por Julio Facal, desde Montevideo
El turismo ha dejado de ser una simple maleta llena de ropa para convertirse en una mochila cargada de responsabilidades. Lejos de la vieja idea del "sol y playa" sin más, el viajero del siglo XXI es más informado, consciente y exigente. Ya no busca solo una foto para Instagram, sino una experiencia auténtica que respete el lugar que visita y a su gente. Este cambio de mentalidad es el corazón de lo que llamamos turismo ético, un concepto que ha pasado de ser una recomendación a convertirse en una necesidad jurídica y social.
El viaje como puente, no como invasión
El primer mandamiento del viajero responsable es entender que el turismo es un encuentro entre culturas. No se trata de consumir un destino, sino de dialogar con él. La Convención Marco sobre Ética del Turismo lo deja claro: viajar debe fomentar el respeto mutuo, la tolerancia y el conocimiento. Cuando esto no ocurre, el turismo puede transformarse en una fuerza depredadora que erosiona las identidades locales y genera conflictos sociales, como ha sucedido en ciudades masificadas como Barcelona. Por ello, el respeto a las costumbres locales y la protección de las comunidades anfitrionas no es una opción, es una obligación.
Turismo para todos y con todos
Un pilar fundamental del turismo ético es la idea de que viajar es un derecho humano emergente, conectado con el descanso y el ocio. Esto implica dos cosas: por un lado, que debe ser accesible para todos, incluyendo personas con discapacidad, adultos mayores y familias de bajos ingresos. Por otro, que las comunidades locales deben ser las protagonistas y principales beneficiarias del desarrollo turístico. El verdadero guía turístico es el habitante local, aquel que "vive y palpita" el lugar. Cuando las comunidades gestionan sus propios recursos, como en exitosos proyectos de ecoturismo comunitario, los beneficios económicos, sociales y culturales se multiplican de forma sostenible.
La huella verde del viajero
Hoy es imposible pensar en turismo sin sostenibilidad. La preocupación por la conservación del entorno natural es una exigencia creciente de los viajeros. El turismo debe ser un socio activo en la protección del medio ambiente, no su enemigo. Esto implica planificar con inteligencia, respetando la "capacidad de carga" de los destinos para no agotarlos y asegurar que las generaciones futuras también puedan disfrutarlos. Modelos como el de Costa Rica, líder en ecoturismo, demuestran que la sostenibilidad no solo es ética, sino también rentable.
Del mismo modo, nuestro patrimonio cultural no es un parque temático para ser explotado, sino un legado a preservar. El turismo bien gestionado puede generar los recursos necesarios para la conservación de sitios como Machu Picchu o la Alhambra , pero una mala planificación puede vaciarlos de significado y autenticidad.
El turista: un consumidor con derechos especiales
Un aspecto clave que a menudo olvidamos es que, desde una perspectiva jurídica, el turista es un consumidor en situación de vulnerabilidad. Al estar fuera de su lugar de residencia, en un entorno desconocido, enfrenta mayores riesgos. Por esta razón, la ley debe otorgarle un "blindaje jurídico especial". Esto significa que los operadores turísticos no solo deben cumplir con lo pactado, sino que tienen una obligación reforzada de diligencia, debiendo asistir al viajero incluso en situaciones que no son su responsabilidad directa, usando su experiencia para guiarlo. Esta protección es la base para que el derecho al turismo sea una experiencia de desarrollo personal y no una fuente de frustración.
Cuando el paraíso se satura: el riesgo de morir de éxito
El primer mandamiento del viajero responsable es entender que el turismo es un encuentro entre culturas. No se trata de consumir un destino, sino de dialogar con él. Cuando esta premisa se ignora y la masificación se impone sin control, el turismo puede transformarse en una fuerza depredadora que erosiona las identidades locales.
Fenómenos como la "turistificación" en ciudades como Barcelona generan tensiones sociales profundas, como la gentrificación, que desplaza a las comunidades locales por el aumento del costo de vida. No necesitamos mirar tan lejos; en Uruguay, el caso de Pueblo Garzón es un ejemplo de las contradicciones que surgen cuando un tranquilo pueblo de campaña se convierte de la noche a la mañana en un destino de lujo, generando un choque cultural que debe ser gestionado para no afectar a la comunidad local. La ética exige que los beneficios no sean solo para los visitantes o los grandes inversores, sino que fortalezcan el tejido social de quien recibe.
Detrás de la sonrisa: la dignidad de los trabajadores del turismo
Un turismo no puede llamarse "ético" si no cuida a quienes lo hacen posible. El artículo 9 de la Convención es claro al respecto: los derechos de los trabajadores y empresarios del sector son una condición esencial para la sostenibilidad. La industria turística, a menudo marcada por una alta estacionalidad, la precariedad contractual y brechas de género , necesita un marco laboral especial que reconozca sus particularidades. Garantizar condiciones de trabajo dignas, salarios justos y respeto a la libertad sindical no es solo un deber jurídico, es una inversión directa en la calidad, la hospitalidad y la reputación del destino
Un compromiso compartido
La responsabilidad de un turismo ético no recae solo en el viajero. Exige un compromiso de todos los actores.
Los Estados deben crear marcos legales que protejan tanto al turista —considerado un consumidor vulnerable por estar fuera de su entorno habitual — como a las comunidades locales.
Las empresas tienen el deber de ofrecer información veraz, garantizar condiciones laborales dignas a sus empleados y actuar con una diligencia especial.
En definitiva, la Convención Marco sobre Ética del Turismo nos ofrece una hoja de ruta para transformar una de las actividades económicas más poderosas del mundo en una herramienta para un desarrollo más justo, inclusivo y sostenible. Asumir este compromiso es el único camino para garantizar que cada viaje sea una oportunidad de crecimiento mutuo y no una fuente de desigualdad.
PDA Magazine




