Angelina Jolie, Messi y... Adriá
Miércoles, 26 Enero 2011

Angelina Jolie, Messi y... Adriá

Advertencia: Ferran Adrià cuenta este martes cómo será El Bulli a partir de 2014. Así que prepárense ustedes para una nueva sobredosis informativa sobre el chef, que volverá a estar hasta en la sopa si es que en algún momento se fue de ella. Vayan abriendo el paraguas para soportar el chaparrón de loas, halagos y exageraciones sobre el gran mito viviente de L'Hospitalet de Llobregat. El despliegue promete ser intenso.

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por Mikel López Iturriaga

No soy tan corto como para negar el interés de la noticia: Adrià es de largo el cocinero español más conocido en el mundo, y lo que anuncie en Madrid Fusión le importa a mucha gente. El misterio que rodea la transformación del restaurante, muy bien trabajado por el cocinero, aumenta sin duda las expectativas sobre lo que revele. Desde luego no discutiré a estas alturas los méritos de este hombre y su equipo, evidentes para cualquier persona en su sano juicio, y mucho menos entraré en la cansina defensa de la cocina "tradicional" frente a la "moderna", como si ambas fueran opuestas y no complementarias.

A lo que voy es a la falta de medida con la que casi todos los medios tratan a Adrià. Desde que el dominical del 'New York Times' lo encumbró como el mejor chef del mundo en 2003, no sé cuántas noticias, entrevistas y reportajes suyos he podido ver, pero seguro que se acercan al millón. Algunos eran interesantes y estaban justificados; otros eran pura rutina promocional, y el resto, los peores, eran empalagosamente adulatorios. En este último apartado recomiendo a los que tengan muchas tragaderas un reciente artículo de Salvador Sostres, en el que se definía a Adrià como "el genio vivo más importante que tiene la Humanidad en este momento". Viva la mesura.

Supongo que, como ocurre con otras disciplinas, los periodistas han sucumbido a la cultura de la celebridad al tratar la cocina. Para que un personaje aparezca en un medio cada día importa menos si ha hecho algo nuevo relevante o si tiene algo de interés que decir. Lo fundamental es que sea muy pero que muy famoso: así ningún superior en el medio en cuestión preguntara "¿y ése quién es?", y la audiencia no tendrá que hacer el esfuerzo de conocer a un desconocido. Por eso Ferran Adrià puede salir varias veces en un mismo diario en menos de un año venga o no a cuento, por la misma razón que nos brasean hasta el sopor con historias de Angelina Jolie, Lady Gaga o Cristiano Ronaldo.

Por otra parte, en casi todo lo que he leído sobre el chef sorprende la ausencia de crítica hacia lo que simboliza. Hablo de esa cocina tecnobarroca hasta lo insospechado, que pretende superar el concepto de lo que está "bueno" y "malo" para abrirnos los sentidos a otro tipo de experiencias, algunas rayanas en lo ridículo. Tampoco se cuestiona a Adrià como cocinero ascendido a artista con mayúsculas, un sumo sacerdote en plena ebullición creativa al que nada se puede discutir a riesgo de ser tachado de ignorante o de antigualla.

Ha habido excepciones -recuerdo un texto de Vicente Molina Foix que decía más de una verdad-, pero las voces disonantes, si existen, han preferido callar. Quizá recuerdan lo que le pasó a Santi Santamaría, cocinero vapuleado por defender una cocina más natural y atreverse a denostar el uso de productos químicos por parte de Adrià y sus acólitos. El caso es que por ahora los únicos que han dado algo de cera al superchef han sido cómicos como Joaquín Reyes en Muchachada Nui, y de manera más amable, los de 'Polònia' en TV3.

Puede que sea un disparate, pero desde mi condición de advenedizo gastronómico Adrià, o mejor dicho el adrianismo -él parece salvarse por su humor y su sentido común-, me recuerda un poco al rock progresivo o sinfónico de los setenta. Hablo de esos artistas que transformaron la música pop en algo serio, intelectual, rebuscado y sólo al alcance de los virtuosos, a los que la prensa y el público del momento encumbraba como si fueran dioses. Hubo un momento en el que parecían intocables... hasta que llegó el punk y la new wave, volvió a molar lo básico y lo primigenio, los discos con canciones de 20 minutos pasaron de moda y los mastodontes desaparecieron de los medios. El tiempo dirá si a esta escuela culinaria no le acaba pasando algo parecido.

 

fuente: blogs.elpais.com-foto: Joan Sánchez

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