Confesiones (irreverentes) de un crucerista empedernido
Martes, 14 Junio 2011

Confesiones (irreverentes) de un crucerista empedernido

¿Sabía que un barco de crucero dispone de morgue y de calabozo? ¿O que en alta mar se pueden adquirir en subasta obras de Picasso y Dalí por menos de 6.000 euros? Le servimos en bandeja unas pequeñas dosis de 'kitsch' salpimentadas con anécdotas y curiosidades a bordo.

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por Celia Rivera

Dicen de los cruceros que son ciudades flotantes y es cierto. Aquí se lo vamos a demostrar. Los barcos que surcan los mares y océanos del planeta con miles de pasajeros a bordo cuentan con cines, restaurantes, piscina, gimnasios y spas, discotecas, rocódromos y planetarios, teatros, hospitales, morgues y calabozos. Sí, sí, ha leído bien.

Si un pasajero enferma, todos los barcos de crucero llevan a bordo un médico e instalaciones hospitalarias, aunque limitadas y que varían según la compañía. El Queen Elizabeth 2, por ejemplo, dispone de quirófano y equipo completo de cirujano, enfermeras y ATS. Eso sí, ya advertimos que todo lo que se ofrece fuera del Todo Incluido tiene un coste -y muy elevado-. Por lo que, si durante el viaje va a precisar de atención médica, comuníquelo antes de efectuar la reserva y provéase de un buen seguro médico que cubra todos los gastos.

                                                                       
Y en el caso de que el enfermo pase a mejor vida durante la travesía -nada más lejos de nuestros deseos-, las leyes obligan a llevar al difunto al puerto de origen, por lo que el barco cuenta con una cámara especial para estos casos. En cuanto al calabozo, algunos barcos disponen de un pequeño espacio para el confinamiento de pasajeros descarriados hasta que puedan entregarlos a las autoridades. Aunque otros se limitan a poner a personal de seguridad ante la puerta del malhechor y dejarlo cerrado en su camarote.

Detalles 'kitsch'

Basten estos apuntes un tanto sórdidos como preludio de lo que verdaderamente salpimenta un crucero: todos esos detalles kitsch que horripilan el primer día pero que se buscan con fruición al tercero. Porque los cruceros son así, adictivos e ideales para perder el miedo al ridículo. ¿Que le entra la risa al entrar a su camarote y encontrarse la toalla de baño con forma de elefante a los pies de la cama? Al día siguiente, cuando su camarero le haya dejado como regalo otra toalla limpia con forma de mono colgando del techo, le faltará tiempo para sacar la cámara e inmortalizar al primate de 100% algodón desde todas las perspectivas posibles.

Qué decir de los buffet. Los hay para desayunar, almorzar, comer, merendar, cenar, picotear, volver a cenar... Comida, comida y más comida. Las argucias de la tripulación para que ésta le entre por los ojos no tienen límites. Así, frutas, verduras y hortalizas se convierten en efímeras esculturas talladas delicadamente por el personal asiático, que del arte hortofrutícola sabe mucho.

                                               
Para servir tantas comidas y a todas horas los buques han de contar con cocinas industriales... e impolutas. El trabajo se organiza por zonas y existen multitud de carteles en todos los idiomas dirigidos al personal en cuanto a normas de higiene y organización de la cadena de trabajo: existe una zona para limpiar y cortar el pescado; otra de despiece de carne con neveras; y una tercera para limpiar y preparar las verduras. Existen también áreas diferentes para la preparación de salsas, sopas, ensaladas y platos fríos. Además, los barcos producen y cuecen su propio pan: desde la bollería del desayuno a la repostería de las cenas.

Hablando de cenas, la segunda noche de crucero suele tener lugar el cóctel de gala con el capitán -en ocasiones apuesto, en otras no tanto- quien recibe a todos los pasajeros del barco antes de la cena, saludándoles y ofreciéndoles una copa. El momento queda inmortalizado por el fotógrafo oficial del barco, así que póngase sus mejores galas -no confundir con ponerse encima todas las alhajas, lentejuelas y adornos disponibles en Pontejos- y dispóngase a disfrutar de sus quince minutos de fama -Warhol dixit-.

Obras de arte, imprentas y muñecas inflables

Todas las noches se entrega en cada camarote el programa con los horarios y actividades del día siguiente. Muchas compañías incluso ofrecen un boletín gratuito con las noticias más destacadas de la jornada en el idioma del pasajero. Para editar tal cantidad de información en tan poco tiempo, el barco cuenta con una pequeña pero completa imprenta.

Entre las mencionadas actividades, hay una ante la que el crucerista amateur puede mostrarse excéptico, pero que no debe desdeñar: la subasta de obras de arte. Grabados, dibujos y lienzos de Rembrandt, Goya, Picasso, Dalí o Miró surcan los mares de medio mundo en busca de nuevo dueño y a unos precios razonables, puesto que en alta mar no se pagan las tasas que sí graban las casas de subastas en tierra firme.

Porque a bordo de un crucero todo es posible. Y si no, que se lo digan al periodista y escritor Javier Reverte, que en una travesía por el Caribe en el Queen Mary 2 se topó con un mexicano que «en la hamaca contigua a la suya solía colocar una muñeca hinchable a la que, pudorosamente, tapaba el vientre con una toalla» (SIETE LEGUAS, nº XIII).

Navegar para creer. Se lo dice una crucerista de pro.

Portal de América - Fuente: www.ocholeguas.com

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