Cartagena de Indias en una chiva rumbera
Martes, 25 Junio 2013

Cartagena de Indias en una chiva rumbera
Recorremos la joya colonial de Colombia a bordo de un colorido autobús con ron y música en vivo. Una fiesta rodante con el mejor ambiente caribeño por las entrañas de esta ciudad bella y mágica como ninguna.
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por Noelia Ferreiro

Un colorido autobús sin ventanas, un grupo de música caribeña y una botella de ron en cada una de las filas de asientos, con sus vasos correspondientes, su cubeta de hielo y su coca-cola. Si se acaba, «no tenga pena» (escuchará a su alrededor), que será repuesta al instante. Porque la parranda con mayúsculas, el ambiente festivo incombustible es el objetivo de este tour (turístico) por una de las ciudades más chéveres de América Latina.

La chiva rumbera es una divertida manera de descubrir los rincones de Colombia (también existe en Panamá y Ecuador) a bordo de estos colectivos que antaño fueron el transporte de los campesinos por las zonas rurales, y que hoy se han reciclado en fiestas rodantes que abordan itinerarios que pueden alcanzar las cuatro horas.

Con ritmo salsero

El de Cartagena de Indias es uno de los más tentadores. Porque en esta joya arquitectónica congelada en su belleza colonial y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se cumple el sueño perfecto de la metrópoli tropical: el estallido de color de sus fachadas históricas, las calles y plazas rebosantes de vida y el mar Caribe de fondo custodiado, por supuesto, de palmeras.

En los alrededores de la ciudad amurallada comienza el recorrido rumbero al son de cumbia, merengue y vallenato. El animador-guía turístico va desgranando los rincones de interés. Aquí el Castillo de San Felipe Barajas, inexpugnable complejo defensivo que esconde bajo sus cimientos un impresionante sistema de galerías, túneles y trampas; allá la India Catalina, la estatua que homenajea a la célebre indígena de Cartagena. Y mientras sube el tono de la música (y baja el líquido de las botellas), la chiva ingresa en el centro histórico, dispuesta a contagiarse de su hechizo.

Es momento de viajar en el tiempo por las callejuelas adoquinadas, entre viejas casas de colores con portones de madera maciza y balconadas repletas de flores. Aguardan plazas como la de la Aduana, animada por eventos culturales; o la de San Diego, bordeada de cafés y restaurantes; o la de Santo Domingo, donde descansa la Gorda de Botero... También la catedral, la Torre del Reloj y soberbios conventos y monasterios que ejercen ahora de hoteles-boutique con un encanto irresistible. Y no falta la casa de Gabo, orientada al mar, con sus ecos de realismo mágico.

A la rica fritanga

Al paso de la chiva salen las palenqueras con sus cestos de fruta en la cabeza, saludan los limpiabotas recostados a la sombra y, como un enjambre, se acercan los vendedores con su oferta de pescado frito, agua de coco o cigarros. Para entonces, la fiesta estará cerca del cenit. Que no se diga, ¿cuál es la fila más bullanguera?

Pero seguimos nuestro itinerario, con algunas paradas de rigor, y pasamos ahora por el barrio de Manga, que debe su nombre al árbol frutal, y por las zonas turísticas de Bocagrande y Castillo, que albergan hoteles lujosos y rascacielos de apartamentos en primera línea de playa. Y entre salsa e incluso reggaeton, la ruta acaba a pie de calle con una fritanga cartagenera con delicias de la región: arepas de huevo, empanadas, carimañolas...

Si todavía quedan ganas de rumba, siempre quedará la vida nocturna, que en Cartagena es vibrante y eterna. La ciudad lucirá ya iluminada a golpe de farolillo, con su reflejo en la bahía y sus cúpulas renacentistas bajo el cielo estrellado.

Portal de América - Fuente: www.ocholeguas.com

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