por Álvaro Alcocer

85 años de vida que tendrán su día laboral más amargo, por la confluencia de una crisis del consumo sin precedentes y un modelo de aviación obsoleto e incompatible con la rentabilidad, además de una debilidad agravada por la entrada de un nuevo socio extranjero, que ha llevado la voz cantante en los recortes.

“Se van a hacer sí o sí, Willie Walsh no va a hacer ninguna concesión más al Sepla y a los pilotos”. Lo de Vueling ha podido suscitar las esperanzas de algunos, pero lo cierto es que se trata de un ninguneo a Iberia, como si su encogimiento apenas fuera importante y el caramelo atractivo ahora fuera esa pujante low cost radicada en Barcelona.

El día de la Almudena, patrona de Madrid, ha sido el elegido por los ingleses para demostrarle al mundo primero que son ellos quienes hacen y deshacen; segundo, que la capital española no es atractiva y que su objeto de deseo se halla en su gran rival catalana, y tercero, que ni el Gobierno ni los arbitrajes van a suponerles un obstáculo.

El estado de ‘shock’ que está viviendo la compañía esta semana es el momento perfecto para llevar al límite los ajustes, mejor todos de golpe y de cuanta más contundencia mejor, con el fin de dejar sin margen de respuesta a trabajadores y sindicatos, y también, no hay que olvidarlo, alguna posible rebelión interna ante unas medidas tan opuestas al espíritu del acuerdo de fusión.

La ofensiva sobre Vueling se ha llevado a cabo en la víspera del inicio de campaña de las elecciones catalanas, dejando la defensa de la compañía inhabilitada ante la prioridad política con los comicios. Y después, seguro que los debates serán otros. En definitiva, una estrategia de lince, que ha dejado paralizada a Iberia, con una estocada a su orgullo, de consecuencias inciertas y buscando fomentar la autodestrucción.

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