Soñando en el Caribe Sur
Sábado, 15 Octubre 2011

Soñando en el Caribe Sur

Las horas pasan de más. No importa qué día es. Practicar polo junto a los mejores tacos del mundo, jugar al golf en links sólo aptos para magnates, rentar una mansión en las playas más exclusivas con house spa incluido o dar el sí en un altar frente al mar, con pavos reales como testigos, son algunos de los caprichos consentidos que hacen única a Barbados, la inverosímil isla-nación de las Antillas Menores.  

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por Laura Mafud

Caribe sur. Arenas complacientes. Aguas tentadoras. Superficies coralinas. Nado con tortugas, snorkeling, buceo y la posibilidad de ver mil colores debajo del mar. De saciarse de placidez. De embriagarse de ocio. De sentirse, indudablemente, obnubilado por tanta belleza contenida.

Es una certeza: el paraíso existe. Y se encuentra en las Antillas. En Barbados. Un lugar que huele a dulce. Será por la zafra, quizás... La isla tiene todo lo que debe poseer un arrecife soñado, de esos que alimentan la fantasía y conceden un momento único de rélax alejado de la insolencia urbana. Como toda isla caribeña cuyas aguas alguna vez surcó el mismísimo Sir Francis Drake. Pero Barbados tiene un sello distintivo. Tal vez ese halo se deba a la potente confluencia de culturas -tan británica, tan africana, tan caribeña- que hacen de ella un destino unique.

Con poco más de 112 kilómetros de costas, 3 mil horas de sol al año y una temperatura que promedia los 28 grados, las playas se convierten, acaso, en la principal atracción de la isla.

La mansa Carlisle Bay, la fashion Sandy Lane, la familiar Accra y la distinguida Crane -que califica como una de las mejores del mundo- son algunas de las más top, dotadas de esas arenas blancas y aguas cálidas de color turquesa que tan lindas lucen siempre en las fotografías. Pero, además, atenta a la demanda de corazones románticos, esta tierra de encanto posibilita hacer realidad la fantasía de muchos: jurarse amor eterno con un atardecer de postal caribeña como testigo.

Así, desde hace ya algún tiempo, Barbados comenzó a fomentarse no sólo como un destino turístico sino, también, como un enclave ideal para celebrar bodas en el marco de una geografía impactante. Por esta razón, la mayoría de los alojamientos de alta gama ofrece infraestructura para tal fin, desde altares a orillas del mar hasta un molino de viento del siglo XVIII. Por caso, el hotel Bougainvillea Beach Resort promociona su programa Bodas en el Paraíso, un servicio que incluye wedding planner, atrio y decoración acorde en la arena, pago por la licencia de matrimonio, sacerdote para la ceremonia, certificado, ramo de flores tropicales para la novia y el ojal para el novio e incluso testigos.

Quienes, en cambio, simplemente se dejen llevar por el impulso, cual si estuvieran perdidos en Las Vegas, podrán solicitar directamente el permiso correspondiente en el Ministerio del Interior, ubicado en Bridgetown, la capital de la isla. En este caso, los no residentes deberán abonar un canon de u$s 100 (por la licencia) y u$s 10 (por la libreta), amén de presentar certificado de nacimiento (de no estar en inglés, deberán llevar una traducción certificada), pasaporte de ambos cónyuges y pasaje aéreo de regreso. A septiembre pasado, ya se habían celebrado más de 40 uniones de extranjeros.

Desde luego, las celebrities no son ajenas al fenómeno: uno de los ilustres turistas que eligió Barbados para dar el sí fue el golfista estadounidense Tiger Woods. Aunque, dado su escandaloso y mediático divorcio, quizás su enlace ya no sea el mejor de los ejemplos si de difundir el lado romántico de Barbados se trata.

