La canasta mecánica
Lunes, 20 Enero 2014 22:57

La canasta mecánica
A partir del período de entreguerras, cuando la exhibición del cuerpo desnudo dejó de ser indecente, la radio, los medios gráficos y la televisión comenzaron a divulgar una idea. El concepto de que el deleite de la vida está en ese pedazo de tiempo llamado vacaciones. Paraíso terrenal que hasta se puede pagar en módicas cuotas y que está alejado del laburo, de la rutina, de la política, de los noticieros con sus historias de asaltos de pobres a ricos y de funcionarios públicos a contribuyentes.
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por Carla Fabri

La paradoja planteada en este punto es que, mientras las vacaciones aparecen como el ámbito en el que es posible consagrarse al descanso regenerador, la estructura del veraneo se revela sorprendentemente parecida a la de los estresantes días laborables. Excursiones programadas, compra de indumentaria adecuada para la ocasión, alquiler de casas, reserva de pasajes y regalos para los que no viajaron: un guarará de actividades que llevan a sospechar que no resulta sencillo escaparle a las obligaciones y estructuras que angustian el cotidiano, y son más propia del mundo del trabajo que del ocio.

Si por vacaciones se entiende la posibilidad de esparcimiento y holganza, es posible acceder a un tiempo de relax sin alejarse mucho de nuestra ciudad y sin salir del país, practicando un turismo de patriotas. En nuestro país contamos con preciosos arroyos y caudalosos ríos rodeados de una vegetación maravillosa. Tenemos cerros, lagos, lugares de exuberante belleza y tranquilidad natural.

Pero si consideramos que las vacaciones en sentido estricto presuponen un viaje al exterior, mamás y papás de niños y adolescentes buscan sitios donde exista seguridad, libre de asaltos y violencia callejera.

En eso el mundo no cambió mucho. En la Edad Media los caminos resultaban lugares poco seguros para la circulación de carruajes y viajeros. Los siervos expulsados de los feudos y los villanos pobres asaltaban a los carros que atravesaban los caminos, convirtiendo a los viajes en empresas altamente riesgosas. Un poco más adelante, Hipolitte Taine cuenta cómo se impuso la costumbre de veranear entre los aristócratas franceses del siglo XVIII: “Con la llegada del verano, los nobles se dedicaban a comer, bailar, cazar y desempeñar la comedia de la aristocracia, cuyo primer deber era la hospitalidad”. Los nobles residentes en Versalles y en París viajaban a la Champagne, donde la riqueza era ostentada en interminables caravanas de coches y caballos, una mesa bien servida y el alojamiento dispuesto para el primer hidalgo andariego que golpeara a la puerta del castillo”.

Hoy la ostentación permanece aunque se democratizó. Y en las pitucas playas de Punta del Este, se codean la señora del exitoso empresario que construyó su fortuna trabajando, con el/la burócrata funcionario/a corrupto/a que accede al sitio caté, gracias al sueldo millonario que le pagamos la gente laburante con nuestros impuestos. Aparte del triste figuretismo de cierta gente que sepulta sus ideas socialistas para codearse (aunque sea de prestado) con los ricos, es muy difícil caminar por la arena y las olas del mar, sin cargar la mochila de los trastornos de ansiedad, el agotamiento, el insomnio, las fobias y la depre. Las vacaciones masificadas no proporcionan la tregua psicofísica restauradora del potencial laboral. El descanso del cuerpo, la relajación social de la mente no se consiguen en un lugar donde la misma gente de todos los días se reúne como si fuera un encuentro en medio de las compras del supermercado. Pero los humanos seguimos repitiendo vacaciones agotadoras colgados del celular, con la intención de desconectarnos de la vorágine… y siempre tropezamos con la misma piedra de la misma playa.

Portal de América - Fuente: www.abc.com.py

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