Viajar en avión
Martes, 25 Febrero 2014 21:31

Viajar en avión
Quien en algún momento de su vida decide abordar un avión de línea por el motivo que sea,  quizás no imagine el tormento  y no tormenta que va a tener que enfrentar aunque la satisfacción de su reencuentro con seres queridos o la ilusión de ese viaje soñado puedan mitigarlo.
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por el Capitán Sergio da Silveira

De hecho, esta peripecia comienza al arribar al aeropuerto y tener que enfrentar  a algún empleado malhumorado de la aerolínea que no comprende, que ese desgraciado que tiene enfrente es el que paga su salario, muchas veces desconoce el idioma y además enfrenta una situación cargada de stress,  y lo maltrata " a piacere".   Luego nuestro heroico pasajero cargado con su bolso, abrigo que se tuvo que quitar por el calor reinante, y un cúmulo de papeles y documentos en mano, enfrenta el desafío del control de seguridad.

Con honrosas excepciones y diría que Carrasco es una de ellas, el infeliz debe enfrentar desvalido, una patota de maleducados, prepotentes e ignorantes que asentados en su poder prácticamente ilimitado, lo desnudan de toda dignidad, sacándole hasta los zapatos, haciendo a las madres beber su propia leche, quitándole la galletita a los niños y ni que hablar de algún líquido, o encendedor, pecado mortal éste, pese a que nunca se pudo comprobar el tan manido "atentado" que generó la medida. Además, una cajilla de fósforos vulgar y silvestre " en el bolsillo del caballero" nada la detecta, y si alguien se atreve a protestar, allí termina su viaje. De este juego perverso no escapan  ni  los tripulantes, como si un piloto desquiciado no pudiera solo con sus manos provocar una catástrofe, cosa que ya ha pasado.

Para  intranquilidad de los que esto compartan, los verdaderos riesgos no se perciben y en mis muchos años como piloto  de línea, nunca me enteré que se hubieran incluido tripulantes (última barrera de seguridad) en las juntas que determinan las amenazas. Se pelea una guerra futura con las estrategias de la pasada, fracaso asegurado.

Superado este trance, enfrentará Migraciones y luego de saludar al funcionario con cara de candado, que raramente mascullará algo mas allá de un gruñido, éste escudriñará el pasaporte cual si  fuera el prontuario de Al Capone antes de ponerle el sello salvador. Luego de esperas más o menos largas, nuestro héroe deambulará  desorientado, buscando la puerta de embarque, interrogando a cualquiera con cara de "saber algo" que lo desorientará aun más, hasta que un golpe de suerte lo ponga frente a la entrada del ansiado "nirvana"

Aquí se dividen las aguas, los afortunados que van a clase "ejecutiva" o "primera" podrán como dirá el Comandante en su "speech" de bienvenida, "relajarse y disfrutar del vuelo" pero a  aquellas mayorías que caen en "turista", el destino les depara nuevas vicisitudes.

Saludados  con  forzada  amabilidad al cruzar la puerta, torcerán  hacia la cola del  aeronave, siguiendo un estrecho pasillo, en procura de un elusivo número de asiento  ocupado, frecuentemente, por algún despistado como él, con quién, talón de embarque en mano y mucha paciencia, deberá dilucidar el auténtico propietario del espacio. Si tiene la fortuna de colocar su equipaje de mano en las cercanías, se sentará en su pequeño trono luego de apartar como pueda la manta y almohada, con relativa comodidad, al menos al principio, siempre que su estatura sea inferior a  1,80. Si este no fuera el caso, sus rodillas se empotrarán firmemente en el respaldo de la butaca de enfrente cuando su ocupante la recline, pasando su humanidad a integrar como un todo,  la estructura del aeronave impidiendo cualquier movimiento.

Si todo sale bien y el avión despega más o menos en horario, después de las recomendaciones de seguridad que nadie atiende ni entiende, ansiosamente, nuestro sufrido personaje aguardará por  el alimento prometido cual maná en el desierto que caerá en la mesilla, frío e insípido, o mejor dicho con el mismo gusto sea lo que sea,( por lo que la elección del manjar es  un trámite fútil)  acompañado de cubiertos de plástico de pésima calidad debiendo cuidar no atragantarse con algún diente desprendido del tenedor ni lesionar de un codazo al circunstancial compañero de al lado.

Hora de dormir, se apagan las luces, algunos van a los baños cuya higiene se deteriora velozmente, debiendo pasar como se pueda sobre  piernas y pies de sus ya adversarios, e intentar dormir  en medio de efluvios , ronquidos y de algún despistado que le enciende la luz de lectura directamente a sus ojos .

La última hora es desesperante, "cuando llegaremos Dios mío, no aguanto más" es el pensamiento común del  "gallinero" o clase "turista" en la jerga, hasta que se produce el milagro y "llegamos".

Pero esto es el disparador de nuevos desafíos. Otra vez la cara de candado del funcionario de Migraciones con el agravante de la policía de fronteras que, a fin de justificar su existencia, debe de tanto en tanto, "sacrificar" a alguien que terminará deportado, perderá su estadía, el dinero tan trabajosamente ahorrado y toda  su ilusión, y nunca sabrá realmente porqué.

Si por fin llega a la puerta de salida sin que le hayan extraviado el equipaje ni la luz roja del control de aduanas le haya dado el susto final, podrá ser un genuino ganador del premio "Odiseo" que si bien aun no existe propongo desde ya su creación.

Epílogo:
Esto aunque parezca no se trata de una broma, es muy real y hay aun más. Cualquiera que haya volado aunque sea una vez, lo sabe. El pasajero es un cliente que paga lo que le cobran sin chistar, por servicios que deberían funcionar para él . Sin embargo, es  rehén de un sistema perverso que alimenta  un monstruo burocrático que cobró vida propia y lo desprecia aunque sea quien lo alimenta.

Lamentablemente de esto se habla poco y va en aumento de la mano del incremento de los costos de operación de los servicios aéreos en general y de la competencia cerril, que en el afán de disminuir esos costos se está dando entre los diversos agentes. Agreguemos los  "curros" nacidos o potenciados a raíz de los episodios del  11-9, nunca debidamente aclarados que han contribuido a generar  enormes  ganancias a empresas fabricantes y operadoras  de implementos de seguridad, algunos de dudosa fiabilidad.

Esto no es una prédica contra los elementos  que contribuyen eficientemente a la seguridad de vuelo, es un  llamado a despertar de la complacencia. La solución ya no pasa por que la madre ingiera de la mamadera de su bebé o se le quite el alfajor a un niño, eso ya fue, ¿habrá quien piense en lo que se viene?

Portal de América

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