por Luis Núñez-Villaveirán
No se parecen en nada. Yosemite es verde, frondoso en vegetación y de agradable clima mediterráneo. Zion, santuario en hebreo, es árido, más parco en superficie forestal (salvo en los alrededores de la ribera del río Virgen que lo atraviesa) y sufre como nadie el cambio de estación. Son parques nacionales de EEUU, uno situado en California, el otro en Utah. Y sorprenden las diferencias entre ambos puesto que no hay tanta distancia entre uno y otro: unas seis horas de coche. Sin embargo, la temperatura en verano en Yosemite ronda los 25ºC y en Zion, los 35ºC.
Zion fue la primera parada. De la zona, quizás sea el parque más prescindible. Al menos, es la impresión que queda tras la majestuosidad del Gran Cañón y la diversidad de Yosemite. Su cañón es muy bonito porque está mejor horadado que el del río Colorado: parece que uno puede ver en las capas de las montañas los 150 millones de años que tiene este accidente geográfico. La organización quizás sea mejor que la de los otros dos puesto que no permite circular vehículos por el parque en verano (salvo unos shuttles que paran en los puntos principales del mismo).
Hay múltiples rutas para recorrer Zion: La de las piscinas esmeralda, la de los ángeles, la Whipping Rock o roca del azote... Pero si hubiera que elegir una sería, sin duda, la de los Narrows. Unas estrecheces del cañón que desembocan primero en la ribera del río Virgen, artífice del cañón y luego en el mismo río por el que hay que recorrer un trecho. En el punto de información se puede observar tanto la peligrosidad de las rutas (las riadas pueden ser una trampa mortal si se las subestima) como la duración de los paseos (de una y media a tres horas yendo tranquilo). La aridez de Zion se magnifica en el desierto del Mojave, un lugar inhóspito donde muere el parque pero fotográficamente muy atractivo.
Del secarral a la cascada
No hay mejor manera de olvidar, si se quiere, la mencionada aridez de Zion que situarse bajo la cascada de Bridalveil y empaparse del agua de Sierra Nevada. Para ello no hay que ir a España sino entrar en Yosemite, uno de los parques nacionales más impresionantes de EEUU. Tres pilares fundamentales sustentan este coloso: el Capitán, el mayor monolito de piedra del mundo y las secuoyas gigantes de Mariposa Grove. El Capitán es el paraíso de los escaladores. A las secuoyas sólo se puede subir si eres la tercera atracción del parque, esto es, el oso negro americano.
Difícil, muy difícil de ver a pesar de que los guías del parque aseguren que es bastante común. Las precauciones sobre dejar comida a mano o acercarse al animal se presuponen ante un coloso de más de dos metros de alto. Lo que no tiene pérdida es el Mariposa Grove. Allí te sientes como en los mundos de Gulliver siendo tú un enano que atraviesa secuoyas que superan los 3.000 años. Puedes rodearlas, introducirte en ellas o pasarlas por debajo gracias a los magníficos Tunnel trees (árboles túnel). La más conocida se llama Grizzly Giant y se supone que tiene el tamaño de un avión de pasajeros. Hay que hacer turnos para hacerse la foto de rigor.
Otro de los grandes atractivos del parque son sus cascadas. Las hay de todos los tipos y tamaños y, en los meses de más calor, se agradece verlas muy de cerca. Al salir de Yosemite sientes como si abandonaras un mundo encantado, especial. La mayoría son paisajes insólitos, difíciles de explicar e imposibles de igualar. Su tamaño es tan descomunal que da la impresión de que no son accidentes geográficos para humanos sino para gigantes.
Portal de América - Fuente: www.ocholeguas.com





