por Ramón de Isequilla, desde Londres
De Berlín viajé a Andorra, a participar de la reunión de los ministros de turismo iberoamericanos, interrumpida como en las películas, por el llamado simultáneo de todos los teléfonos, avisándonos que volviéramos rápido a casa que se “cerraba el mundo”.
Fui el único pasajero de un Bus al aeropuerto de El Prat y uno de los pocos que esperaban los últimos vuelos antes de la paralización de toda actividad, que tuvo consecuencias que aún no podemos evaluar.
Londres me recibió como no podía esperarse de otra forma con lluvia, de a ratos llovizna y en algunos momentos torrencial. La ciudad disfrutaba de un domingo pleno, con las calles, tiendas y transportes rebosantes de turistas y locales, diría que se notaban más locales que los turistas.
El Underground, como siempre eficiente, sucio y caro, muy caro respecto a Madrid, pero con el encanto y el misterio de sus estrechos e interminables pasillos cubiertos de azulejos, escenarios de “cine negro” con mezcla de refugios de la segunda guerra mundial.
Llegada la tarde, como tenía reservado desde hacía varios meses, fui al Trafalgar Theatre a ver el magnífico espectáculo de los Jersey Boys, versión teatral de la película que recuerda la vida de “Frankie Valli and the Four Seasons” el fenómeno musical estadounidense de la década del 60 que compitió con las bandas inglesas que lideraban el mercado discográfico.
Asombraba ver a viejos y viejas rockeras emocionarse con la música que fue telón de fondo de su juventud, aclarando que la edad promedio de los espectadores era de 70 años.
La noche culminó con la resaca de los fuegos artificiales de la Bonfire Night del 5 de noviembre, que recuerda al fallido Guy Fawkes, que si hubiera sido exitoso en la voladura del Parlamento habría cambiado la historia del mundo, pero no siempre ganan los buenos.
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