La entendemos como la forma como en que ciertas manifestaciones culturales nos hacen ver las cosas.

Vemos paisajes de La Provenza con los ojos de Cezanne, los de Capadoccia con los de algunos primitivos pintores italianos y los paisajes de Castilla o la Mancha, a través de las páginas de Machado o Cervantes.

Por eso, muchas veces caminando por esa fascinante ciudad que es Londres,  hemos pensado que si los ingleses decidieran suprimir la monarquía, deberían traspasar sus elementos a la gente de Disney.

De este modo el Cambio de Guardia sería como un “electrical parade”, el palacio de Blanca Nieves sería Buckinghmam Palace, personajes de la realeza caminarían por las calles como hacen los personajes de Disney, el personal estaría vestido de Beefeaters y los ómnibus de doble piso harían las veces
de monorriel.

Lo decimos con todo respeto, pero concientes del tremendo atractivo turístico que representan estas tradiciones.

El antropólogo francés Mar Augé, que no conoce, ni le interesa conocer nuestras elucubraciones, transita por este pensamiento y advierte que muchos otros lugares del mundo pueden ir en camino a la disneylandización, transformándose, deducimos, en esos “no lugares” en los que él incluye hoteles, aeropuertos y varias cosas más.

Confesamos que en nuestro anhelo por un mayor y mejor turismo, muchas veces deseamos que  nuestros centros turísticos siguieran las prácticas de la “imaginiería” de la gente de Disney.

Ya que no todas sus ideas son descartables y que muchas podrían dar un mayor realce a nuestros atractivos, a veces descuidados y poco valorizados por nosotros mismos.

Pero cada vez estamos más convencidos que dentro de lo mucho que hay que hacer para atraer al turista, rescatar la autenticidad debe ser prioritario. Ni todo artificial, ni todo descuidado.

Y un parque Disney por estas latitudes podría ser uno de nuestros sueños.

Portal de América