por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires
Diría que Maradona fue un sabio del futbol, eso le bastó para repartir alegría y admiración y hasta para dignificar el pecado con aquella “mano de dios”, paradójica expresión para justificar la disrupción de las reglas del futbol.
Su vida fue la pelota, pero también arrastró el lastre de la indigencia nutricional consecuencia de su extremada pobreza de origen.
Una imagen que pocos recuerdan es su fotografía con sus manos tomándose la cintura, su forma de calmar una molestia, dolor causado, según contó un médico que lo atendió en algún momento de su vida deportiva, por insuficiencias físicas de difícil tratamiento.
Quizás habría que bucear en su paso por el Barcelona y el tratamiento aplicado para cuando menos, morigerar sus molestias, no se puede saber, pero es probable que ante la evidencia genética se haya optado por tratar sólo el dolor.
Si esto fuera asi podríamos encontrarle alguna explicación a muchos de sus excesos, que en definitiva podrían tener su causa en lo que quizás hayan sido uno de sus secretos más guardados y con toda razón.
No somos quien, para juzgarlo, no corresponde, fue así.
Quizás su mejor momento vital fue su paso por el Napoli, por lo que significó no sólo para ese equipo de futbol sino para el napolitano común, dejó una “forma de ser”, un estilo, la alegría de un liderazgo que logró el objetivo de ganar varios trofeos seguidos entre 1986 y 1990 si mi memoria no me traiciona.
No nos queda duda, fue un ídolo del futbol.
Muchos de los que se dijeron sus amigos quizás debieran en su homenaje, realizar un acto de contrición.
Sería bueno.
Para la Argentina fue una marca distintiva, fue un embajador más de una vez en cualquier país del mundo al descubrir que éramos argentinos nos decían a modo de saludo cordial “Maradona”.
Nos hacían sentir amigos…
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