Por si fuera poco, los recién casados encontrarán un puñado de opciones exóticas para disfrutar de sus días de luna de miel en esta isla caribeña. Entre ellas, nada como un beso en el fondo del mar a bordo del Atlantis II, un submarino que propone una experiencia no apta para claustrofóbicos. Desde el puerto, un pequeño ferry acerca a los intrépidos a la nave submarina. Una vez abordo, no habrá demasiado espacio para moverse: sólo dos hileras de bancos ubicadas hacia las ventanas para poder observar, en primer plano, la vida que nada bajo la superficie del mar.

Porque el Atlantis II desciende a poco más de 40 metros y, desde allí, es posible reconocer especies como el cirujano azul, el pez mariposa bandeada, el pez espada y muchas tortugas marinas, además de algún barco encallado que no tuvo mejor suerte. Ya sobre el final de la travesía, imperdible el guiño del capitán quien, con sonrisa pícara, da play a un cd de Los Beatles y así los viajeros regresan a la superficie al ritmo psicodélico de Yellow submarine.

Ya en tierra, un sitio que vale la pena visitar es la casa del viejo Hunte. Hunte's Gardens, en verdad, son unos jardines maravillosos, obra y gracia de Anthony, un barbadense caucásico de 68 años, quien comenzó a coleccionar plantas cuando era un veinteañero. El hombre adquirió una antigua plantación de azúcar y, desde ese terreno, comenzó a dar rienda suelta a su sueño del pibe. Hoy, en su vergel encantado crecen especies exóticas (palmeras de Filipinas, flores de Tanzania), cuelgan lianas de todo tipo y color y florecen frutos poco vistos.

Hunte, que tiene physique du rol de jardinero, se mueve con total parsimonia y camina por los senderos de su edén a medida. Algunas noches, dice, duerme allí mismo, en alguna hamaca desde donde puede observar las infinitas constelaciones del cosmos. Pero, detrás de todo este enjambre de naturaleza boyante, está su encantador hogar, decorado con todos los aciertos del estilo vintage.

Hunte invita a perderse en sus jardines. Luego, la llamará a pasar a uno de los salones y convidará ron punch y limonada. Foxie y los otros perros seguirán dando algunas vueltas entre los visitantes. Y Hunte contará, una vez más, su historia. Desde el principio.

Con acento británico

Con apenas 430 kilómetros cuadrados y 280 mil habitantes, Barbados es una de las Antillas Menores. Como tantas otras islas caribeñas, fue colonia británica desde que los primeros inmigrantes de ese origen arribaron a mediados del siglo XVII y hasta su independencia, en 1966. Algunas costumbres de corte british prevalecen en este enclave que conjuga lo mejor del refinamiento inglés y la pasión caribeña. De hecho, en cierta época, a la isla se la conocía como Pequeña Inglaterra. Y así fue que, en Barbados, siempre se habló el idioma de Su Majestad, a diferencia de otros enclaves que tuvieron influencia francesa, holandesa y española.

Por cierto, aquí todavía se conduce por la izquierda. Y, a 45 años de su emancipación, el vínculo comercial con la madre patria sigue siendo estrecho: es el destino de las 40 mil toneladas de caña de azúcar que se exportan cada año. Y, si bien la población blanca representa una minoría que actualmente apenas supera el 3 por ciento, supo dejar su huella de la mano de costumbres tradicionalmente tan británicas como la práctica de polo, un deporte que llegó a la isla en 1880 y nunca más se fue. Claramente, no se trata de una disciplina popular, como el críquet, sino de élite, ya que sólo congrega 50 miembros. Pero, aseguran, en los últimos 15 años ha ido ganando terreno. Prueba de ello es que hoy cuenta con cinco clubes, cuando hace una década solamente albergaba uno, el Apes Hill Polo Club.

Durante todo el año, en Barbados se organizan unos tres partidos por semana y la asistencia de quien guste presenciar un encuentro deberá ir acompañada del acatamiento al estricto dress code que impone la disciplina: elegantemente casual. La temporada alta comienza a mediados de diciembre y se extiende hasta mediados de abril. Y el torneo más importante, el Abierto de Barbados (a fines de marzo), recibe a jugadores de los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Australia.

