Nada hace pensar que la próxima temporada de verano sea buena para el turismo receptivo uruguayo, es más, sería fácil vaticinar que será pésima nuevamente.

Es en momentos como éstos que deberíamos aprender definitivamente que de una vez y para siempre deberíamos dejar de improvisar y variar radicalmente la actitud histórica que tenemos ante la actividad que puede generar más riquezas para el país.

El destino turístico Uruguay no puede seguir siendo rehén cada cinco años de un secuestrador diferente. Vale la exageración para decir que la estrategia no puede ser obra y arte del gobierno de turno y que es la actividad privada la que debe empoderarse de ello.

Pero para lograrlo, habrá que cambiar la mentalidad, pensar e invertir. No hay otra.

Habrá que resolver cómo y en qué, traemos paulistas de San Pablo.

Habrá que definir si Punta del Este sigue raudamente el camino a marbellizarse o gira 180 grados y apunta para el lado de Maldivas, Polinesia Francesa, Turks & Caicos, Seychelles o Bermudas.

Deberemos orientar  la estrategia para desarrollar definitvamente a joyas de nuestros territorio como Piriápolis, Colonia o la costa atlántica de Rocha y eliminar esa enorme carencia de no tener servicio aéreo regular a Salto, Paysandú o Rivera.

Puntualmente, cuando ocurren contingencias climáticas, crisis económicas o sanitarias que toman desprevenida a una comunidad, a un país, a una región, aunque cada vez es menos comprensible, se puede decir "vaya y pase" pero cuando la situación de desamparo, aislamiento, magros resultados y peores vaticinios se empieza a reiterar, entonces deja de ser la excepción y pasa a ser la regla, las excusas no son válidas, el endoso de culpa a los políticos de turno es engañifa pura e inexorablemente va llegando la hora de remojar las barbas.

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