Mitos y macanas
Miércoles, 02 Junio 2010 00:00

La humanidad está alarmada por la contaminación ambiental, el deterioro ecológico y el cambio climático. Estos fenómenos pavorosos se deben a la motorización de nuestra vida: miles de carburadores quemando petróleo, vaporizadores lanzando gas y ríos de química donde flotan los peces muertos.
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por Rolando Hanglin
La primera conferencia internacional sobre planificación urbana tuvo lugar en Nueva York, en 1898, pero el tema preocupante no fue -entonces- el efecto invernadero, sino la bosta de caballo.

En efecto: durante el siglo XIX, las ciudades habían incrementado vertiginosamente su población: en Londres, en Río de Janeiro, en Buenos Aires, en Cádiz, millones de personas se hacinaban en busca de trabajo y riqueza. Se desplazaban a caballo: o bien montados, o bien a bordo de carruajes, diligencias, carromatos y sulkys. La basura se recogía en carros: también las carrozas fúnebres eran tiradas por caballos. El médico acudía a cualquier urgencia montado en su caballo, el correo llegaba a caballo, las princesas saludaban a la plebe desde su carruaje, etc. Los atascamientos eran terroríficos. Había más accidentes que ahora: en el año 1900 morían, en accidentes relacionados con caballos, uno de cada 17.000 neoyorkinos, mientras que en 2007 sólo uno cada 30.000 habitantes de esa ciudad murió en un accidente de autos.

A los costados de la calzada se alzaba una pila de estiércol de hasta 18 metros. Cuando llovía, esto se convertía en una sopa pestilente que invadía los sótanos. Las moscas y las ratas acudían en masa, contagiando todo tipo de enfermedades. Las casas se construían con una entrada elevada, en forma de escalinata, que conducía al portal, para levantar a los seres humanos sobre los vahos del estiércol. Doscientos mil caballos (población normal en las urbes de aquel entonces) generan diariamente dos mil toneladas de estiércol. Imposible procesar todo eso.

El afligente panorama era consecuencia del progreso: las muchedumbres habían abandonado su campo natal para emplearse en las industrias y servicios de la ciudad, con lo cual crearon esta nueva especie: el "caballo urbano". Para darnos una idea: las casas de los patriotas porteños de 1810, ubicadas entre la Catedral y San Telmo, tenían todas ellas su propia caballeriza: lo de Moreno, lo de Rozas, lo de Saavedra, lo de Escalada, lo de Paso, lo de Alzaga, etc. Imaginemos lo que habrá sido semejante población equina cuando, después de 1880, miles de personas de distinta nacionalidad se radicaron en la ciudad... todos a caballo o en carro.

Aquel congreso "ecológico" de 1898 no encontró la solución. En realidad, la solución vino sola, con el desarrollo del automóvil, el tranvía eléctrico y el ferrocarril. Los seres humanos volvieron a respirar aire puro en sus barrios, y el progreso trajo más progreso.

Estos datos, reflejados en Superfreakonomics de Steven Levitt y Stephen Dubner, revelan que la tecnología no "destruye" el planeta, sino que nos adapta a él. Puede decirse que los vehículos a motor no sólo no perjudicaron a la ecología, sino que salvaron literalmente el ecosistema humano del Siglo XIX. A veces nos confundimos por la gran difusión que tienen ciertos mitos, que en criollo llamamos macanas.

Después del éxito mundial de la novela-película Tiburón , se produjo en la costa de los Estados Unidos una ola de pánico por los ataques de estos peces. Hubo casos fatales.

Los señores Levitt y Dubner nos llevan a la estadística: durante todo el año 2001 (llamado por la prensa "el verano del tiburón") hubo en todo el mundo 68 ataques de tiburones, cuatro de ellos mortales. Pero los registros dicen que, entre 1995 y 2005, hubo 60 ataques de tiburones de promedio anual, con una media de 5,9 muertos. Es decir: no estaba ocurriendo nada especial. Todo fue un mito. Los elefantes -por ejemplo- matan a 200 personas por año. Son peligrosísimos. Pero sus víctimas están lejos de nosotros, en lugares como India y Tailandia, de manera que consideramos al elefante un grandote inofensivo con el alma de Dumbo. Otro mito verificado por Levitt-Dubner.

Solemos consolarnos de nuestros males argentinos con la excusa de que nuestro país es joven. Sólo tiene doscientos años.

Y bien: esto también es una macana. Las grandes naciones históricas adquirieron la forma de una república al mismo tiempo que la Argentina. Para dar un ejemplo: Alemania fue parte del Santo Imperio Romano Germánico en el año 962, de la Confederación del Rhin en 1806 y de la Confederación Germánica en 1815. Al estallar la guerra del 14, el llamado Imperio Alemán estaba dividido en varios reinos independientes como Prusia, Baviera, Sajonia y Wurtemberg, con diversas ciudades libres asociadas, entre ellas Hamburgo. Que lo sigue siendo. Sólo puede hablarse de la República Federal Alemana en los tiempos modernos... y para colmo, en la década del 90 se produce la conmocionante fusión con la DDR, es decir Alemania comunista. No es, entonces, un país "veterano", sino más joven que nosotros. Otro ejemplo es Italia: se suele aceptar como fecha del nacimiento de la nación italiana 1870, con la entrada del rey Vittorio Emmanuele en Roma. Antes y después, en la epopeya de esta gran nación, están los reinos de Lombardía (que duró dos siglos) Cerdeña, Nápoles, etc. Basta recordar que, después de la Revolución Francesa, se crean tres repúblicas italianas diferentes: la Cisalpina (1797) la Romana y la Partenopea. En resumidas cuentas: la "milenaria" Italia es, en realidad, un país tan joven como el nuestro.

Otras grandes naciones del mundo (España, Gran Bretaña, China, Japón, Rusia) han estado divididas en territorios separados y pueden volver a estarlo en el futuro. No es imposible que Gales, Escocia o Irlanda se separen de Inglaterra, como tampoco que el País Vasco o Cataluña terminen escindiéndose de España.

O sea que nuestra condición de nación joven es un mito, una macana más, que ni siquiera sirve para evitar la comparación con los Estados Unidos de América, la República Federativa de Brasil, Chile o Uruguay. Todos largamos a la misma hora, de la misma línea de partida.

Podemos seguir creyendo que "la gente buena está en el Interior" o que "las rubias son más sensuales que las morochas", si nos divierte. Pero son mitos. Son todas macanas. Con un toque banal, propio del mito: se olvida pronto, entre sonrisas, como "el avión negro de Perón". Los mitos pasan directamente al mundo del chiste folklórico, y a nadie le importa.


fuente: Rolando Hanglin/lanacion.com

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