por Sergio Antonio Herrera, desde Salinas, Uruguay
@DelPDA - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Empecé a leer un libro que hace mucho tiempo me regaló Damián Argul, "El arte de viajar" (con el mensaje: "agarrá uno de vez en cuando, los libros no muerden"), y en el capítulo 1, Alain de Botton cita "A contrapelo", novela de J.K. Huysmans publicada en 1884, "cuyo decadente y misantrópico héroe, el Duque des Esseintes, concebía por anticipado un viaje a Londres, en cuyo transcurso ofrecía un análisis extravagantemente pesimista de la diferencia entre lo que imaginamos acerca de un lugar y lo que puede acontecer cuando llegamos allí".
Relata Huysmans que el Duque des Esseintes vivía solo en una inmensa quinta en las afueras de París. Rara vez acudía a lugar alguno, con el fin de evitar a lo que consideraba la fealdad y la estupidez ajenas. Cuando era joven, una tarde había osado hacer una incursión de unas horas en una aldea vecina y había experimentado como se desataba su odio a la gente. Desde entonces había optado por pasar sus días en la cama, consagrado al estudio en soledad, leyendo los clásicos de la literatura. Cierta madrugada, el Duque se sorprendió invadido por un intenso anhelo de viajar a Londres a raíz de leer a Dickens en un libro que evocaba retratos de la vida inglesa, entusiasmándose.
Incapaz de de contener su excitación, ordenó a sus sirvientes preparar su equipaje y tomó el primer tren a París.
Como disponía de tiempo antes de la salida del tren, visitó la librería inglesa Galignani´s en la Rue de Rivoli, donde compró la Guía de Londres de Baedeker. "Sus sucintas descripciones le sumieron en deliciosas ensoñaciones", dice de Botton, quien agrega que el Duque pasó luego por un bar cercano, frecuentado por una clientela mayoritariamente inglesa. El ambiente parecía sacado de los relatos de Dickens. Rememoró escenas en las que la pequeña Dorrit , Dora Copperfield y Ruth, la hermana de Tom Pinch, aparecían sentadas en locales vivos y acogedores como aquél. Uno de los clientes tenía el pelo blanco y el aspecto rubicundo de Mister Wickfield, y el semblante gélido e inexpresivo y la mirada neutra de Mister Tulkinghorn.
Al sentir apetito, Des Esseintes entró en una taberna inglesa de la Rue de Amsterdam, próxima a la Gare de Saint Lazare. Estaba oscura y llena de humo, con una fila de grifos de cerveza a presión a lo largo del mostrador poblado de jamones marrones como violines y langostas de color rojo minio. En torno a las mesitas de madera se sentaban inglesas robustas de rostro masculino, dientes enormes como espátulas, mejillas coloradas como manzanas y manos y pies grandes. Des Esseintes encontró una mesa y pidió sopa de rabo de buey, abadejo ahumado, una ración de ternera asada con patatas, un par de pintas de cerveza inglesa y una porción de queso azul.
Sin embargo, a medida que se aproximaba el momento de subir al tren y por ende, la posibilidad de hacer realidad sus sueños londinenses, des Esseintes se sintió abruptamente invadido por la lasitud. Consideró lo agotador que sería ir de veras a Londres, la necesidad de correr a la estación, pelearse por conseguir un mozo de cuerda, subir al tren, soportar una cama extraña, hacer colas, pasar frío y mover su frágil esqueleto para recorrer los lugares tan sucintamente descritos por Baedeker y acabar contaminando así sus sueños: "Pero,¿para qué moverse cuando uno puede viajar tan magníficamente sin tener que levantarse de la silla? ¿Acaso no se encontraba ya en Londres? ¿Acaso su atmósfera peculiar, sus olores característicos, sus habitantes, sus alimentos y sus utensilios no le rodeaban ya por todas partes? ¿Qué podía esperar encontrar allí sino nuevas desilusiones?. Sentado aún a su mesa pensaba:¿Pero en que extraña aberración he caído al pretender renegar de mis antiguas ideas, condenando las dóciles, fantasmagorías de mi crebro, y llegando a creer, como un auténtico novato, en la necesidad, la curiosidad y el interés de realizar una excursión?"
Así que Des Esseintes pagó la cuenta, salió de la taberna y tomó el primer tren de regreso a su quinta, en compañía de sus baúles, maletas, mantas de viaje, paraguas y bastones, y jamás volvería a abandonar su hogar.
Entonces, hace cuatro décadas, yo por hartazgo de asimilación de imágenes; Des Esseintes hace un siglo y medio por sus aprensiones, de algún modo, nos adelantamos a esta época pandémica y cada cual, se conformaba, por distintos motivos, con la visita imaginaria.
En el actual contexto, no nos queda otra, al menos por ahora.
Soy veterano de la imaginación.
Portal de América





