¡Qué viva España!
Viernes, 11 Febrero 2011

¡Qué viva España!

Dentro de los múltiples placeres que ofrece España en general y Madrid en particular, desayunar café con “churritos” leyendo los diarios locales, es uno de mis preferidos.

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por Pedro Pausanias

Más de una vez para hacer ese momento más disfrutable obvié las tentadoras mesas buffets de los hoteles, para ir a sentarme en un café cualquiera o uno de los tradicionales como el de Oriente, Gijón, La Pecera en el Círculo de Bellas Artes, en sus terrazas o en el primer piso del antiguo café Manila, en plena Gran Vía.


Allí con El País y el ABC he disfrutado leyendo crónicas de los hechos más triviales o columnas de Camilo José Cela preguntándose, desde Tokio, como hacían para higienizarse los luchadores del sumo, me impregnaba del espíritu español que nos enseñaron los grandes profesores de literatura que tuvimos varias generaciones de uruguayos.

Con ellos aprendimos a gozar ese temperamento español, que es único y nos rodea desde que pisamos el aeropuerto de Barajas.   
Ese carácter exclusivo e irrepetible, amistoso pero no familiar, alegre y circunspecto adornado por ese envidiable manejo del idioma, aunque no siempre bien pronunciado, es un patrimonio único de España.

Es por eso que los viajeros, tras realizar un tour recorriendo maravillosos paisajes y ciudades de Europa, se sienten tan felices cuando llegan a España.
Julián Marías lo definía muy bien diciendo algo así como: “mientras las plomizas nubes del aburrimiento se ciernen sobre el norte de Europa el espíritu de la hispanidad es la única luz que ilumina el horizonte”. Y así es. Se aprecia en una tienda, en un recorrido por los bares de tapas, en una cena con amigos y en los taxis.

Es muy difícil tomar un taxi en Madrid y en un viaje de media distancia  no hacerse amigo del chofer.


Recuerdo uno que tomé a la salida de mi Hotel, el Reina Sofía en la agitada y atractiva plaza Santa Ana. Cuando le pedí que me llevara al Hotel Wellington, para visitar un amigo que ahí trabajaba, el chofer se dio vuelta y me miró entre intrigado e inquisidor.


-¿Sabe usted a donde va?

Por supuesto le dije, "voy al Wellington en el barrio de Salamanca".


Detuvo el auto y se volteó nuevamente para preguntarme si sabía en que hotel estaba.


Bueno, resulta que iba de un “Hotel de toreros” a otro “hotel de toreros”, que eran algo así como dos santuarios de la tauromaquia.


Mi chofer estaba sorprendido y hasta un poco molesto, como si un infiel le pidiera a un taxista musulmán le pidiera que lo llevara de una mezquita a una madraza. Resulta que el Reina Sofía era donde se vestía Manolete y en el que se vistió para su última corrida en Las Ventas.


Por su parte como la antigua Plaza de Toros de Madrid había funcionado cerca del Hotel Wellington, éste había quedado para siempre ligado a los toros.


Entre el entusiasmo de mi amigo y mi interés por este arte-deporte que me gusta mucho y entiendo poco, el viaje se hizo muy corto. Al llegar, Mariano, mi amigo, apagó el aparato del taxi e insistió en mostrarme el Hotel. Había un salón donde se rematan las ganaderías, en un rincón una especie de altar en homenaje a la bravura de un toro embalsamado y el elegante bar con fina boiserie es el lugar donde se reúne  la “cátedra” los días de corridas y ahí reciben unos sobres con obsequios que les envían los matadores. En el Wellington se vistieron famosos como Espartaco, el Niño de la Capea y Manuel Benítez, El Cordobés.

