por Sergio Antonio Herrera, desde el Mar Caribe (navegando de Cartagena a Montego Bay) - @DelPDA
El Monarch anclado en el puerto de Cartagena en primer plano y a su lado, el Carnival Pride.
Como Cartagena es el único puerto que repetimos en relación al anterior crucero con esta misma compañía, nos preocupamos de reservar excursiones para los otros tres: Montego Bay; George Town y Puerto Limón. En este puerto colombiano decidimos arreglárnosla solos. Quienes hayan hecho esto alguna vez, sabrán la sensación que produce ver a todos los buses alineados con los correspondientes guías con los carteles con números en el muelle esperando a que bajen los cruceristas y uno no subirse a ninguno, seguir caminando a la salida del puerto, rompiendo de ese modo por unas horas el confort y la seguridad del "todo incluído" de a bordo.
"Luego de la casa amarilla aquella están los taxis" nos dijo un funcionario local. En la casa amarilla funciona el obligatorio Free Shop de estos lugares y dentro del agobiante calor es una contundente invitación a quedarse por el confortable aire acondicionado y la variada gama de productos, pero decididos atravesamos el lugar y nos encontramos -antes de los taxis- con un esplendoroso jardín de gran vegetación en el que se destacaban coloridos papagayos (o algo por el estilo) y unos incréibles pavos reales (o parientes directos).
Y a continuación el choque con la realidad que significa enfrentarse a desaforados taxistas que vociferando todos a la vez ofrecen sus servicios.
¿Cuánto nos cobra por llevarnos a Barú?
"A Barú son doscientos dólares amigo"
Muchas gracias, dijimos y seguimos caminando
"Bueno, podemos hacerlo por 150"
Continuamos la marcha y escuchamos
"Está bien, dígame cúanto quiere pagar" casí gritó el hombre mientras veíamos a aparecer a otro taxista más veterano.
¿Adónde quiere ir señor?
En primera instancia al Muelle de la Bodeguita y allí veremos, respondimos.
"Okey, lo llevo por 20 dólares" y allá fuimos.
Ya en el camino, el hombre nos dijo dos cosas que luego veríamos eran verdad
"Las lanchas que autoriza la capitanía (esto es, las legales) terminan de zarpar a las 10 de la mañana por lo que ya, no van a encontrar ninguno y por tierra, si ustedes quieren ir yo los llevo por 120 dólares la ida y vuelta pero desde ya le digo que no se los aconsejo, hay trancones en el camino de varios kilómetros".
Desconfiados por experiencia (la cual no es siempre buena consejera) fuimos a la primera taquilla que encontramos en el muelle y nos dijeron que no había más lanchas por el día, que podían vendernos para el día siguiente. Cambiamos de lugar y en el segundo intento una señora blanca, mayor, a la que le daba letra una señora negra aún mayor que ella, sentada detrás suyo, nos dijo que si bien no había más lanchas, ellos nos llevarían "en 50 minutos en buses climatizados con preferencia".
Nos dijeron que hay interrupciones en la carretera de varios kilómetros, le dijimos.
"No mi amigo, no pasa nada y además como le dije nuestros buses tienen preferencia".
La última hora para subir al barco de regreso era las 18.30, preguntamos a que hora salían los servicios de regreso.
"Lo ponemos en el de las cuatro de la tarde, antes de las 5 está aquí", fue la respuesta.
Compramos dos boletos ida y vuelta por cien mil pesos colombianos que nos cotizaron por el equivalente a 36 dólares por los dos pasajes.
Luego de una larga caminata a través de todo el muelle, llegamos a una plaza y allí al encuentro de muy singulares personajes criollos, todos con remeras de diferentes colores (amarillo, rojo, blanco) también con diferentes logos, quienes nos señalaron adonde estaba el "bus" que no era otra cosa que una Van, por suerte con aire acondicionado.
Salimos a las 11.10 por lo que calculamos la llegada a la playa para las 12. Luego de un desvío indicado por alguien no uniformado pero en este caso con remera blanca, subimos a otra carretera que en los primeros kilómetros no ofreció dificultades pero cuando eran más o menos las 11.45 comenzó "el trancón" antes del puente que da acceso a la isla de Barú. Luego de varios minutos de cabildeo entre el chofer, uno de los de remera blanca que se comunicaba por celular con la empresa y varios polícias, seguimos viaje, atravesamos el puente y a los pocos kilómetros ya desde lejos se divisaba una cortina de vehículos y gente que daba la exacta impresión de que "hasta allí habíamos llegado".
Lo que sobrevino fueron minutos que yo tenía archivados en la memoria pero que no los protagonizaba hacía muchos años, cuando me tocaba ser el tour conductor de alguna excursión y debatir con autoridades y operadores acerca de la conveniencia o no, de seguir viaje.
La oferta concreta fue "La playa está cerrada, no caben más vehículos, pueden seguir a pie, son unso 30 minutos...). Éramos diez, solamente una pareja quiso seguir, los demás decidimos regresar porque suponíamos que la media hora caminando podía ser cualquier tiempo y además, viendo las caritas del lugar, nadie se animaba a caminar un minuto por ahí.
El chofer, seguramente sabiendo que debía transportar de regreso a otros pasajeros no quería volverse y trataba por todos los medios de convencernos de quedarnos. El de remera blanca desapareció con su celular. En determinado momento me ví argumentándole a la jefe de un comando policial allí ubicado para que le dijese al chofer que nos llevase de regreso. Llegué a argumentar que nos estaban secuestrando apoyado por una abogada cordobesa que venía sentada detrás nuestro. Precisamente a ella le dijeron "Usted vaya a discutir a Argentina, aquí estamos en Colombia", mientras que un bogotano con su mujer y su hijo, entre besos y besos a su petaca de ron decía que también se volvía pero quería que le devolviesen el dinero (muy oportuno en medio del aquelarre).
Una cosa es relatarlo aquí y otra muy diferente haber estado allí. Finalmente el moreno conductor hizo la maniobra inversa y puso rumbo nuevamente a Cartagena con sus 8 pasajeros. El bogotano seguía reclamando la devolución del dinero mientras el chofer intentaba hablar por teléfono con la agencia y le decía que no era con él la cosa (totalmente lógico). Tanto insisitió este personaje con la devolución del dinero que en un momento le dije: "No insistas, vas a hacer que el hombre se enoje y nos deje varados en cualquier lado, si tanto te importa el dinero yo te lo doy pero no sigas". Obviamente que no tenía la menor intención ni obligación de "devolverle" el dinero pero a esas alturas, ya había calculado cuánto me saldría un taxi de regreso (si lo conseguía en medio de la nada) o cuánto me cobraría alguien que aceptara llevarnos de los tantos autos particulares que regresaban porque a esas alturas ya me cuestionaba llegar en hora de regreso al crucero.
Finalmente, un rato antes de la dos de la tarde estábamos nuevamente en el Muelle de la Bodeguita, frente a la Torre del Reloj con la promesa que nos iban a devolver el importe pagado...
Le dije a mi señora que estaba seguro que no nos devolverían nada o que insistirían con la idea que nos llevaban al día siguiente a hacer el paseo.
Para mi sorpresa, pero -vale decirlo- para mi plena satisfacción, nos devolvieron los cien mil pesos colombianos pagados.
No llegamos a Barú, no hicimos playa pero acumulamos una nueva experiencia y volvimos caminar la ciudad amurallada y con el apoyo de otro taxista veterano y servicial, conocimos el pintoresco barrio de Getsemaní y el residencial Manga, mientras divisábamos del otro lado de la ciudad la moderna Boca Grande.
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