otro lado, de encontrar tierra. Cada vez que pienso en estos cruces de hace siglos me como una fruta, por eso de prevenir el escorbuto.

Una vez habituado a los vaivenes del mar, el crucero tiene mil y un entretenimientos, la vida en el barco no se detiene. Hay un restaurante italiano, uno especializado en carnes, otro en pescados, un mexicano, una plaza de comidas con puestos indios, orientales, tapas y sinfín de opciones. Hay un bar para tomar cerveza y ver deportes, otro para degustar wiski, otro para relajarte a la hora del café. Hay un Starbucks. Hay un tobogán que recorre el lateral del barco. Hay, incluso, en lo más alto del barco, una pista de Karting. En Norwegian Viva puedes navegar y conducir a la vez. También hay actividades para la gente que viaja sola, para niños, para familias. Hay infinidad de shows en el teatro, hay un casino, hay galerías de arte, hay piscinas y jacuzzis y hay mucha gente dispuesta a pasarlo bien.

Quizá uno de los mejores momentos de los días en alta mar sea el atardecer. En un barco, a merced de las olas, hay mucho tiempo para pensar. Pero es en el atardecer donde se encuentran todas las respuestas a esos pensamientos recurrentes. La metafísica del atardecer, que convierte todo en algo irreal: tan posible que haya un Dios como que seamos hijos de una explosión cósmica originada por quién sabe qué. Tan posible que haya vida después de la muerte como que no la haya. Las olas abrazan el sol, que se esconde rápido, afanado en llevar respuestas a otras partes del mundo. Tantas preguntas y una respuesta en el ocaso: ninguna respuesta es suficientemente importante. Y ya es de noche. Y nada se ve. Tampoco, claro, las lejanas orillas. El mar siempre ayuda al sueño. El arrullo de las olas y el balanceo mecen el descanso y disipan el día. Continúa la navegación. Los días se suceden. El mundo está detenido.

Llegan los pájaros a las ventanas y es síntoma inequívoco de que hay tierra cerca. Sobrevuelan nuestro navegar igual que el calor hace presencia: llegamos al Caribe.

isla Virgin Gorda.

Isla Virgin Gorda. Alamy

ISLAS VÍRGENES Y REPÚBLICA DOMINICANA

Llegar al Caribe es llegar al calor, a las palmeras, a las camisas, a las chanclas y a las historias de piratas. Cuentan que, en estas Islas Vírgenes, el pirata Barbanegra tenía su base. Que desde aquí asaltaba buques de cualquier bandera a principios del siglo XVIII. Y en estas mismas aguas plagadas de barreras de coral que dificultaban la navegación hace tres siglos, hoy podemos hacer snorkel. Y nadar junto al pez payaso, el pez globo o la imponente barracuda, que nada a nuestro alrededor con una calma inquietante. También puedes hacer kayak o navegar un catamarán.

De las Islas Vírgenes estadounidenses a una de las cuatro grandes islas del Caribe: la Española. Esta isla la comparten Haití y República Dominicana. En la época colonial fue mitad francesa, mitad española. Y es en la parte española donde se construye la primera universidad de América, en 1538, antes incluso que Harvard (que se construyó en 1542). República Dominicana es el único país del mundo con una biblia abierta en el medio de su bandera, y así explican los dominicanos que no hayan llegado ni huracanas ni terremotos en los últimos años. Tierra de ron y buen tabaco. De playas por doquier. De sonrisas prestas y aguas mansas.

Navegar por el mar Caribe es como navegar por un lago. Aguas poco profundas y en calma. Y ya nos dirigimos a Miami, la última parada. Último día a merced del mar. Nos despedimos de una experiencia transatlántica. Después de once días cruzando el Atlántico podemos decir que ahora sí tenemos alma de proa.

Portal de América - Fuente: Condé Nast Traveler

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