por Franco Varise
El sol comienza a esconderse detrás de la escarpada y brumosa colina (morro) que muere en una playa ancha en forma de herradura.
La aldea de cabañas construidas entre la arena y la vegetación casi selvática; el sonido "brillante" de las olas y el agua transparente confieren un aire de templo a este lugar. Describir una playa no es fácil. Ocurre que siempre es más o menos lo mismo con algunas variantes leves. En cambio, Praia do Matadeiro, localizada en el sudeste de la isla de Santa Catarina, a unos 30 kilómetros de Florianópolis, explica muchas cosas acerca del fanatismo de los turistas argentinos por esta parte del planeta.
Tiene una mística distinta, un tiempo sensorial aparte de todo; un "feng shui" óptimo, podría decirse. Para empezar, sólo puede accederse caminando desde Armazao, un pequeño pueblo que perdió buena parte de sus hermosas playas el año pasado por una fuerte crecida del mar. No hay comercios de ningún tipo -sólo unos paradores que funcionan de día- y quienes eligen quedarse aquí deben atravesar la playa a pie, transitar luego por un sendero y cruzar un puente sobre un pequeño río para abastecerse en los mercados del pueblo vecino.
"No trajimos ni PlayStation, ni n otebooks, solamente las tablas de surf de los chicos; fue una decisión casi ideológica de tener unas vacaciones con nuevas experiencias", comenta Marcelo Arturi, que junto con su mujer Andrea y sus dos hijos de 7 y 11 años encontraron este rincón después de muchos años de viajar a Brasil desde City Bell.
"Tampoco hay noche, ni restaurantes y hay que hacer el esfuerzo para aprovisionarse, pero no se puede comparar con nada", añade Andrea. Los Arturi alquilaron por 15 días una cabaña a pasos de la arena sobre el extremo más alejado de la herradura -playa- a 200 reales por día. "Tenemos la selva detrás de la casa -explica Andrea- y el mar en el frente; de noche es luna y mar... Increíble. Los chicos están fascinados porque se escuchan ruidos nuevos, nos vamos a dormir con lectura, en definitiva, cambió nuestro ritmo... pero no lo pongas en el diario que se va a llenar de gente."
Brasil, o sus playas, casi siempre entregan algo bueno. Es que este país es casi el inventor de las playas. En el caso de Matadeiro, un antiguo "matadero" de ballenas, la variante es la posibilidad de vivir en un entorno natural exuberante en medio de una situación de aislamiento controlado. La senda de conexión con Armazao, y la caminata, resulta un paseo apto para todo público sin riesgos o aventuras exóticas. En la aldea hay luz eléctrica y señal para teléfonos celulares. El paisaje aparece sutilmente distinto a la típica postal de una playa caribeña con palmeras, arena blanca y cocos. El agua puede resultar un poco más fría que en la zona norte de la isla y el contexto natural un tanto más agreste. "Es ideal para descansar", dice Augusto Chaud, de 22 años, que llegó con su familia y algunos amigos. "No está permitido el motor, porque es una reserva, entonces no existe otro sonido que no sea el que de la naturaleza; es más rústico que otros lugares porque para comprar la comida y sacar la basura tenés que caminar bastante", expresó.
Al final de la playa de Matadeiro, dirección al sur de la isla de Santa Catarina, nace una picada o sendero muy agreste, en medio de la espesura vegetal, que lleva a un lugar aún más solitario: Laguna del Este. Una hora y media de caminata bastante ardua concluyen en esta playa con una pequeña laguna de aguas cálidas.
"Lo bueno de estar acá es que tenés la opción de vivir la naturaleza a pleno; es como una utopía", explica Arturi. Lo que no dice pero seguramente piensa, como casi todos aquí, es cómo hacer para no irse nunca más de Matadeiro. Eso es lo más difícil.
fuente: www.lanacion.com.ar





