Aterrizamos de forma abrupta en una pequeña pista asfaltada por obra y gracia de los vuelos diarios de Olympic Airlines, que han logrado posicionar la isla griega de Icaria en el mapa. Sorprende que hayan emplazado precisamente en el aeropuerto una escultura de uno de los primeros accidentados aéreos, Ícaro, a la que la isla debe su nombre por creer que cayó en este lugar. Tras recoger la maleta, Nikos, el conductor que envía nuestra anfitriona, espera apoyado en su furgoneta, mordiendo un palillo con fruición bajo un espeso bigote.