Hace un tiempo un jerarca allegado al turismo de un lugar cuyo nombre no queremos recordar propuso que los lugares y acontecimientos a promocionar fueran elegidos por consenso popular.
Pudo ser una políticamente impecable propuesta si no fuera que estas cosas se deben hacer con un riguroso estudio técnico (científico nos parece demasiado rimbombante).
El dilema de “que elegir“ debe ser duro para las autoridades nacionales, provinciales o municipales del turismo pero no puede caber ninguna duda: en la promoción turística no se puede complacer a todo el mundo. Hacerlo sería malo para todos. En algunas ocasiones dejar contentos a todos es no dejar contento a nadie.
Nunca hemos encontrado una respuesta a como llegar a todo los mercados con todos los productos. No lo hemos encontrado por falta de capacidad, sin duda, pero también por falta de recursos y de tiempo, que también es un recurso.
Por esto generalmente Buenos Aires recurre al Obelisco, Nueva York a la Estatua de la Libertad, Río al Corcovado y Paris a la Torre Eiffel, estas ciudades tienen lugares tantos o más atractivos que los que muestran pero estos son rápida y fácilmente identificables por el gran público.
De lo contrario cómo haría una Europa donde, como decía Borges, los “arados chocan con los mármoles de antiguas civilizaciones”.(La cita no es literal)
Si “viajar es omitir”(Jorge Burel) promover viajes también lo es y a veces apuntar a un lugar o a unos pocos lugares termina siendo bueno para todos.
Hay que apostar a la “copa que derrama” o acaso esto no pasa?
Los ejemplos de Mar del Plata, Punta del Este, Niza o Miami son más que elocuentes.
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