Somos como somos
Lunes, 21 Mayo 2012

Somos como somos
Nuestra idiosincracia muchas veces nos juzga a nosotros mismos con una vara de tolerancia mucho más corta que la que utilizamos cuando medimos los errores foráneos. El vuelo que nos llevaría al “gran país del norte” tenía un balanceado mix de ocupación entre viajeros argentinos y norteamericanos. De repente una falla técnica en una de sus turbinas obligó al comandante a aterrizar en un aeropuerto alternativo a la espera de una pronta solución.
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La falla provocó demoras, plantones y hasta la cancelación definitiva del vuelo, que fue reprogramado para el día siguiente a las 22:30 horas y a pesar de ello ningún pasajero subió la voz, mostró fastidio o se enojó con el simple interlocutor de turno que tuviera frente a él. Perdón hubo una excepción, en un difícil castellano uno de los pasajeros de irreconocible nacionalidad reclamó asientos porque estaba cansado de esperar parado durante más de una hora al bus que lo trasladaría al hotel 5 estrellas elegido por la línea aérea norteamericana.

Al día siguiente los pasajeros esperaron en vano un funcionario de la aerolínea que les diera noticias ciertas de su futuro cercano y sin embargo, ante la ausencia, ningún pasajero puso el grito en el cielo.

Ya en el avión y prontos a salir, los sufridos viajeros debieron aguardar estoicamente sentados en sus butacas a que las autoridades del país alternativo permitieran ingresar al avión -que había llegado 5 horas antes a la posición de salida-  las comidas y bebidas necesarias para concluir el accidentado vuelo. Tampoco entonces los pasajeros manifestaron su descontento.

Este relato de un viaje plagado de incidentes es real, y más de cien argentinos fueron ejemplares protagonistas de una historia que difícilmente hubiera sido así de haber sucedido en un vuelo de Aerolíneas Argentinas o en un aeropuerto autóctono.

Nuestra idiosincracia muchas veces nos juzga a nosotros mismos con una vara de tolerancia mucho más corta que la que utilizamos cuando medimos los errores foráneos. Somos un pueblo excesivamente exigente con aquellas cosas (llámense servicios o empresas) que llevan la marca argentina en el orillo y nos cuesta aceptar que no somos más que simples ciudadanos de un país que tiene cosas tan buenas o tan malas como queramos que sean.

Por alguna incontrolable razón, nos parece que los argentinos siempre vemos la viga en nuestros ojos cuando los ajenos también pueden estar llenos de paja.

Portal de América - Fuente: www.mensajeroweb.com.ar

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