por Marga Albertí
El mundo seguiría mofándose de su cirujano estético y de sus estridentes trajes regionales, más anchos que largos, y las relaciones diplomáticas y comerciales, o simplemente comerciales, por no ser redundante, seguirían su curso. Pero impera un nuevo código de conducta desde que la revolución ha estallado en su país y a diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto, donde Mubarak y Ben Ali se vieron literalmente empujados a huir, el excéntrico dictador libio no da su brazo a torcer.
¿Pero lo ha dado alguna vez?
Quien repase su biografía política no puede sorprenderse de su reacción de hoy. Desde que subió al poder en 1969 hasta finales de los 90 Gadafi se enfrentó sistemáticamente a los países occidentales.
Se le ha acusado durante décadas de patrocinar el terrorismo en terceros países, de estar detrás de atentados como la masacre de Munich y el derribo el avión de Pan Am, de desarrollar armas de destrucción masiva. Su perfil político nunca ha sido moderado, y sin embargo a finales de los 90 supo camuflarse lo suficiente como para admitir a petroleras extranjeras en territorio libio y las potencias occidentales lo “rehabilitaron”. Más bien él las rehabilitó a ellas.
En noviembre, hace apenas tres meses, un sonriente Zapatero en busca de inversiones estrechaba la mano en Trípoli a un Gadafi rejuvenecido y “fashion” -a lo libio- y los fotógrafos inmortalizaban el momento. Porque todo dictador es un socio comercial hasta que la revolución diga lo contrario.
Después está mal visto y hay que sancionarlo, embargarlo, bloquearlo. El oráculo predice que es cuestión de tiempo que la contribución de Gadafi al sector turístico español sea una realidad. El Lybian Foreign Bank solo tiene que saber esperar.
Es la historia del mundo.
fuente: preferente.com
imagen: espanaisrael.blogspot.com