Génesis de mi visión crítica de la economía del turismo
Domingo, 19 Junio 2011

"Nuestras guerras son territoriales. Los hombres se han asesinado desde siempre los unos a los otros por una franja de tierra" (George Steiner). Autopsia es un término que no suena bien, se usa solo para referirse al examen anatómico de los occisos que hacen los forenses por mandato judicial. Pero su significado es más amplio. La macabra palabra es un neologismo de origen griego que significa visión personal (auto = propia + opsia = visión).

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por  Francisco Muñoz Escalona

Aclarado el significado de la palabra puedo decir que mi visión personal, mi autopsia del turismo, tuvo todos los ingredientes de una auténtica revelación. Porque, en efecto, mi personal forma de entender la economía del turismo, primero como teoría y luego como actividad, nació de una forma repentina y también inesperada, del resultado imprevisto de mi agónica traducción de un ensayo de carácter antropológico del erotólogo francés Georges Bataille (1897– 1962). Me estoy refiriendo a La parte maldita. No conocía pero sí al autor, del que ya había leído El erotismo, una obra que luego supe que era la continuación de La parte maldita. Tuve noticia de ella por una revista de vida muy fugaz, Mayo, fundada por el PSOE en los albores de la Transición y cuyo director y fundador fue un colega mío, Miguel Muñiz de las Cuevas, compañero de curso en la facultad de económicas de Madrid.

En un número de esa revisa venía un artículo de José Manuel Naredo, el conocido eco-ecologista integral, para quien Bataille es un ejemplo de lo que él vino en llamar economía fisicalista aunque bien pudo llamarla con más propiedad economía fisiocrática. Traduje La parte maldita con gran esfuerzo lo que me llevó a rumiar muy pormenorizadamente su singular, inesperado y heterodoxo contenido. No quisiera ser demasiado prolijo, pero es necesario que les diga que Bataille muestra en esa obra su convencimiento de que el mundo que habitamos padece de una sofocante abundancia debido a que recibe desde sus orígenes un chorro inagotable de energía solar gratuita. Se trata según Bataille de un regalo envenenado porque eso obliga a la Tierra a defenderse sin pausa, una defensa que consiste en la metabolización de la energía por medio de dos fórmulas desesperadas: la fotosíntesis del mundo vegetal y la depredación del mundo animal. Ambos fenómenos están a pleno funcionamiento desde que existe la Tierra y seguirá así mientras siga recibiendo el chorro de energía solar, pero sin conseguir absorber toda la energía recibida y por ello siempre queda un excedente de difícil gestión. Ese excedente inmanejable es “la parte maldita”, la que ha de ser dilapidada. Solo ha dios formas de dilapidación: una forma placentera (el goce y el disfrute) y una forma traumática (guerras, terrorismo). Una u otra forma se materializa inevitablemente cuando el espacio disponible (la superficie terráquea) es insuficiente para absorber la presión de la energía sobrante. El problema se presenta porque el territorio de la Tierra es limitado.

Si, pertrechados con esta evidencia pasamos de la física a la cultura, podremos comprender en profundidad que, como la Tierra es limitada, la presión de la energía obliga permanentemente a la especie humana a aumentar el espacio disponible para evitar que esa presión sea insostenible.

Esa es para Bataille la razón que explica que las sociedades humanas se afanen en conquistar nuevos territorios y en aumentar el espacio disponible por medio de la tecnología (construcción de nuevos espacios subterráneos y aéreos). Sobre todo cuando en el caso de sociedades empeñadas en transformar la energía en riqueza. Incluso puede entenderse perfectamente por qué las sociedades desarrollistas se afanan por conquistar espacios extraterrestres.

Pues bien, en pocas palabras, este es el extraño, singular y fértil pensamiento de Georges Bataille que a mí me fascinó allá por los primeros años ochenta del siglo pasado hasta el punto de abrirme nuevos horizontes en mi afán por comprender la civilización.

La obsesión de la humanidad por producir (aumentar la oferta de) espacio disponible para la vida, bien por la violencia (guerras de conquista) o por la tecnología (construcción de superficies adicionales) se me ofreció de repente bajo la evidencia incontestable de la escasez suprema (real o potencial) de territorio que padecen todas las formas de vida existentes para crecer y multiplicarse inherente a su naturaleza o en cumplimiento del mandato que la Biblia atribuye a Yahvé.

