Basta: a no empeñarse en arruinar la unión de tradición y verano
Martes, 28 Febrero 2012
Sí al asado uruguayo y no al: baje de peso, venga a nuestra clínica, tenga esta figura, gaste más en baterías para aparatos milagrosos que en pan, use nuestra crema o gel; el primero existe y nos alimenta como antes a Artigas y sus ejércitos, lo otro es ilusorio.
por Ricardo Montenegro, desde Colonia del Sacramento
Los kilos son como los años, se acumulan y mientras nos encontremos bien de salud o, como decía mi amigo Juan, no vayas nunca a un médico para así no enterarte que estás enfermo, se hace costumbre cargar con el peso extra. Y mientras la ropa se pueda comprar aunque como película de adultos, en XXX, seguimos igual.
Pero el igual es como la canción del Cuarteto de Nos, vamos cambiando pero somos cada día más igual que el anterior.
Si las tiendas no tienen ya el talle que buscamos, siempre hay alguna para salvar a los cada vez más ciudadanos ubicados en el pedazo de torta que falta en las gráficas sobre obesidad.
Nunca mejor que esta presentación para estos estudios, que en países como Estados Unidos o Inglaterra –fieles a su costumbre de estudiar y graficar todo- dan cada poco tiempo un crecimiento del porcentaje, como un mordisco más al pastel...
Pero como cada año, llega el verano y en su transcurso y hasta su ocaso, además de proliferar las ofertas de las casi milagrosas dietas o tratamientos –desde la lechuguita a la operación de by pass gástrico, pasando por cremas, aparatos y masajes reductores- junto a los problemas de guardarropa, ya superados en febrero, se mantiene el sentimiento culposo de hacer un buen asado con todos sus complementos.
Es que para acompañar cada etapa de la autóctona labor culinaria, debemos cumplir con pasos que van de la mano de colesterol, presión arterial y otras yerbas –la del mate no, fue más temprano- que implican, en su expresión de gama alta, bebidas y una picada fría, entre lo natural como un queso con picor, jamón crudo y aceitunas, hasta las clásicas papitas de bolsa, creación uruguaya para estas latitudes; ya que estamos, recordamos.
Mister sobrepeso comienza el show del colesterol con eso, antes que empuñare un fósforo para encender el fuego.
Para el arranque se requiere un buen whiskey escocés, de Tennesse o nacional si lo prefiere, en las que las piezas de hielo son a gusto del asador; después del golpeteo en el vaso de los fríos cubos –si los hubo- y el goteo licoroso, se prepara la parrilla, el leñero y se comienza como en los despegues de las naves de la NASA, con la etapa uno, a puro fuego y chisporroteo del estallidos de las frágiles maderas secas, las que siempre se guardan para la ocasión.
Oportunidad para servir el segundo vaso, aunque sea en soledad, como brindando por el éxito obtenido.
Para la etapa caliente de movimiento de brasas y ubicar cuidadosamente las piezas de carne, achuras, embutidos y por qué no, algunos vegetales y quesos, la cerveza fría se impone y de nada vale el mensaje de los puristas, que hablan de beberla a seis grados; no, jamás ¡bajo cero sí!
Como este período es el que demanda más tiempo y cuidados, sucesivos acercamientos al terrible calor de la parrilla, la primera cerveza hace rato que es historia y su envase, el que sea, reposa junto al de la segunda y tercera –por lo menos- en el cubo de residuos; porque cada cosita que se tiende sobre los hierros tiene un momento más o menos preciso para cocinarse y algunas les llevan unos cuantos minutos a otras.
Al final, reunida familia y/o amigos alrededor de la mesa, en la que desafiando la potencia del suculento asado y compañía, esperan las fuentes de lechugas, tomates y otros vegetales, aparece además del último compañero de tareas, el que se despide junto al asador y al igual que él recibe los aplausos: el milenario vino y en Uruguay el fuerte, agreste, corpóreo e intratable para los que sólo buscan suavidad, nuestro centenario tannat que dice ¡aquí estoy!
Y pensar –dicen para sí los protagonistas de estas historias- que hay quienes en verano, al lado de cualquier playa, en la terraza de un hotel o a la vera de un arroyo, optan por una ensaladita con dos o tres verduras, a lo sumo junto a una mínima porción de pollo sin piel y agua sin gas...
Yo, en nombre de muchos anónimos iguales, reivindico la ingesta parrillera y doy vivas a la tradición, aún sin whisky o cerveza, con bastante o poco dinero, a riesgo del rezongo de la balanza, o lo obsoleto de un guardarropa, porque el asado veraniego no debe borrarse del menú. Somos uruguayos ¿o qué?
Perdón, los dejo porque tengo que dar vuelta una picanha que es una manteca.
¡Salud!
Portal de América






Comentarios
Muy interesante el árticulo.