La rica, variada y convulsa Martinica
Martes, 19 Marzo 2013
Su silueta, imponente y majestuosa se reconoce desde lejos. Con sus 1,397 metros de altitud, el Monte Pelée representa el punto culminante de la Martinica, en las Antillas francesas. Este volcán activo domina una zona montañosa que ocupa el norte de la isla, e incluye los Pitones de Le Carbet, parecidos a colosales centinelas.
Al recorrer la Martinica, descubrimos progresivamente la asombrosa riqueza de los paisajes de este territorio de unos 1,100 km2, que abarca un rosario de islotes. Los terrenos, sometidos a condiciones climáticas variadas, dan lugar al desarrollo de bosques tropicales, sabanas y manglares, y son aprovechados para la agricultura y el arreglo de pintorescos jardines. La prodigiosa biodiversidad de la Martinica es particularmente promovida en el marco de un Parque Natural Regional de 63,000 hectáreas.
Pero “la Isla de las Flores”, como la apodan, tiene muchos tesoros más que ofrecer a la curiosidad y la admiración de sus visitantes. Explorando su historia, nos damos cuenta de que es, de cierta manera, comparable a la naturaleza evocada anteriormente: rica, variada y convulsa.
Cuando Cristóbal Colon llegó a Martinica, en 1502, poblaciones amerindias estaban establecidas en la isla desde hace, al menos, 16 siglos. En 1635, Martinica se convirtió en una colonia francesa; fue administrada por compañías comerciales, antes de ser incorporada al dominio real, en 1674. El territorio vio el surgimiento de poderosas empresas azucareras, que recurrieron muy ampliamente a la esclavitud, hasta la abolición de la siniestra práctica en las colonias francesas, en 1848. Inevitablemente, la Martinica fue el objeto de conflictos coloniales, especialmente con los británicos, quienes ocuparon episódicamente la isla en la segunda mitad del siglo XVIII y a principios del siglo siguiente.
En 1902, un suceso de otro tipo que golpeó la sociedad colonial: la erupción del Monte Pelée asoló la capital económica del territorio, la ciudad de Saint-Pierre, considerada hasta entonces como el “Pequeño París de las Antillas”. El desastre, en el cual murieron cerca de 30,000 personas, aumentó la importancia de la ciudad de Fort-de-France. Esta obtuvo lógicamente el rango de prefectura, cuando la Martinica se volvió un departamento francés, en 1946.
El pasado de la Martinica dejó un profuso patrimonio, que es activamente valorado por la población local, las instituciones públicas, empresas y asociaciones. La fragancia de historia emanando de este patrimonio se hace sentir desde nuestra llegada a Fort-de-France, donde podemos apreciar, entre otros monumentos, los fuertes Saint-Louis y Desaix, la catedral, el antiguo ayuntamiento (convertido en teatro) y la biblioteca Schoelcher (presentada en la exposición universal de París, en 1889, antes de ser desmontada y luego enviada a la Martinica). La ciudad de Saint-Pierre, por su parte, conserva notables vestigios de su gloria pasada y de la tragedia de 1902; entre sus ruinas, señalemos las de la iglesia del fuerte, del teatro y del calabozo de Cyparis, uno de los escasos supervivientes de la erupción del Monte Pelée en Saint-Pierre. La catedral, en cambio, fue reconstruida, de 1924 a 1956.
Pero fuera de los célebres monumentos de Fort-de-France y Saint-Pierre, nos percatamos de que los centros históricos de las ciudades y los pueblos encierran fascinantes iglesias y casas antiguas. En Case-Pilote, la iglesia Nuestra Señora de la Asunción es reputada ser la más antigua de la Martinica; fue erigida en los años 1640.
Portal de América - Fuente: www.elnuevoherald.com





