Acosados para que compremos
Viernes, 30 Agosto 2013 09:30

Aún me acuerdo cuando, hace ya unos cuantos años, lo más importante de un aeropuerto era viajar. La primera vez que estuve en Schipol, en Ámsterdam, empecé a dudar si aquello era un aeropuerto o un centro comercial, porque la superficie destinada a lo segundo amenazaba con dominar el conjunto. Pero hoy, cuando se entra en la nueva terminal de Barcelona no queda duda alguna: allí estamos ante un centro comercial que, además, permite embarcar en un avión. Es más que evidente que el diseño de la terminal se hizo contando en primer lugar con la zona comercial, céntrica, imponente, dominante, y a su alrededor se dispusieron las demás instalaciones, que más bien hasta parece que molestan.
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por Jaime Amador, Preferente.com

Siendo esto así, no es tan incómodo como lo que ocurre cada día con más frecuencia en ciertos aeropuertos (me da la impresión de que es parte de lo acordado en las nuevas adjudicaciones de zonas comerciales de Aena): se han eliminado los pasillos asépticos y se ha creado una enorme zona de ventas por la que el pasajero tiene que pasar, sí o sí. Es decir que el tránsito hacia las puertas de embarque tiene lugar a través de estanterías llenas de ‘toblerones’, esquivando a jóvenes que te ofrecen quesos, jamones y licores para degustar en atractivas presentaciones; bandejitas donde se pueden olfatear (¿se dice así?) las colonias más caras del mundo, y espectaculares luminosos que te prometen un tipo de cambio ventajoso. Interminables ‘slaloms’ entre estanterías y vendedores.

Sospecho que hay mucha gente a la que le interesa darse un paseo para comprar algo, para llevar un regalo. Me parece perfecto, si es su interés y voluntad. Sin embargo, ¿existe la posibilidad de que el acoso al viajero sea un poco menos extremo? Les recuerdo que quien compre sus billetes en Internet ya habrá tenido que rechazar mil veces que le manden un sms con el vuelo, que le vendan una maleta, que le alquilen un hotel o que un coche les espere; a bordo, le habrán intentado vender calendarios, tarjetas de sorteo, tabaco sin humo, toda clase de colonias y, por supuesto, panini con queso y sopa que inunda todo el avión con sus efluvios tan acordes con las temperaturas del verano.

Lo dicho, la experiencia de viajar más que un momento de placer se está convirtiendo en un calvario del que cuesta mucho evadirse. ¿Hasta cuándo? Está claro que cada día nuestros aeropuertos se parecen más los unos a los otros, pero curiosamente la equiparación se hace en el maltrato al viajero.

La cuestión tiene su importancia porque se están rozando extremos, momento en el que puede ser interesante que alguien ofrezca productos en los que el vendedor trate al cliente con deferencia, como sucede cuando se accede a unos grandes almacenes y el personal se muestra dispuesto a ayudar, limitando cuidadosamente la presión para evitar el efecto contrario. En turismo, esta opción amistosa con el cliente empieza a ser necesaria.

Igualmente, empieza a ser el momento de que alguna autoridad pública, normalmente tan preocupada por nuestros derechos, comprenda que la necesidad de viajar no debe pasar por tener que soportar tantos abusos, sea en lo comercial, en la seguridad o en el trato que se nos dispensa.

Portal de América

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