La deuda de Grecia y el problema de Europa
Viernes, 04 Noviembre 2011
Se suele decir que cuando la deuda es importante el problema es del acreedor y esta verdad de Perogrullo se puso crudamente de manifiesto en el caso de la crisis de Grecia, o crisis del Euro o crisis del sistema económico o como prefiero decir una crisis cultural que obviamente impacta en todos nuestros actos. Si husmeamos en la causa de esta crisis veremos que una de las más determinantes estuvo signada por el uso abusivo del crédito destinado esencialmente para financiar gastos.
En ese sentido los argentinos tenemos una muy rica y lamentable experiencia que nunca se aprovecha agravada por otro vicio que es el de consumir stock de capital como ocurre, por ejemplo, con la ganadería, actividad en la que hemos perdido 10 millones de cabezas de ganado en poco más de cinco años, no obstante insistimos en reiterar los mismos errores.
Lo cierto es que en el mundo se han difundido falsas creencias y una de ellas es que los derechos no tienen costo.
El ejercicio de un derecho implica poder y para “tener” o “poseer” ese poder es necesario contar con recursos y si se carece de los recursos se carece de poder y en consecuencia de derechos.
Como lo explican Stephen Holmes y Cass R. Sunstein “Los derechos son costosos porque los remedios lo son. La imposición de las leyes es costosa, sobre todo si ha de ser uniforme y justa; y los derechos legales son vacíos si no existe una fuerza que los haga cumplir…”
Esta creencia muy arraigada, nos lleva a correr los límites de las obligaciones y lo que es más grave de nuestra cultura, ya que por un lado hemos optado por consagrar derechos sin contar con los recursos necesarios para efectivizarlos y es en este punto en el que los gobiernos deciden recurrir al crédito y al endeudamiento, con lo que se crea una falsa noción de bienestar.
Por el otro lado, el que llamaría “cultural” hemos perdido el concepto de “obligación” y “responsabilidad” lo que nos lleva a justificar y convertir el “incumplimiento” en derecho trasladando las consecuencias de nuestros actos hacia terceros.
Tampoco se puede negar la codicia de los dadores de crédito, instituciones financieras, que conceden voluminosos créditos sin tener en cuenta no ya la capacidad de repago de sus deudores sino el destino del dinero.
Las instituciones financieras, sabemos que lucran con cada operación y los “fees” que cobran sus “CEOS” supera lo imaginable rompiendo con todo límite ético y moral. El negocio de los “bancos” se ha desvirtuado totalmente al perderse el concepto de “servicio público” que tiene la banca.
En mi opinión Santiago Carrillo puso el dedo en la llaga en una nota publicada en EL PAIS el 7 de octubre pasado cuando propone “…la transformación del sistema financiero es un servicio público gestionado por los Estados y coordinado mundialmente….”
Actualmente la banca opera como servicio público impropio que son aquellos en que el Estado no los presta ni los concede y solo los reglamenta y autoriza.
Más adelante Carrillo cree, opinión que compartimos que de ese modo se podría “… poner fin a una situación en la que el sistema financiero con sus juegos de casino, se ha convertido en un fin en sí mismo, en el que manejando papel se hacen en horas tremendas fortunas y en el que el poder del dinero se ha convertido en el gran poder fáctico que ha convertido en poderes subordinados a los poderes políticos, multiplicando el caos y la autarquía del capitalismo.”
Esta circunstancia, reitero esencialmente cultural nos lleva a un juego perverso en los que el acreedor y el deudor fueron cómplices en sus hipocresías por que unos prestaban sin recaudo alguno y los otros se endeudaban sin límite alguno, como le pasó a Argentina durante parte de la década del 90 para sostener la ficción de una paridad de uno a uno entre el peso y el dólar, hasta que la interrupción del crédito nos puso de cara una realidad cruenta como fueron los años 2001 y 2002 y ahora le está ocurriendo a casi toda Europa porque el problema lo tienen esencialmente los que prestaron.
Si uno pondera la situación desde un punto de vista moral y ético parecería que lo lógico sería que pierdan tanto los acreedores como los deudores y esa doble pérdida llevará a un ajuste más justo y quizás a una experiencia que debería servir de maestra para el futuro.
En cierta forma y con muchas idas y venidas ese sería el marco que se encontró para Grecia al decidir una quita del 50% de su deuda soberana aunque sigue pendiente la cuestión de quien soportará las pérdidas, ¿los Estados o los bancos?
En mi opinión la cuestión es de los bancos ya que el riesgo del negocio lo asumieron con la complicidad de las calificadoras de riesgos y de sus propios clientes, es cierto los Estados estuvieron ausentes aunque yo preferiría decir que fue la “política” la que estuvo ausente condicionada por el avance inhumano como de algún modo dijo Edgard Morín de la economía.
La política debe asumir esta lección y quizás la gran cuestión sea la que propone Carrillo la banca debería pasar a ser de un “servicio público impropio” a “servicio público propio”, lo que no quiere decir estatizarla, sino simplemente regularla y controlarla.
La otra cuestión tiene que ver con la “calidad de las decisiones” hasta ahora el nivel ha sido paupérrimo y uno no puede menos que añorar la ausencia de figuras señeras en la política europea y norteamericana que obraban como factores de autoridad, certeza y ejemplaridad.
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