Una cosa es la solidaridad y otra perder trabajo, dinero y dignidad
Jueves, 08 Marzo 2012

The Rock,  desde la fila para ingresar The Rock, desde la fila para ingresar
Siempre quise conocer el Peñón de Gibraltar, visitarlo y ver desde su cima el horizonte africano, además de –Beatles fan yo- querer conocer el lugar donde John Lennon y Yoko Ono contrajeron matrimonio el  20 de marzo de 1969. Hace un tiempo pude hacerlo, y recorrer este coloso del que los antiguos griegos decían apoyaba Hércules una de sus piernas, mientras la otra estaba del otro lado del estrecho, en Ceuta.
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por Ricardo Montenegro, desde Colonia del Sacramento

El Mons (Monte) Calpe para los latinos, ya había sido plaza fuerte de los fenicios y luego de los romanos, a quienes se la arrebataron los vándalos y a estos los visigodos, para ser tomada por los musulmanes en el año 711, comenzando su dominio de ocho siglos de la Península Ibérica y parte del actual territorio francés.

De ese período deviene el nombre, una castellanización sobre la fonética del nombre Yabal Tàriq (Monte Tàriq), en honor al general que logró vencedor, Táriq Ibn Ziyad.

Los 426 metros de The Rock impresionan, pero su historia y el proceso que llevó a esta pequeña ínsula estratégica a ser una de las economías más sanas de las British Overseas Territory (Territorios Británicos de Ultramar) y quinta en el mundo por su calidad de vida, avivaba mi interés.

El origen del dominio británico sobre el peñón se remonta a 1704, cuando sus fuerzas, apoyadas por Holanda, lo conquistaron durante la campaña bélica en apoyo a Carlos III durante la Guerra de Sucesión Española y les fue concedido definitivamente en 1713 mediante el Tratado de Utrecht.

Época de reyes, emperadores, zares, alianzas que hoy parecen extrañas y tratados que lo son aún más, las posesiones se dirimían así y con más o menos dificultades con España en estos cuatro siglos, Gibraltar con sus siete kilómetros cuadrados, prosperó.

Llega hoy a albergar a casi 30.000 habitantes, de los cuales más de las tres cuartas partes son gibraltareños, orgullosos  miembros de una comunidad que tiene derecho a la autodeterminación, por la que en 1967 optaron mediante plebiscito por este estatus actual.

Ingresar a Gibraltar significa hacer una cola de más de un kilómetro –al menos los dos días que estuve allí- por los vehículos de los trabajadores españoles que ganan su sueldo en la zona británica, y por los británicos que también laboran allí pero viven en la costa española.

Toda la bahía que incluye Algeciras y la del peñón, tiene un extraordinario movimiento, con barcos de pesca, de carga y de pasajeros –los que al igual que en el cruce Colonia - Buenos Aires los hay grandes, pequeños, rápidos, lentos y catamaranes- y las grúas de carga, diques y astilleros pululan en toda la costa.

Es una riqueza que comparten ambos países, con tasas de desempleo baja del lado español e inexistente en Gibraltar.

Mientras que esta realidad es la que tiene España y sabe que la fuerza no le dará nunca la soberanía sobre el peñón, y tal vez Gibraltar permanezca siempre como un pequeño estado, de esto no se hace un gran lío regional, ni se le pide a la ONU, OTAN, o a la Unión Europea que lo expulse como integrante.

No es que no tenga la fuerza para reconquistarlo, tiene la inteligencia de manejar la situación y no poner a su incómodo vecino contra las cuerdas.

Los conflictos son esporádicos, sobretodo en aguas cercanas en discusión y España continúa su gestión diplomática para conseguir superar aquel tratado y recobrar la soberanía.

Ni los trabajadores de Algeciras o Tarifa pierden empleo y la inversión del lado inglés se multiplica en plena crisis española; barcos de cualquier nación puede tocar puertos españoles o gibraltareños y no se presiona a terceros para que lo hagan.

Mientras tanto, aquí, en las antípodas –no geográficas, pero sí del entendimiento y la cordura- el populismo lleva a Argentina a recrudecer las relaciones con Gran Bretaña, a desconocer el estatus que los habitantes de las Falklands eligieron y a suerte de una solidaridad de una sola vía, nuestro país se suma y ya no tenemos barcos de esa bandera en nuestros puertos.

Aquí en Uruguay ¿quienes pierden?, muchos; ¿cuánto se pierde?, demasiado; ¿qué ganamos?: nada.

Sólo ser reconocidos como marioneta de un gobierno extranjero aunque vecino, al que le compramos por dos mil millones de dólares pero le vendemos por seiscientos y que pone trabas a todo lo que pretendemos ingresar a su mercado, rozando el denominado “modelo kirchnerista” la violación al tratado de Asunción.

Pero Uruguay tiene un modelo entreguista, así que va a pérdida total, pero Chile –que está en América del Sur como nosotros- vuela a las islas y comercia con ellas. Y habría que ver si Brasil interrumpe algunos de sus grandes negocios con la corona británica, más allá del gesto de no permitir que barcos de guerra toquen sus puertos. Para colmo, el propio gobierno argentino también quiere volar desde Buenos Aires a Port Stanley.

A Almagro no se le puede decir nada porque, aunque cuesta creerlo, es peor ministro de relaciones exteriores que el del anterior mandatario; al Presidente de la República es a quien habría que recordarle que los países no tiene amigos y menos amigotes de comité; tienen intereses y estos vecinos hasta exageran cuidándolos; aunque la verdad es que echaron mano a cuanta caja había pero no alcanza y hay que distraer a la gente con temas como este.

La causa de Malvinas no es regional, es argentina. Y cuanto menos inteligencia y paciencia tenga el gobierno vecino para tratar el tema, peor le irá, porque si su política es de subir la apuesta al enfrentamiento, lo único que le quedará por hacer algún un día será nuevamente, emplear la fuerza.

Es algo que no puede ni pensarse, porque sería una estupidez, cosa que como dice el diccionario y repitió un ex presidente, es lo que hacen los estúpidos...

Portal de América

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