por Luis alejandro Rizzi, desde Buenos Aires
“…Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color, del cristal con que se mira», Ramón de Campoamor.
Si miramos el transporte aéreo desde el color cuantitativo, hay más empresas volando, llegó el “low cost”, vuelan más pasajeros. Si lo miramos desde la lente cualitativa, la cosa es diferente ya que lo que conocemos de modo fehaciente son las pérdidas del grupo Aerolíneas Argentinas/Austral, el mal momento de Andes, que tuvo que devolver aviones y cuya flota de los MD depende del tiempo que la Boeing continúe comercializando sus repuestos. Por ahora si bien American Airlines dio de baja la totalidad de su flota de ese modelo, Delta aún tiene en uso casi un centenar, pero no sé si los aviones en el aire actualmente llegan a los 250/300.
Es cierto que nuestro mercado tiene un potencial importante, pero también es cierto que los niveles de pobreza y reducción de la llamada clase media, medida por el monto de sus ingresos, convierte a ese potencial en una suerte de mera posibilidad para dentro de un plazo mínimo de cinco años.
Para que ello ocurra tendrían que pasar muchas cosas beneficiosas en nuestro país, cosa difícil de percibir en este presente conducido por dirigencias políticas que ni siquiera llegan a la calificación de mediocre, tanto la oficialista como la opositora.
En principio soy partidario de la apertura, a pesar de esta fiebre “nacional populista” que se insinúa en el mundo, en países que ejercen cierto nivel de liderazgo como EE.UU., Reino Unido, algunos países menores de la UE, regiones de países que buscan su independencia, sustentadas en una sofisticada política que pretende convencernos de que el nihilismo podría ser una filosofía creativa.
La integración exige esfuerzo personal, capacidad de inversión, calidad máxima en la oferta disponible y externalidades facilitadoras para el desarrollo.
Estas, las externalidades, tienen dos dimensiones, una local, políticas nacionales que faciliten la explotación de recursos y el desarrollo de los talentos individuales, y otra internacional o externa, valga la redundancia, que facilite las relaciones comerciales entre los países.
Nuestro país es caro, si pensamos que cada habitante trabaja un promedio de siete meses para pagar impuestos y tasas, contando los directos e indirectos, y es muy poco o nada lo que recibe a cambio.
Si a ello le sumamos los costos de la inestabilidad, estaríamos en el límite de la viabilidad como país.
En el transporte aéreo, en un período por cierto breve, de expectativas favorables, Andes incorporó cuatro aeronaves Boeing 800, más eficientes comercialmente que las de su flota, incorporó personal, lo formó profesionalmente, y fue suficiente una devaluación del cien por cien para que ese esfuerzo se convirtiera en un pésimo resultado humano y económico que tienen a su gente preocupada en gambetear los malos resultados generados fuera de sus posibilidades de control.
Podrá argüirse que ese momento de euforia de 2016/2017 era más artificial que real y que no era sostenible en el tiempo, pero tampoco está mal ilusionarse con que estaba el terreno fértil para producir cambios o si se prefiere en nuestro medio una “real revolución de los aviones” que al final no paso de ser un infantil juego con aviones de papel o de la llamada madera balsa, como los que armábamos en nuestra infancia.
Digamos que no solo Andes está en problemas, Avian, la empresa de Germán Efromovich suspendió sus actividades y su futuro depende de diversas especulaciones sobre una supuesta intención de su dueño extranjero de sanear e invertir.
Por un medio periodístico nos enteramos que habría hecho una oferta para adquirir el 30% de Alitalia en una suma de alrededor de u$s 230 millones. (sic)
Por último, LASA ya quedó en el libro de los fracasos de la “época Dietrich”, y era obvio que su plan de negocios estaba bien intencionado, pero carecía de “realidad”, en una palabra las fantasías son solo fantasías.
El acuerdo que sirve de titulo a esta nota, está en la buena línea si se hubiera modificado el código aeronáutico, derogado la cavernaria ley 19030, implementado una política de transporte racional, en especial en el transporte aéreo.
Sin embargo, no parece que fuera una cuestión prioritaria, más bien el gobierno debería trabajar en la integración del transporte regional y limítrofe y en la persuasión del personal aeronáutico explicando que nuestra situación económica no permite subsidiar a la empresa y a su oferta, en todo caso habría que diseñar un sistema de subsidio a la demanda que tendría un costo groseramente menor.
Los vuelos entre Buenos Aires y Santiago deberían tener un mínimo de frecuencias operando desde Aeroparque, lo mismo que los que vinculen con un punto de Bolivia, Paraguay y otro de Brasil. Por lo menos hasta que se faciliten los traslados entre la ciudad y Ezeiza.
El costo promedio actual de ida y regreso en remis o taxi oscila entre los u$s 50,00 y 70,00, si a ello le sumamos la tasa de embarque e impuestos, el precio supera largamente el valor promedio del aéreo.
Es difícil pretender tener “low cost” en un medio de “High cost”.
Este acuerdo de libertad no genera mérito para la autoridad aeronáutica argentina, es lo mismo que se establecieran premios para cazar en un zoológico.
Lo meritorio seria gestionar un cielo único para la región y un espacio de libre circulación para el turismo, esto como para empezar…(una revolución madura y posible, sabe ministro Dietrich, creo que no…).
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