Destinos escondidos: Isla Pingüino, breve e inolvidable aventura en el Sur
Martes, 28 Enero 2014
Isla Pingüino invita a una experiencia diferente e inolvidable. Es un área protegida en pleno mar abierto, está a 18 km de Puerto Deseado en la provincia de Santa Cruz y toma el nombre del emblemático pingüino de penacho amarillo, que sólo se ve aquí, y en las Malvinas, las Georgias, la isla de los Estados y el Cabo de Hornos.
por Soledad Gil, para La Nación
A la Administración de Parques Nacionales, organismo que está tomando posesión de esta área protegida le encantaría que Isla Pingüino -el emblema que le da nombre al parque- contara próximamente con un muelle, pero el embravecido mar local no da chances. Seguirá siendo un acercamiento breve, apenas un toco y me voy. Esta pequeña aventura de embarque y desembarque deja afuera a menores de seis años y mayores con dificultad de locomoción, pero más allá de eso, cualquier amante de la fauna marina que disfrute de un poco de adrenalina, está más que apto para pasar media jornada extraordinaria.
Isla Pingüino nació junto con el Parque Nacional Makenke de San Julián, que protege la colonia de elefantes marinos radicada en los acantilados de esa estancia vecina. Desde la línea costera hasta las doce millas náuticas, límite de nuestro mar territorial, se extiende este parque de 159.526 hectáreas de puro océano, islas y naufragios.
En el caso de Pingüino, no se trata sólo de la isla en sí, sino que abarca otras islas, el lecho marino y el subsuelo, importantes en el ciclo de vida de la merluza austral, el langostino patagónico y el calamar, entre otras especies. En las porciones terrestres, además, anidan varias especies marino costeras, como gaviotines sudamericanos, gaviota austral, cormorán gris y roquero. En primavera, los skuas son amos y señores. Como están con los pichones recién nacidos, pueden ponerse especialmente agresivos si se sienten amenazados (y cómo no, si son dueños de la isla, donde la población humana se reduce a cero habitantes): vuelan rasantes sobre la cabeza de los turistas, y a más de uno le han quitado un sombrero.
Isla Pingüino tiene todo eso: algo de la película Los pájaros de Hitchcock, algo de National Geographic y un poco de Robinson Crusoe. A mucho de esa sensación colabora el faro de 22 metros de altura, que tiene un primer tramo de mampostería y una segunda parte de hierro. Fue librado al servicio en 1903. Contaba con un sistema lumínico de la firma francesa Barbier, Bénard y Turenne.
Estaba alimentado a kerosene, hasta 1924, cuando se cambió por gas acetileno. En 1983 se lo electrificó con paneles fotovoltáicos, que redujeron su alcance a 16 millas náuticas. En el camino, perdió a los "torreros" y los pingüinos magallánicos se apropiaron de la casa, que usan de nursery y refugio a voluntad.
Pequeña -no supera las 50 hectáreas- parte de la extrañeza que provoca andar por sus pocos y salvajes senderos es que está claro que el grupo que desembarca por pocas horas es amplia minoría comparado con los 30 mil pingüinos magallánicos y los dos mil de penacho amarillo que conviven en sus riscos. Estos últimos son los protagonistas estelares del lugar, los galanes de perfil bajo, que se acomodan muy orondos "al fondo" de la isla, donde los acantilados caen casi rectos hacia el mar. Hasta allí trepan los rockhopper -"salta rocas"- que se distinguen por su corta estatura (miden sólo 40 cm), por las plumas amarillas a los lados de la cabeza, los ojos rojos y el pico anaranjado intenso. Entre abril y septiembre permanecen mar adentro, alimentándose de crustáceos, peces y cefalópodos. En primavera regresan a la costa para formar pareja, preparar el nido, copular, poner huevos -dos, por lo general, de los que suele sobrevivir uno- y cuidar a los pichones. Ellos abandonan el apostadero en marzo, tras mudar el plumón infantil por el plumaje juvenil y ganar un esbozo de penacho.
En la Argentina, esta es la colonia más accesible. Los demás apostaderos están en islas lejanas como Malvinas, Georgias e Isla de los Estados. Este último es el más importante de nuestro país, con 27,3% de la población mundial. Si se sientan entre ellos, la consigna es no tocarlos, no alimentarlos ni molestarlos. Se los puede filmar que es mejor que sacarles fotos, porque es la única forma de retratar los pequeños saltos con los que avanzan: supone un esfuerzo físico intenso, pero si están cansados, no lo demuestran.
En dirección opuesta, como en otro "barrio", habitan los lobos marinos de un pelo. Retozan al sol y no se dan por enterados de lo que sucede alrededor. Separados del resto, los machos viejos no reproductivos se distinguen por su tamaño. Las gaviotas se paran sobre ellos. Bostezan, aletean.
El olor a mar, a algas, a sol y sal se apodera del ambiente y al mediodía, después de una mañana de panzada de fauna marina, la embarcación vuelve a zarpar rumbo a Puerto Deseado.
Portal de América - Fuente: www.lanacion.com.ar