por Lucas García

La menor de las hijas, Cristina, responsable de Marketing y esposa del director general de la división hotelera, Javier Blanco, decidió entonces irse a vivir a Miami en compañía de su madre, Elo (de Eloína, que no Avelina, como frecuentemente la llama el diario salmón y de cabecera del padre). En la ciudad estadounidense coincidirían con su hermano Javier Hidalgo y su pareja.

María José Hidalgo, por su parte, permanece en Madrid, acude a su despacho de Pozuelo pero no interviene en el día a día de la compañía aérea y del grupo. Si alguien, por poner un ejemplo, le pregunta por las negociaciones con Pullmantur, le remite a su padre “porque yo no sé nada”. Ni fue consultada siquiera en el nombramiento de Álvaro Middelmann como asesor.

Hidalgo y sus hijos ya estaban distantes antes de que trascendiera la separación de sus padres. María José y Cristina fueron las que tomaron la decisión de despedir a García Rascón, primero, y Luis Mata, después, en contra del criterio de Javier y con las dudas del presidente. Pero la ruptura del matrimonio marcó un antes y un después en las relaciones de la cúpula de Globalia.

Tal fue la tensión en el seno de la familia que Juan José Hidalgo tomó la decisión de llevar personalmente las riendas del grupo, apoyándose sobre todo en Rivas y Clark. Y a principios de verano les envió una carta en la que les detallaba su intención de desvincularlos de la gestión de Globalia desde este fin de año, aún cuando sigan como accionistas del grupo.

Hidalgo ha despedido a sus hijos de la mejor manera que sabe con el propósito de sacar adelante el conglomerado de empresas que ha creado en estos 30 años de dedicación al turismo. Pero el presidente de Globalia es un padre que no los olvida y los ayudará en todo lo que pueda, empezando por Javier, al que le dará apoyo en su proyecto de low cost, y a las hijas en la venta del grupo.

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