Presenciar un encuentro se convierte en toda una celebración, donde el enfrentamiento entre titanes equinos se traduce en la excusa para un hacer un poco de lobby y otro tanto de business. De pronto, un jinete capta la atención de las gradas. Es un hombre adulto, canoso y de intensos ojos azules. Se quita el casco, deja el taco a un costado y se sienta en uno de los bancos fuera del campo de juego. Es Charles Williams, un magnate del real estate barbadense. Alguien se atreve a insinuar que tendría campos de polo en la Argentina. Difícil de comprobar. Sucede que, en medio de esta atmósfera británica -con un sol omnipresente que nunca obtendría la ciudadanía londinense-, no podía faltar cierta referencia, directa a no, a las tierras del fin del mundo. Así, como si de una escena surrealista se tratara, se oye un: "Che, boludo, pasame ese taco".

Unos 15 argentinos -entre petiseros y jugadores- trabajan en Barbados, dedicados a la actividad equina. Es el caso de Martín Jáuregui (24 años), natural de San Antonio de Areco: vino por 10 días, pero ya lleva tres años. Y contando... En cambio, Guillermo Clerici, de Pehuajó, ya hace ocho que vive en la isla. "Soy de la primera camada de argentinos que llegó. Se vive bien", dice. "La mayoría de nuestros caballos son de la Argentina. El polo argentino es el mejor del mundo", concede Keith Melville, presidente del Apes Hill Polo Club, quien ha destinado al deporte más de 50 años de su vida. Y a la gestión del club, los últimos 36.

Pero si se trata de una cita con el glamour, nada como visitar el Golf & Polo Community, un megacomplejo que no sólo cuenta con una cancha de 190 hectáreas sino con otras comodidades que permiten concretar una experiencia de placer total. Inaugurado hace poco más de un año, y a la espera de que en 2012 corte las cintas de su propio country privado, el emprendimiento ofrece casas en alquiler (una unidad de tres ambientes, por entre u$s 600 y u$s 900 la noche) y en venta para que quienes gusten tirar unas pelotas al driving siempre tengan los links a la vuelta de la esquina. Si la idea es alzarse con el título de propiedad, habrá que desembolsar poco más de medio millón de dólares. Se dice que la cantante Rhianna ya reservó su parcela en el Paraíso. Algunas mansiones se ofrecen, ya amuebladas y decoradas, por hasta u$s 7 millones.

Pero los servicios vip no terminan allí. Quien busque un poco más de privacidad, junto a un servicio exclusivo, podrá acercarse a la propuesta de la firma inmobiliaria Bajan Services, que cuenta con un portfolio de 120 casas for rent ubicadas sobre la costa sudoeste, que concentra las mejores playas. En general, con los servicios incluidos (chofer, chef y servicio doméstico), los valores oscilan entre los u$s 3 mil y los u$s 10 mil por noche. Los principales inquilinos suelen ser parejas y sus familias, quienes viajan a Barbados especialmente para celebrar la unión marital.

La propuesta incluye asistencia las 24 horas, transfers desde y hacia el aeropuerto y baby sitting. Pero también toma nota de pedidos personalizados, como una novia que solicitó que, el día de su boda, el jardín estuviera poblado de pavos reales o un grupo de adolescentes que requirieron clases de baile a domicilio para evitar papelones en su primera salida nocturna. Limusinas, helicópteros, in house spa y ron tastings son algunos de los caprichos más concedidos.

Pero, de todos modos, la oferta outdoors es también amplia y para todos los gustos. De costa a costa, Barbados ofrece unos 100 restaurantes donde se pueden probar los platos típicos: flying fish, pollo a la barbacoa y al jerk (un aderezo picante importado de Jamaica) y ensaladas con salsa italiana. Aunque también hay lugar para las degustaciones étnicas, como la comida mexicana y el infaltable sushi. Los más exclusivos cuentan con un cubierto que ronda los u$s 150. Por caso, Cliff (camino a la costa oeste) o Tapas, entre los más puntuados. Eso sí, imprescindible probar un trago a base de gingerale y ron, una sabia costumbre barbadense.