Porque el razonamiento de Bataille sostiene que en la Tierra solo es escaso el territorio y que, como consecuencia de la superabundancia de energía, existe una superabundancia de materia. Recordemos que Eisntein descubrió que la energía equivale a la materia sometida a los efectos de la velocidad de la luz al cuadrado. Por eso Naredo, que acierta al decir que Bataille es fisicalista se equivoca diciendo que es un ecoinomista ya que Bataille, al negar el principio de la escasez, desarrolla un pensamiento antieconómico.

Pero vayamos a lo nuestro: ¿Hay formas no violentas al alcance del hombre para aumentar la disponibilidad de territorio al margen de su aumento por debajo (subterráneos) y por encima (edificios en altura) de la tierra?

Tan insólita pregunta fue la clave que provocó en mi mente lo que he llamado una auténtica revelación, revelación que originó una profunda revolución teórica en mis convicciones de economista hasta entonces convencional.

Esta revelación junto con una larga experiencia en el análisis microeconómico de numerosas actividades productivas y con el dominio de las técnicas propias del análisis coste-beneficio me llevaron a desarrollar la nueva visión. Sus resultados han sido expuestos en artículos de revista, en ponencias presentadas a numerosos congresos nacionales e internacionales y en libros publicados en la red.

La remoción que el pensamiento de Bataille y mi formación como economista investigador y consultor me llevaron a darme cuenta de que las grandes turoperadoras internacionales ofrecen a sus clientes la posibilidad de vivir en países diferentes al propio, aunque sea solo pasajeramente, y a precios realmente tan ajustados que dan lugar a una demanda masiva. Porque no cabe la menor duda de que esas empresas ponen a disposición de sus clientes, de forma pacífica, grandes superficies de territorios ajenos y, por si fuera poco, a precios progresivamente más bajos, lo cual hace que cada vez sean más los que se benefician de tan inusitada oferta en detrimento de los intereses de los países que solo cuentan con su espacio como recurso escaso explotable.

Los clientes de las turoperadoras, localizadas en los paíse ricos, pueden comprar a precios muy ventajosos el único recurso verdaderamente escaso que hay en la Tierra gracias a su inmenso poder de mercado y a la sobreabundante oferta de servicios facilitadores  que existe en los mal llamados países turísticos.

Vista así la cuestión del turismo, todos sus fundamentos deberían ser reordenados a la luz del tsunami teórico de la nueva visión. Una reordenación que debería proponerse una profunda y sólida revalorización del territorio de los países pobres, sobre todo de aquellos cuya única riqueza es su inmensa disponibilidad de espacio. Para conseguirlo debería de cambiar radicalmente la estrategia inversora convencional, la cual ha sido auspiciada por los países más desarrollados en su propio beneficio y en detrimento de los intereses de los no desarrollados, los cuales deberían ir más allá de ofrecer servicios facilitadores (básicamente de hospitalidad) y auspiciar una decidida inversión en turoperadoras propias para poner en valor su oferta de espacio.

Es obvio que los países que se ven forzados a han ofrecer su espacio en el mercado de turismo deberían ir más allá de la venta de hospitalidad y desarrollar el negocio turoperador con el fin de poner en el mercado productos acabados aptos para su consumo inmediato. Es decir: deberían desarrollar una producción y comercialización propia de programas de estancias si aspiran a sacar todas las ventajas de su disponibilidad de espacio. Nadie como quienes viven y trabajan en esos países está en mejores condiciones de hacerlo que ellos. Si lo hacen así será cuando consigan apropiarse de la mayor parte del valor añadido de la actividad. Si lo siguen haciendo como sostiene el modelo convencional tendrán que compartirlo con las turoperadoras extranjeras. Dicho de otro modo: para que los hoy mal llamados países turísticos sean turísticos deben producir el turismo que los países desarrollados producen con sus recursos.

¿Que la propuesta no es fácil de realizar? Naturalmente que no lo es. Pero solo si lo hacen así los países que dependen dramáticamente del turismo conseguirán explotarlo en beneficio propio, evitando en lo posible limitarse a vender servicios auxiliares a las empresas extranjeras.

Portal de América - Fuente: www.boletin-turistico.com - Imagen: www.tourcbcn.wordpress.com

 

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