por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires
La mala fe forma parte de la conducta humana y es un modo de condicionar la libertad del otro para generarle un marco de duda razonable en la toma de sus decisiones.
En el caso de la noticia dada a conocer por el portal infobae.com que transcribí parcialmente al inicio, se trató de una amenaza hecha por un piloto a otro con la jerarquía de Comandante para forzarlo a leer un folleto de propaganda gremial en contra de decisiones políticas del Gobierno en materia de transporte aéreo en su próximo vuelo.
En el panfleto en cuestión, que no es más que un escrito difamatorio, se cuestionaba con argumentos falaces la política que el Gobierno aplica en materia de transporte aéreo diciendo que la desregulación puesta en práctica disminuía la capacidad de control por parte de la autoridad de aplicación, que se habrían reducido los tiempos mínimos de entrenamiento de los pilotos, que se habría disminuido los controles de mantenimiento de las aeronaves lo que afectaría el trabajo normal del personal aeronáutico. En el último párrafo de ese mísero panfleto se atribuyen la virtud de garantizar la máxima seguridad en la operación aérea.
El personal aeronáutico sabe que los mensajes que se leen a bordo están rigurosamente preparados, como lo sabemos quienes viajamos en ese medio y también conocemos de los límites a las posibles excepciones, como por ejemplo en los casos de turbulencia en aire claro que los comandantes suelen trasmitir un mensaje explicativo y tranquilizador o cuando hacen conocer el resultado de algún evento deportivo cuando se supone que interesa a la mayoría del pasaje, por dar dos ejemplos comunes.
En el caso del vuelo AR 1892 que viajaría entre Aeroparque y Ushuaia, el comandante, consecuencia del mal momento, no habría podido terminar el vuelo y al llegar al destino debió ser hospitalizado por un pico de presión.
En el caso, un piloto en cumplimiento de un supuesto mandato gremial no solo omitió respetar la jerarquía del piloto colega, comandante, sino que además recurrió a la amenaza que es la expresión de una futura voluntad de daño.
En el mundo de los pilotos es sabido que bajo la actual conducción gremial, no en cuanto a personas, si bien Pablo Biró como vicepresidente sucedió a Jorge Perez Tamayo, APLA no solo expulsó del gremio a pilotos opositores a la conducción gremial, sino que también mediante presion logró que fueran despedidos por parte de Aerolíneas Argentinas.
Por ello en el ambiente laboral de los pilotos se sabe que las amenazas se cumplen y explican en mi opinión la crisis de salud que experimentó el piloto afectado, y el obvio riesgo que ello generó a la operación que obviamente no terminó con su cabina de comando integra, aunque el vuelo, gracias a Dios, fue normal.
En este caso será fundamental la reacción de la empresa, ya que no cabe duda que la amenaza proferida al comandante del vuelo 1892 constituyó una injuria a personal jerárquico, un perjuicio a la salud de esa persona, un perjuicio económico a la empresa que no pudo cumplir en tiempo con el vuelo AR 1893 de regreso a Aeroparque y a los pasajeros uno de los cuales tenía que asistir a un tratamiento de quimioterapia. Va de suyo que si se acreditara que la amenaza fue en cumplimiento de un mandato gremial, el gremio debería responder por los daños y perjuicios y el piloto amenazador debería recibir una ejemplar sanción.
En una próxima nota nos referiremos, siguiendo una sugerencia de nuestro amigo Luis Barry, ex gerente de Aerolíneas Argentinas y Austral y persona muy conocedor del medio, a esta costumbre de usar la “safety” como factor de presión gremial.
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