Invité a Mariano a tomar un café, que no me dejó pagar. Me contó como vivía un día de toros. La noche anterior elegía cuidadosamente los diarios que llevaría para sentarse, lustraba sus zapatos y repasaba su camisa y la ropa que usaría. A la mañana se reúne con sus amigos en un café, para luego recorrer peñas taurinas, ver las ganaderías antes de ser llevadas a La Ventas y “La plaza de los locos” un lugar donde aspirantes a toreros demuestran sus habilidades, por si, a última hora, hay que remplazar a alguien de la cuadrilla, el sorteo de los toros, una misa, el almuerzo, cerca de Las Ventas, bien regado y muy discutido, la entrada de los toreros a la plaza, la corrida y luego más bares, más peñas taurinas, más discusiones. Un día completo para Mariano y sus amigos. Desde entonces comprendo porque le dicen “la fiesta” y es una experiencia que me gustaría disfrutar, aunque bastante la disfruté con el generoso relato que me hizo mi chofer de taxi.


Muchos deben tener historias como estas en un taxi o en cualquier comercio especialmente en las librerías como la FNAC, la Casa del Libro ( Palacio del Libro) en la Gran Vía o en la cercana Calle de los Libreros.


Otro lugar especial son los restaurantes, los mozos, los maîtres y los chefs sirven bien, aconsejan mejor y realizan cierta docencia sobre que comer, como y cuando comer, esto último, por ejemplo, me pasó en La Bola, famosa por sus cocidos. No me querían traer uno porque  de noche no caía bien y tenían razón. En esto de las comidas no recuerdo otra ciudad dónde los amigos te inviten tanto a su casa, te atiendan tan bien y te hagan sentir fenomenal.


En fin son muchas las vivencias y recuerdos que me hacen afirmar la excepcional forma de ser de los madrileños.

Recuerdo que una mañana, en el que me iba de Madrid por la noche, leí que se inauguraba la exposición “Signos de Amistad” en la famosa Residencia de Estudiantes. La misma, consistía en  regalos que le  hicieron a García Lorca sus amigos, entre otros Norah Borges, Dalí y Barradas. La Residencia de Estudiantes había albergado a muchos ilustres personajes y entre ellos “les enfants terribles” o sea los amigos de García Lorca entre los que también estaba Buñuel.
Así que después de trabajar todo el día volví al hotel, hice mi valija, la cargué en el auto y salí para Barajas, previa pasada a visitar la exposición. Pero  pese a lo que el diario indicaba estaba cerrada .” Si, me dijo un guardia, hoy se inauguró, pero la exposición se abre al público mañana”. Estaba todo cerrado, no había dudas. El guardia me vió contrariado y ni me dejó protestar. “Aguarde un momento”, me dijo y al rato volvió con un jefe o director que al tanto de mi contratiempo,  me abrió la sala, encendió las luces y me acompañó a recorrerla, con toda calma sirviéndome de guía. Cuando terminamos me dijo que abriría la tienda, pero no era para venderme nada, me obsequió el libro de la exposición y el Diario de Viajes de la Residencia, escrito por grandes profesores y jóvenes, muchos de los cuales serían después grandes profesores.

Cosas así  pasan solamente en España y para mi, ejemplifican las características de este pueblo. Hace poco leí que el mayor atractivo turístico de Madrid era su gente.


Es cierto, pero quien mejor expresó esto fue la actriz Dahd Sfeir  en un reportaje radial, que trataré de reconstruir:
Muchos años exilada pasó la mayoría del tiempo en el norte de Europa, apreciando la calidad de vida, sus adelantos y todas esas cosas que nos deslumbran.
Cuando llegó a Madrid lo notó deprimente, vetusto, oscuro, desordenado. En una de sus primeras caminatas se cruzó con un anciano que al verla pasar le dice “guapa, rechulona”.”Ahí me di cuenta, dice la actriz, que después de varios años fuera de mi país, era la primera vez que me decían un piropo”. Desde ese momento se reconcilió con Madrid..
Pido disculpas si la versión de  este cuento no es fidedigna, es como el “luz” de Julián Marías, a que hicimos referencia más arriba.  

Portal de América - foto: misiglo.wordpress.com

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