por Jaime Amador

El asunto no es baladí sino que encierra la que probablemente sea el mayor riesgo de la red: aquello no es un mercado en el que todos están en igualdad de condiciones, aquello no es un mercado en el que todos tienen su stand y cada consumidor elige libremente. No, aquello es el solar de un empresario que ha dejado que otros se instalen con sus ofertas y él decide hasta cuándo, de qué manera, y cómo irrumpirá en el negocio. Es una actividad en terreno ajeno, en la finca de Google, de la que nos puede echar cuando desee.

Hace pocas semanas, la versión en papel de este digital publicaba que la propiedad de Booking, el mayor portal de ventas de alojamientos del mundo, decía a sus accionistas que su negocio es profundamente inestable, que en cualquier momento podría desaparecer, apenas Google, Facebook o Apple se lo propusieran. No era un aviso en vano: las cosas en la red son así, porque ningún consumidor parece tener mucho interés en seguir a una determinada marca. Únicamente interesa el precio y, por lo tanto, la irrupción de cualquiera de los grandes en este mercado puede suponer la muerte instantánea.

El asunto es realmente trascendental, pero uno no tiende a pensar que la Comisión Europea no va a mojarse en esta batalla, y no precisamente porque Almunia no sea eficaz. Estas son batallas de una dimensión universal que exigiría un acuerdo global de los gobiernos que, como es evidente, no se va a producir. Así, mientras, toda la nueva economía está a merced de estos monstruos que, por cierto, todos son americanos.

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