por Ignacio Suárez
Montevideo ostenta con vergüenza, y no sin cierta indignidad, el vacío de lo que fuera el teatro Artigas --con su historia de arte y de leyendas, incluyendo la actuación del mismísimo Carlos Gardel-- ,hoy convertido en un estacionamiento para autos en la esquina de Colonia y Andes.
Hoy es un predio baldío, abandonado, el lugar donde estaba ubicada la Federación de Estudiantes del Uruguay, donde Matos Rodríguez compuso nuestro himno popular, el tema que más nos ha proyectado al mundo: La Cumparsita.
Del medio mundo al piano de Felisberto
Hasta hace poco tiempo, nos dolía el agujero ciudadano que había quedado en el sitio ocupado por el antiguo y querido conventillo Medio Mundo.
Aún no hay placa recordatoria en la esquina del ex café "La Noche", donde se compuso el segundo tango que más versiones tuviera, luego de La Cumparsita, que es Mi vieja viola, de Humberto Correo, por ejemplo. El piano de Felisberto Hernández aún continúa arrumbado --vergonzosamente pintado de blanco-- en la misma casa que albergara a los extraños y geniales jóvenes novecentistas como Julio Herrera, Roberto de las Carreras "y su Corte" en la mítica Torre de los Panoramas.
El viejo barrio Reus al sur fue, hasta hace poco, un desierto urbano, solo ocupado por las penas blanquinegras de un barrio de fueyes, guitarras y tamboriles… Y así podríamos seguir, hasta, por ejemplo, recordar la poca visión cultural y turística de las autoridades que mandaron derruir las murallas de la Ciudadela o el antiguo Mercado Central, para hacer en su lugar, un adefesio ordinario y supuestamente "moderno", como el actual…
Neruda, Borges, Osiris o "El Che"
En nota anterior hacíamos referencia a un acto académico en el que habíamos participado, junto a la Sociedad Rodoniana, en las instalaciones de La Azotea de Haedo, en ese ya impreciso límite entre Maldonado y Punta del Este. Volver a ese lugar, reencontrarme con Beatriz Haedo, sus hijos y sus nietos, fue un verdadero viaje en el tiempo. A revivir una época irrepetible, tanto en lo personal como en lo colectivo, en las intensas y formadoras jornadas vividas especialmente en la última etapa de la vida de don Eduardo Víctor Haedo.
Porque "las casas", el parque, la mesa redonda, el anfiteatro, fueron el escenario más vital de la filosofía integradora de su anfitrión y de una vocación de crecimiento espiritual, político y artístico en pos del ideal --aún irrealizado-- de la Patria Grande americana que soñara nuestro jefe José Artigas. Por esas casas pasó lo más importante de la política, de las artes y la cultura del Rio de la Plata, de América y del mundo.
Solamente su libro de visitas, sus esculturas, sus pinturas, la infinita riqueza artística e histórica de nuestro país y de los países hermanos que posee La Azotea de Haedo, hacen de ese lugar, ante los ojos de alguna autoridad si no culta, por lo menos informada, el gran museo vivo a la inteligencia sensible de los uruguayos y a nuestra vocación de fraternidad rioplatense y americana. Pero, en cambio, el letrero que ya se lee en su entrada es el de "Se vende". Beatriz Haedo y sus hijos intentaron --en la medida de sus posibilidades-- mantener esa verdadera casa del pueblo oriental (y continuar ofreciéndola como lo que ha sido, un ineludible centro artístico-cultural), pero los nuevos códigos del posmodernismo y su culto al dios Dinero, hacen imposible esa quimera.
Creo que el Ariel ---de elevado vuelo-- que ha marcado el espíritu de esa casa, ha tenido que ceder ante el ¡"Quiero comer!" de Calibán.
¿También allí permitiremos que se eleven las torres de los apátridas capitales, sin tierra y sin alma…? ¡Qué tristeza...!
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