El síndrome de Punta del Este
Domingo, 24 Noviembre 2013

El síndrome de Punta del Este
Ubicada en el corazón del Cono Sur, Punta del Este genera y generó siempre una serie de conceptos y actitudes contradictorias. La más notable es, sin duda, el cartel que a la entrada de Punta del Este dice "Bienvenidos a Maldonado", nombre que corresponde al departamento donde está el principal balneario, pero que comienza  unos 50 kilómetros antes...
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Este rincón del paraíso, considerado como el lugar preferido de la oligarquía y aristocracia argentinas, es a la vez punto de encuentro de profesionales e intelectuales de la más rancia izquierda de ese país. Los uruguayos se sienten orgullosos de su principal balneario, pero no todos la tienen consigo.

Se dice que muchos pequeños balnearios de alrededor, florecieron a raíz de cierto fundamentalismo religioso, que la veía como un lugar de pecado, aunque en realidad éste era más causado por las largas vacaciones de noventa días y no por su ubicación geográfica.

No pocos  creen que Punta del Este es un balneario de precios astronómicos, sobre todo  en el rubro comida. Muchos restaurantes son caros y con toda justicia,  pero también se puede comer a precios similares a los que se encuentran en cualquier otra playa del Atlántico Sur.

Otros creen que para venir a Punta del Este se requiere un ajuar digno de una estrella de Hollywood, aunque uno de los encantos de este lugar es que cada cual anda como quiere y como anotó Paola Singer, periodista del New York Times: “es un lugar donde se esconden las Ferrari”, en este caso porque la ostentación es para muchos, sinónimo de mal gusto.

A Punta del Este  mucha gente "va a ver y ser vista”, pero no pocos tratan de pasar desapercibidos, para evitar el enojo que le produce al gobierno argentino los que veranean en nuestro principal balneario.

El mejor ejemplo fue el abortado casamiento de la hija del canciller argentino Timerman, que cuando trascendió su realización en José Ignacio, debió cambiarlo para algún otro lugar políticamente más correcto.

Se cuenta que un ministro argentino de turismo, de otro gobierno, fue obligado a renunciar al descubrírsele su predilección por las costas uruguayas.

En esto, hay  responsabilidad de nosotros los uruguayos al no hacer notar que la balanza turística con Argentina no es tan desfavorable como se la pinta en ese país.

Famoso es el caso de un bar de Punta del Este, criticado con frecuencia por el precio de su café, un par de dólares por encima del promedio. Lo que no se dice es que cualquier mañana, especialmente fuera de temporada, las conversaciones de sus habitúes se refieren a transacciones millonarias en dólares. ¿No querrá la propia clientela que se cobren estos montos?

Esto nos recuerda un comentario de un veterano, asiduo veraneante de Punta del Este: “cuando regresás a Buenos Aires después de un viaje, tenés que contar qué show viste en Nueva York, qué exposición viste en París, qué te compraste en Londres y cuánto te costó una comida en Punta del Este.”

Todo este anecdotario, que podríamos extender indefinidamente, quizás aumente el encanto, el mito de este balneario que no tiene nada que ver con Mónaco, Miami o Mar del Plata, destinos que poco tienen que ver entre sí.

Si algunos gobiernos argentinos ven con mala cara a quienes veranean en Punta,  los presidentes uruguayos de distintos partidos,  creen que hacerlo les produce un mal rédito político y prefieren pasar desapercibidos o abstenerse de visitarla.

Este temor “electoralista” se extiende a otros estamentos de la clase política y puede perjudicar seriamente al balneario, ”buque insignia del turismo uruguayo”.

De hecho, desde hace bastante tiempo las reuniones presidenciales, muy frecuentes en estos tiempos, no se realizan en Punta del Este, mientras otros países pasean mandatarios por Mar del Plata, Cartagena, Río de Janeiro y otros centros turísticos.

Hemos visto pabellones uruguayos en la Feria de Turismo de Buenos Aires, donde   la cartelería no destaca a Punta del Este, al igual que LA PÁGINA WEB DEL MINISTERIO DE TURISMO Y DEPORTE,  y la coloca en tercer puesto en los rubros ciudades y playas, son solo algunas de las muestras de este síndrome.

Sin duda la perla de la corona, a la que ya nos referimos  muchas veces, fue la venta de la residencia presidencial de Punta del Este, ya que según declaró casi textualmente un alto jerarca: “una segunda residencia en Punta del Este, carece de utilidad”.

Parecería que ha llegado la hora de pensar menos en las urnas y más en los bolsillos de tanta gente que depende del turismo, comenzando por los miles de obreros que ganan muy dignos salarios construyendo segundas residencias.

El electorado perdona, la competencia no.

Portal de América

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