Tayrona, paisajes intactos en el Caribe
Viernes, 07 Enero 2011

Tayrona, paisajes intactos en el Caribe

Cartagena está considerada la perla colombiana del Mar del Caribe. Sin embargo, no muy lejos se encuentra otra joya caribeña, si bien de distinto color y forma, y mucho menos conocida: el parque del Tayrona. Situado en el extremo oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, posee algunas de las más bellas playas del Caribe, una fauna y flora tropical muy rica, y los vestigios arqueológicos de la tribu que habitaba esa región.

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Declarado Parque Nacional en 1964, a diferencia de muchos parajes naturales del Mar del Caribe, el Tayrona ha conservado intacta la virginidad de sus paisajes. En sus playas, no se divisa ningún rastro de cemento, pues el único alojamiento en sus alrededores son las cabañas de madera construidas por sus habitantes indígenas, los descendientes de la civilización tayrona.

El tono azulado de sus aguas y el color blanco de su arena es el característico de las playas del Caribe. Sin embargo, el carácter montañoso de la región le otorga una personalidad propia. Sus playas no dibujan una interminable línea recta, como marca el estereotipo caribeño, sino un conjunto de pequeñas bahías y calas, salpicadas por rocas y cabos, protegidas por arrecifes de coral.

Una de las grandes atracciones del parque es su fauna, tanto marina como terrestre. Los arrecifes de coral de sus playas constituyen un vivero para decenas de especies de peces de colores chillones, que se pasean indolentes por la costa ante la mirada curiosa de los pocos turistas que se les acercan. El mejor lugar para bucear es en la cala conocida como la Piscina, pues algunas de las otras existen unas corrientes marinas traidoras que se han llevado la vida de más de un turista.
Entre animales

En tierra, los reyes de la sierra del Tayrona son los monos de las razas carayá y callicebus, y las iguanas. Dominando los aires, los cóndores y las águilas, a los que deben sumarse otras 400 especies de aves, algunas de un colorido plumaje. No hace falta ser afortunado para ver cualquiera de estos animales, tan sólo poner un poco de atención. Si uno duerme cerca de la playa, no es raro despertarse y ver a una iguana corriendo por la orilla. Aún más fácil es cruzarse con los monos del Tayrona.

Cuando uno camina por la jungla, continuamente se oye el ruido de las ramas, y el de algún coco que cae al suelo. Eso sí, aún estando rodeado de estos curiosos animales, hace falta afinar la vista, debido al espesor del bosque tropical. Igualmente, es necesario situarse en un claro para poder ver el majestuoso vuelo de las águilas, ya que en la jungla no se ve el cielo.

Además de tomar el sol en la playa y nadar, una de las actividades más recomendables en el Tayrona es realizar caminatas por la jungla. Uno de los asentamientos donde es posible alojarse es en San Juan de Guía, también conocido como El Cabo. Desde allí, la excursión más habitual, de unas dos horas de duración, es a Pueblito, donde se encuentran los vestigios de una aldea tayrona.
La Ciudad Perdida

Si uno disponde de varios días, puede adentrarse de forma más profunda en la Sierra Nevada de Santa Marta, la cadena montañosa más alta del mundo situada en un litoral. Y es que sus picos más altos, el Cristóbal Colón y el Simón Bolívar, superan los 5.700 metros de altitud a pesar de estar a unos 40 kilómetros del océano.

En esta pequeña franja de territorio, entre las nieves del techo de Colombia y el Mar Caribe, la variación de la vegetación es espectacular. Sin necesidad de llegar al corazón de la Sierra, uno puede visitar la Ciudad Perdida, los restos arqueológicos de la que fue la capital de una avanzada civilización, construida más de seis siglos antes que Machu Pichu.

Ya sea al llegar o al marcharse del parque, es muy recomendable realizar el viaje en barca entre San Juan y el puerto de Taganga, un barrio en los suburbios de Santa Marta. En el trayecto, de una hora de duración, se consigue una bella panorámica de la escarpada costa y de sus más inaccesibles playas.

fuente. www.ocholeguas.com - Texto | Fotos: Ricard González

 

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