Bajan heart

Adentrarse en el interior de la isla, en su corazón salvaje, en sus pasiones genuinas, es fascinante. El sol es bravo. Y sus hombres y mujeres se protegen al caminar sus calles debajo de coloridos paraguas. Cuando no, simplemente reposan en las mecedoras, tan populares en la puerta de entrada de cada una de las casitas -pequeñas, coquetas, humildes-, desde donde ven pasar la tarde. Día tras día. Así, la vida isleña transcurre plácidamente.

Como cuando los varones se congregan alrededor de una mesa, en cualquier plaza, para jugar otra partida de dominó. Como cuando las familias celebran picnics mientras asisten a un partido de críquet, el deporte nacional de esta isla-nación habitada por una abrumadora mayoría de afrodescendientes (93 %). Rasgos variopintos de la cultura bajan (se pronuncia beishan), término que se refiere tanto al dialecto local como a la comida característica y a la música típica. Es decir, sirve para identificar lo criollo, para definir el folclore nacional.

Now, it's bajan time! bien puede considerarse un grito de guerra que precede la hora del happy hour. Los bares típicos, conocidos como ron shop, están en toda la isla. Hay cerca de 1.500. Allí, se sirve, como su nombre lo indica, ron. Ron punch, ron con gingerale, ron a secas. Porque este destilado de la caña de azúcar es, amén del turismo, la principal industria isleña. Comenzó a producirse hacia mediados del siglo XVIII y hoy se exporta a casi 80 países en diversas variedades y presentaciones. A la hora de maridarlo, los locales no dudan en servir un clásico fish cake, suerte de buñuelo a base de pescado.

Si bien la religión predominante es protestante (anglicana, pentecostal y metodista, a la cabeza), también se celebran otros cultos, como el católico; algunos credos de origen africano -que incluyen bautismos en el mar- y hasta un tímido movimiento rastafari que reivindica el panafricanismo. Pero, cada vez que un curioso forastero pregunte por el rito Obeah, los ojos del interlocutor se abrirán de par en par. Algunos dirán, en voz baja, que se trata de un vudú light. Otros, simplemente, callarán ante un tema tabú del que todos saben pero nadie habla.

Quien quiera adentrarse de lleno en el alma barbadense, no deberá olvidar agendar una cita en Oistins, la feria de pescadores devenida en punto de encuentro para locales, puesteros y artesanos, especialmente los fines de semana. Es que, durante el día, oficia de cita ineludible para fanáticos del dominó. Y, ya entrada la noche, comienza el baile popular: es tiempo de golden oldies, melodías que hacen honor a los dorados '50 y '60. Bailan abrazados, como una especie de forró, sin importar la edad ni la destreza. Algunos parecen sacarle lustre al piso.

Y siempre habrá alguien que se destaque en la multitud. Rudy es de aquellos personajes que amerita un vistazo: parece un personaje salido de un filme de Tim Burton que canta gospel. Algo así como un Johnny Depp en Piratas del Caribe cruzado con Samuel Jackson en El protegido. Se adueña de la pista. Solo o acompañado, se deja llevar por la música, mira al cielo, se acomoda el sombrero y sigue bailando. Porque en Barbados, el ritmo se lleva en la sangre. Y es pura pasión tropical.

Su majestad, el polo

Antigua colonia británica, Barbados es una de las mecas más sofisticadas del Caribe para la práctica del deporte de reyes. La disciplina llegó a la isla hacia 1880, junto con el críquet, verdadera pasión popular en la actualidad. El deporte ecuestre, en tanto, mantiene su espíritu de élite, si bien ha ido ganando terreno en los últimos 15 años, como demuestra la creación de cinco clubes, cuando hasta hace una década sólo existía el Apes Hill Polo Club. En este enclave antillano, la temporada alta de polo se extiende entre diciembre y abril. El Abierto de Barbados es el evento cumbre, que convoca a jugadores de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Australia. Existe una colonia de 15 argentinos, entre petiseros y jugadores, que se dedica a la actividad equina con regularidad.

Portal de América - Fuente: www.cronista.com

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