Es de sobra conocido lo que ganan los comandantes en Ryanair y EasyJet, y lo que cobran en el resto. El trabajo no deja de ser el mismo. Y las aerolíneas tradicionales son más que conscientes de ello, y de cómo está el mercado de pilotos en paro.
Pero entrar en el terreno de pilotos mileuristas es más que peliagudo. La profesión merece un obvio trato especial, por las exigencias que existen para convertirse en profesionales, y por una presión a la que pocos trabajos están expuestos.
La alternativa que vienen tomando algunas aerolíneas tradicionales es tratar de igualar el coste por hora de sus pilotos con el de las ‘low cost’, para lo que alargan horarios más allá de lo aconsejable. Y lo grave es que esta sea quizás la medida más aceptada.
Endurecer la vigilancia a pilotos en cuanto amenazan con una huelga es un acto que da escalofríos. La ola de sanciones de las últimas semanas en dos aerolíneas españolas supone el último capítulo de esta costumbre. Las autoridades competentes ya estudian el caso. Pero históricamente ha existido una especial sintonía entre la administración y los dueños del negocio aéreo. El resultado es que nadie –casi nadie– alza la voz contra este despropósito.
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