por Lluís Mesalles

Casi ningún país puede permitirse hoy en día de prescindir de la actividad turística. Lo que si muchos hacen es impedir a sus propios ciudadanos de viajar a conocer otras opciones, e intentan mantenerlos ciegos e ignorantes. Ajenos a las realidades del mundo, encarcelados en sus propios países. Los únicos autorizados a viajar, en esos pocos casos, son los lideres, para quienes ninguna de las restricciones aplicadas a su pueblo, les son aplicables.

Un país sin turismo será un país de misterio, del que pocos saben algo, pero que tampoco quiere saber nada de los demás. Un país sin turismo es un país de cerebros mutilados, entrenados a recibir de forma hipnótica los mensajes de sus autoridades, que les aconsejan no dejarse llevar por los cantos de sirena de otros, otros imperios, otros sistemas, otros paraísos.

Antiguamente los pueblos conocían a sus vecinos mediante las guerras que frecuentemente aplicaban su violencia entre bandos, religiones y culturas, diezmando pueblos, incitando al pillaje justificado, por el simple razonamiento que la prosperidad suele ser mal habida. Si el otro tiene más que yo, no será porque se haya esforzado mas, sino porque lo ha robado. Una actitud que aun reaparece con cierta frecuencia con ataques a turistas, por el solo hecho de que tienen algo que nosotros no tenemos.

El turismo ayuda a la formación del pueblo. La comparación de filosofías y culturas permite mejorar y sustentar los criterios más opuestos. Una formación del criterio autónomo que no siempre es bien recibida por los poderes establecidos. Y si alguien se interesa por ver otras cosas, o se le convence o se le etiqueta como traidor a los ideales de la patria.

Todos los países merecen practicar el turismo. Es un derecho de la humanidad, un derecho que desgraciadamente aun no es obligatorio.

Portal de América - Fuente: www.boletin-turistico.com