por Fernando Urrea

Ahí está el caso de San Javier, que enlaza todo el litoral murciano, especialmente la Manga, con mercados de Reino Unido y Alemania, además de ciudades españolas. En la fachada se ven pancartas: “San Javier no se cierra”. A pocos kilómetros se está construyendo un superaeropuerto y el de Alicante está a media hora de automóvil y con autopista. La pregunta es si es necesario otro para el volumen de tráfico de la zona.

Desde un punto de vista ideal, lo lógico es que cada provincia  turística tuviera sus propias instalaciones aeroportuarias. Tenerife tiene dos  en la misa isla. Y políticos locales y empresarios justifican la construcción por considerarlo sobre el papel factor fundamental de dinamización, competitividad y apertura de mercados. Pero no saben o no quieren decirlo si el coste de instalaciones y mantenimiento supera los hipotéticos beneficios, teniendo en cuenta, en el plano turístico, que la temporada en la Península y Baleares no pasa de seis o siete meses y que el volumen de tráfico que da la rentabilidad o el equilibrio se reduce a tres meses de verano.

Es discutible la idea de aplicar el concepto de low cost a determinados aeropuertos, pero tal y como está el panorama, quizá convendría plantearse si hay que mejorar y aprovechar lo existente antes de emprender aventuras inciertas como en Ciudad Real, Castellón o Antequera. Pero, además, ni bajo ni alto coste si no hay aviones, si no hay pasajeros, si no hay turistas. A Pepe Blanco le ha faltado decir que antes de potenciar esos aeropuertos hay que potenciar el turismo que vaya a utilizarlos.

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