A 45 meses del sismo, Haití recobra esperanza
Jueves, 24 Octubre 2013

En las calles de Puerto Principe ventas informal de libros en las aceras. En las calles de Puerto Principe ventas informal de libros en las aceras. GDA/Eduardo Teran Urresta
La leña se quema lentamente y la carne de res aún está cruda. La ennegrecida olla hierve al aire libre, en un terreno de tierra y maleza. Las cuatro mujeres no tienen en dónde cocinar. Apenas viven en pequeñas covachas levantadas con palos, plástico y costales. Allí también están sus parejas y tres niños. Es Delmas 30, un céntrico barrio de Puerto Príncipe, la capital haitiana.
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por Geovanny Tipanluisa

Sus casas de cartones están cubiertas con viejas telas. Otras son de cemento, pero sus paredes lucen agrietadas. Son las secuelas del terremoto de 7,2 grados que esa tarde del 12 de enero del 2010 dejó 250 000 muertos y 1,5 millones de personas sin vivienda.

Tres años nueve meses después del desastre, Delmas 30 no termina de recuperarse. La gente solo cuenta con pozos sépticos y el agua llega dos días por semana. El martes 8 fue uno de ellos. Hombres con pantalones cortos corren por los estrechos callejones; trasladan baldes con agua sobre sus espaldas y cabezas. Las mujeres y niños descalzos hacen lo mismo.

Cuando llegan extranjeros solo los miran. Hablan en créole (lengua natal) y se alejan. Todos cruzan cerca a la olla ennegrecida. La carne está casi lista. Cuando se cocine, cada porción se venderá en 43 curdas, su moneda oficial. Es decir, un dólar con un centavo. Es de lo único que viven las cuatro mujeres, sus parejas y los niños.

La tasa de desempleo en Haití alcanza el 46%. Parada dentro de una pequeña cocina levantada en el patio, Karmén intenta hablar en español y lo hace despacio: "Aquí nos falta agua, las letrinas funcionan pero no están limpias. Tampoco hay camiones para la basura y tenemos que botar en un hueco".

El sismo destruyó su casa, pero ese día ella estaba en República Dominicana. Ahora cose ropa para vender en la calle. En cada esquina de Puerto Príncipe aparecen puestos informales. Hasta las calles enlodadas están ocupadas. Sobre ellas hay mesas y los vendedores o frecen zapatos o ropa usada, baldes de plástico, gasolina en canecas, racimos de plátano, cocos...

En un callejón empinado y sin salida, la gente formó el mercado Marche Mariveau. El calor es intenso: 39 grados. El techo está cubierto con lonas. El pescado se vende al aire libre y junto a este puesto un hombre sin zapatos y pantalones cortos dice que su carbón "es bueno". "Yo sí hablo español. ¿Qué hacen aquí? ¿De qué país son?"...

Una pregunta tras otra. Es Jimmy. Tiene 53 años. El terremoto destruyó su casa y mató a su esposa.

Ahora trabaja solo. Cada lona de carbón cuesta USD 12. No tiene trabajo fijo y aún vive en una covacha, pero dice que las cosas han mejorado. "Después del terremoto había muchos muertos en la calle. Ahora ya está mejor todo. Ya no hay casas en el piso y aunque vendemos poco, sí hay para comer".

Otro hombre lo interrumpe. Habla en créole y Jimmy traduce: "Dice que en el sismo murieron sus dos hijos y que a su esposa le amputaron las piernas porque una pared le cayó encima. Hasta ahora no tiene una casa para vivir".

Ese martes, el haitiano llegó al mercado para vender los 20 huevos que pusieron sus gallinas.

El Marche Mariveau está a solo 15 minutos de la Presidencia de la República, un palacio que desapareció por completo por el sismo.

El complejo fue cubierto con telas verdes. Cinco militares con fusiles vigilan la entrada. En segundos sale una caravana de vehículos con vidrios polarizados y seguidos por motos con sirenas. La gente observa a los carros y vuelve a lo suyo.

Dos haitianos caminan con llantas pequeñas sobre el hombro. Intentan vender a USD 20 cada una. Si lo hacen será el único ingreso del día. Otros caminan con artesanías y algunos permanecen sentados para ver si alguien se anima a contratarlos para un trabajo. Quienes tienen un empleo en un organismo internacional ganan hasta USD 300 al mes.

Un salón para seis grados

Michaele vive con la venta de cepillos de dientes, jabones, papel higiénico. Cuando el mes es bueno recoge unos USD 250. Tiene dos hijos y este año dejaron de estudiar. Tenía que pagar USD 300 al mes de pensión y no los tiene.

Ahora hay más escuelas pagadas. Las estatales todavía tienen problemas. El Ministerio de Educación de Haití da cifras: por el terremoto la mitad de las 15 000 escuelas públicas y la mayoría de 1 500 colegios se destruyeron o resultaron gravemente dañadas.

La Freres Deroiser es un plantel privado con seis grados, pero todos funcionan en un salón abierto. La estructura es nueva. Mario Saint Juste, el profesor que da clases a niños de dos grados que ocupan las mismas bancas de madera, dice que "la situación va cambiando".

Después de que la tierra se moviera, las aulas quedaron en el piso.

Los niños estaban en las casas, pero unos quedaron con las piernas amputadas y otros perdieron los brazos. Habla en su idioma y recuerda lo que pasó: "No teníamos dónde dar clases; así pasamos tres meses hasta que nos ayudaron".

El Freres Deroiser está en el Champs de Mars, otro barrio del centro de Puerto Príncipe. El profesor dice que las cosas cambian. Coge la tiza y sigue con las clases en un pizarrón verde de madera.

La entrada al plantel ahora está pavimentada. Las casas de cemento se reconstruyen poco a poco. Mario vive en República Dominicana y habla un español fluido. Su casa de dos pisos se derrumbó y sus vecinos perdieron cuatro hijos. Tienen canalizaciones para que fluyan las aguas servidas. Pero bajan a la vía principal, una calle sin semáforos ni señalización.

Los buses, unos carros de los 90 y pintados con colores amarillo, rojo y verde se mueven lentamente.

Es un poco después del mediodía y hay congestión. Los choferes de las motos pitan, pero no avanzan. Las camionetas también se usan como 'buses' y llevan a los alumnos que a esa hora salen de clases. El recorrido es lento. En la vía aparecen campamentos con carpas y casas de madera. Organismos internacionales calculan que al menos 233 000 personas todavía viven así en este país.

Por esa vía también se llega a uno de los dos únicos hoteles que son considerados tres estrellas. Uno de ellos tiene piscina y adentro solo hay extranjeros. La mayoría llegó para dar asistencia a la gente.

Trabajan en barrios como Delmas 30, donde el agua servida ya tiene un canal para recorrer. Dos guardaespaldas hacen de guías. Uno de ellos dice que la inseguridad ha bajado. "Ya no es como antes cuando había asaltos".

El mes pasado, el primer ministro haitiano, Laurent Lamothe, dijo que la criminalidad es "solo un mito" y que su país "es uno de los destinos más seguros del Caribe", con una tasa de 9 crímenes por 100 000 habitantes. Y lo comparó con el índice de Long Beach, en California. En Delmas 30, los hombres con baldes aún corren y pasan por la olla con carne de res...

Portal de América - Fuente: www.elcomercio.com

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